Al final, parece que Moris tenía razón. Pato siempre trabajó
en una carnicería. Pato es viejo, viene de hace rato en esto. Un señor de unos
sesenta y dos años, ya. Todavía laburando con la carne, supervisando a los
muchachos que hacían la tarea fina del matadero. Cuando uno tiene vocación,
tiene vocación. Es así nomás. Con la familia que tiene, Pato. Claro, lo de las
generaciones es algo más que una, dos, o tres bibliotecas, cien hectáreas o el
deber de la familia, cuñadito de la Felisberti, miembro de la más rancia
costilla del lechón del partidismo, actualmente laburando en el Matadero
Municipal 17 de Octubre, que ya estaba empezando a entrar en decadencia, si le
preguntan, hasta que lo llamaron.
Hijo dilecto de la civilización y la barbarie, nacido ahí
donde parece que se ha escrito en piedra la maldición del país: por un lado la
de cal; por el otro, otra de cal. Le hacían bailar: en su familia era tradición. En el árbol
de Pato, la lucha por la independencia seguía paralelamente el avance sobre los
indios, la concentración de Poder para la Civilización, que estaba en todas partes
pero, claramente, atendía en Buenos Aires.
Pato oyó la música de Moris cuando joven, cuando desoír al viejo
era la norma. Los días de oro, como bien dice la canción. El, un muchacho bien,
derecho, liberal sólo en lo económico, se sentía raro, se había enamorado
perdidamente del beatnik argentino, y como todo enamorado, quiso merecer al
amado. Todo empezó con el chiste que decía: lo tuyo es mío y lo mío es mío.
Pero Pato nunca entendió el chiste, o lo entendió como quiso, más bien. Decía
que era un recurso del artista para lograr decir lo que quería. Nunca entendía bien nada, la parte que más le gustaba del Che era la de los juicios sumarios, por ejemplo. Patricio Cow era casi un arquetipo de la típica
imagen de la alta burguesía, creyendo en la derecha revolucionaria, la
civilizada revolución que depure el país y limpie a toda la negrada de la faz
de la tierra, o por lo menos de la Argentina. Ilusiones de un amor que todavía
perdura, ¡cuántos casos ya, de amor por dislexia!
Era joven y amaba al Diablo porque había conquistado América,
estudiaba Sociología (o Pueblología, como le decía, despectivo) y Abogacía. Sus
estudios se prolongaron hasta recalar en la Licenciatura de Humanidades y
Ciencias sociales. Años después, con la apretada familiar a Pato –y al Decano- para
que termine de estudiar, terminó la carrera, graduándose con honores. Tenía un primo que andaba en el teatro y en la música, Fabricio
Carrillo, que lo describió como un romántico incurable, siempre jugando a los
muñecos y soldados, tanto que a nadie sorprendió, en la familia, cuando comenzó
a militar en la Juventud Partidista, y de ahí, como al nene le gustaba jugar
con fuego, a la porción más berreta, los Pastores Alemanes. Aprendió a
justificar sin contradecir, a transar pasado para mantener en alto el
patriciado argentino, para que no se mezcle la sangre con la grasa. A él le
gustaba la grasa, le gustaba de un modo extraño, un gusto excéntrico para la
familia, que igual veía en el joven al Pato que habían criado, con tantos
fantasmas, con tanto esmero, y sobre todo, con respeto para el buen nombre de
los Cow, ricos como vacas, tenían más propiedades sobre la tierra de lo que
hubiera pensado el Dictador Supremo, el ilustre emprendedor que fundó la
familia.
Todo era un juego para Pato, una manera de escapar de casa,
siempre con la puerta abierta para volver, una forma de llamar la atención
entre tanto culto al apellido y a la palabra Patria, sin desoír a los
fantasmas. También hay historia negra, dentro del negro del partidismo, de esa
historia negra mamó Pato, cuñadito de Renata Felisberti, codeándose con ella y
con una imitadora de Rita Pavone, que se llamaba Rosa Pavón, llegó a ser
teniente segundo del brazo armado partidista, pasó seis meses a la sombra en
Devoto, leyendo los borradores del Beso de la Mujer Araña, con la explicación
de los textos de su compañero de celda, un poeta con las cicatrices de unos
cuantos brotes esquizoides acelerados por la vida en la calle y las anfetas,
que se hacía llamar Ramsés, y que parecía tener predilección por los nuevos
vientos de la literatura, tan nuevos que todavía ni siquiera habían sido
publicados por Manuel Puig, pero que Ramsés, por un amigo, había obtenido para
matar el rato. Unos ricos seis meses en que Patricio, que respondía al nombre
de Carlos Serra, se puso a estudiar la teoría del Camaleón. No le interesaba el
texto de Puig, sino su forma de disfrazarse.
Unos días después de salir de prisión se fue exiliado, o eso dijo, dándose aires,
a los muchachos del partido. Era perseguido. Más bien, dijeron los voceros
familiares, desmintiéndolo, viajó invirtiendo el patrimonio Cow en relaciones
sociales, desangrando parras en playas brasileras, mexicanas, españolas y francesas.
Con los conocimientos aprendidos ganó un lugar, unos años después de la vuelta
de la democracia, en la oficina de Alfonso Cerruti, al que luego cambió en un
enroque graciosísimo por el señor Méndez, uno de los dos o tres riojanos más
famosos del mundo, con el cual alcanzó una banca por el Capital en la
diputación y todo. Pese a todo, nunca olvidó al pibe que quería moverse a
Moris, por ese amor dejó todo para irse a laburar codo a codo con los ingleses, en la
municipalidad de Birmingham, estudiando métodos de adoctrinamiento de masas a
los palos -y sus manuales de protocolos justificativos-, hasta que el diario La Nación lo
requirió nuevamente, esta vez de la mano de Antonio de la Calleja, líder de
una agrupación formada con las frituras políticas argentinas que pasó a
llamarse el Anillo, y que llegó al Poder en el fin de una centuria grande como
la partícula de arena que es la historia humana en el universo, cuando todavía
se creía en grandes cambios.
Pasó a ocupar una secretaría desvalorizada de Derechos y
Humanos y Recursos Penitenciarios, del Misterio de Justicia. Por su eficiencia
en el desempeño del cargo, notándose su idoneidad, el paso siguiente era obvio:
derecho al Misterio de Trabajo, Sampleo y Recursos Hermanos del Gobierno del
Anillo, un espacio donde finalmente podría poner en práctica lo aprendido a lo largo de su vida,
demostrando una eficiencia inapelable en cuanto al aumento de las cifras del
desempleo y, para que no se crean que se olvidaba de los empleados, un mágico
recorte al salario -del trece por ciento, cifra elegida con mucho cuidado- de
los negritos de siempre, que iba disfrazado bajo el nombre de Ley de déficit
Cero, pero que los compatriotas llamaban, como si fuera cosa del destino, la
yeta. Cosa de locos, el pírrico triunfo de los muchachos de verde, en cierta
forma, fue final y definitivo, modificaron la forma de pensar de millones de
personas, dejando como rastro visible una generación desaparecida, la más
estimulada, la más despierta, y de forma invisible, una manera de respirar el
sur latinoamericano. El país es como el Destino, inapelable. O mejor, como una Empresa. Es algo que vienen diciendo desde hace mucho tiempo, y bueno, algo de eso parece que
fueron las directivas de la cúpula dirigencial, una Empresa vertical llena de uniformes, hecha, pero
sobre todo, derecha. Al parecer cuesta sacarse una pilcha, un saquito paradigma
para mirar la historia desde otro lugar. La prueba de su victoria, para los defensores
de cierta clase de Patria, es que todavía se sostiene -y no en antros ni
lugares marginales, sino en las calles, en los taxis, en las editoriales de
billetes de dos pesos-, la teoría de los dos demonios, la pureza liberal en la
forma de pensar un país, su historia y, más importante, los seres que habitan
su suelo. La xenofobia, la homofobia, por ejemplo, son moneda corriente. La creencia de que nada puede cambiarse, a fin de cuentas, también.
Los conflictos fueron acrecentándose en la Empresa, pero los meses en
Devoto, la enseñanza de la Masacre de Aeroparque, cuando esperaban al líder
zombi, su afición natural por la propiedad y por los palos, todo eso fue adobándose
para que la eficiencia del funcionario ilustre no se viera empañada por un
pueblo hambriento, jubilados desechados, sindicatos, y muchachos y muchachas,
marginados desde siempre, recogiendo cartones para comer y cortando rutas y
calles para hacerse visibles, los vándalos de siempre, pa, le decía a su padre
en las mesas de domingo, después de misa, con un copón de vino y los labios
azules como su corazón, el problema en realidad eran los conductores de
camiones, decía a su padre, que asentía. Su paso por el Ministerio de Seguridad del Patriciado fue el remate de su actuación para el Anillo. Luego salió eyectado junto al resto de los miembros de la gestión del Anillo, al encierro de sus departamentos
en Recoleta. Desde el balcón veía el nicho de la familia.
Pronto se desmadró el Estado, tal como ellos mismos habían previsto. Era una casita de naipes donde anidaba un viento flaco, y Pato se fue,
siguiendo el viento, hacia otro movimiento, como entendía de folclore nombró a
su cuadro político ‘Un guión por Todos’, posteriormente conocido como ‘Un guión
por la Libertad’. Siempre tuvo un affaire con el teatro. Quería formar, decía
al que escuchare, una ‘contractura política’. Posteriormente, Pato comprendió
que para volver al estrado había que seguir la tradición de su vida,
aggiornarse para que nada cambie, y la contractura fue engullida por la
pirotecnia de una arcana empleada estatal proveniente de la ciudad de Camalotus.
La famosa rosca política le gustaba mucho más que los rosquetes santiagueños. Y
que los Santiagueñazos, si alguien le preguntaba, cosa que hacían ciertos
periodistas amigos.
Como le gustaba la rosca encontró un punto flojo en el
gobierno opositor, una jueza que tenía uno de los casos emblemáticos de la
Justicia, a la que dieron las herramientas que le faltaban, básicamente, plata, viajes,
farra, putas, putos, pastillas. Cosa que acelere una investigación que la jueza
entendía apuntaba a ciertos sectores de la gerencia oficial de la Empresa. Junto
a un compañero llamado Norberto, como el Beto Alonso, foguearon la
denuncia, y escondieron la mano cuando comprobaron que no tenía pies ni cabeza,
dejando a la jueza entre Pampa y la vía, una vía trágica que para la jueza fue el suicidio, Marilyn tomó demasiadas pastillas anoche, escuchó que le decía
el Beto por teléfono esa mañana. Inmediatamente salió a desligarse, a pasar el foco a la
denuncia, que todavía sigue nadando en los archiveros de los juzgados.
Así fue que pasó a vender carne. Tobías Medric, el famoso
empresario, le ofreció laburar en el Matadero 17 de Octubre, ubicado a la
salida de un puente carretero, donde dicen se esconde un tornillo de oro. Fuera
de las instalaciones del matadero, chicas y chicos adolescentes que vienen del interior
se prostituyen por un poco de comida. El tráfico de carne en todo su esplendor.
Se le designó a cargo la supervisión de los carniceros de la empresa. Sabían
que al Pibe, como le decían en la empresa, más que la rosca le gustaba el palo.
Volvió a poner en circulación una vieja leyenda tucumana, la del Familiar, acá
tiene que haber mano dura, decía, y apretaba en la mano un nuevo protocolo
antirreclamos, que ya tenía la firma del Gerente y que autorizaba a los
miembros de seguridad a reprimir cualquier demanda de tipo social que pudiera
darse mientras los carniceros carneaban medias reses.
Se le dio control sobre los límites de la instalación, instauró
cuerpos de personal de seguridad, que siempre se hallaba dispuesto a disparar por la espalda a cualquier empleado que osare erguir la espalda para reclamar, y que se encargaban de recaudar el dinero del trabajo de 'los trabajadores satelite', como llamaba a los y las prostitutas que mascaban chicles fuera del Matadero. Por ejemplo, una vez, en los desechos
que arrojaban al río, encontraron el cuerpo de un mochilero que reclamaba
solidarizado con los pueblos originarios un cacho de tierra, que
casualmente pertenecía a uno de los amigotes del Gerente de la Empresa. Ochenta días, una vuelta al mundo dentro de una recámara frigorífica. Fue el
Familiar, dijeron por ahí. La indiferencia germinada en los años del algo
habrán hecho comenzaba a dar sus brotes. Se armó un despiole. Bárbaro, pero superficial. Todavía
lo recuerdan los más viejos. Un verdadero retroceso humano, la verdad, avalado
por los poderosos de siempre. Cambiar, cambiar para que nada cambie. Al hombre
le ha ganado el miedo.
Cow comenzó a perseguir a los empleados, a monitorearlos dentro
y fuera de la Empresa. En el Boletín Oficial y en las pizarras colgadas de las
paredes, por ejemplo, figuraba con su firma un protocolo de actuación de los
miembros del staff de seguridad ante los colectivos LGBT y su lucha por la
igualdad de género. Pato finalmente consiguió lo que quería. Bueno, más o
menos. Trabaja en una carnicería. Pero no todas son pálidas, compañeros, no nos
dejemos arrastrar por la corriente de fatalidad. También hay resistencia, uno
de los que seguirán cantando es Horacio, que se pregunta acerca de las cosas
que pasarían si es que calla hasta el cantor.
Son tiempos sombríos, es verdad, pero el señor Cow va a caer,
no tenemos que dejarnos ganar por el miedo. Hoy contamos
con la colaboración de los camioneros, que van a dejar de distribuir la carne. Por
un solo día, para empezar. A ver qué pasa, dicen. Algo es algo. No hay que dejarse amedrentar, ciertamente, aunque digan que Patricio Cow está trabajando en una carnicería para el día de la marcha, el Familiar no existe, no como se ha instalado. El Familiar es él. Si conseguimos que alguien más nos escuche, tal vez dejemos de vivir en la
zozobra. A la huelga.
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