jueves, 7 de junio de 2018

Pato trabaja en una carnicería


Al final, parece que Moris tenía razón. Pato siempre trabajó en una carnicería. Pato es viejo, viene de hace rato en esto. Un señor de unos sesenta y dos años, ya. Todavía laburando con la carne, supervisando a los muchachos que hacían la tarea fina del matadero. Cuando uno tiene vocación, tiene vocación. Es así nomás. Con la familia que tiene, Pato. Claro, lo de las generaciones es algo más que una, dos, o tres bibliotecas, cien hectáreas o el deber de la familia, cuñadito de la Felisberti, miembro de la más rancia costilla del lechón del partidismo, actualmente laburando en el Matadero Municipal 17 de Octubre, que ya estaba empezando a entrar en decadencia, si le preguntan, hasta que lo llamaron.

Hijo dilecto de la civilización y la barbarie, nacido ahí donde parece que se ha escrito en piedra la maldición del país: por un lado la de cal; por el otro, otra de cal. Le hacían bailar: en su familia era tradición. En el árbol de Pato, la lucha por la independencia seguía paralelamente el avance sobre los indios, la concentración de Poder para la Civilización, que estaba en todas partes pero, claramente, atendía en Buenos Aires.

Pato oyó la música de Moris cuando joven, cuando desoír al viejo era la norma. Los días de oro, como bien dice la canción. El, un muchacho bien, derecho, liberal sólo en lo económico, se sentía raro, se había enamorado perdidamente del beatnik argentino, y como todo enamorado, quiso merecer al amado. Todo empezó con el chiste que decía: lo tuyo es mío y lo mío es mío. Pero Pato nunca entendió el chiste, o lo entendió como quiso, más bien. Decía que era un recurso del artista para lograr decir lo que quería. Nunca entendía bien nada, la parte que más le gustaba del Che era la de los juicios sumarios, por ejemplo. Patricio Cow era casi un arquetipo de la típica imagen de la alta burguesía, creyendo en la derecha revolucionaria, la civilizada revolución que depure el país y limpie a toda la negrada de la faz de la tierra, o por lo menos de la Argentina. Ilusiones de un amor que todavía perdura, ¡cuántos casos ya, de amor por dislexia!

Era joven y amaba al Diablo porque había conquistado América, estudiaba Sociología (o Pueblología, como le decía, despectivo) y Abogacía. Sus estudios se prolongaron hasta recalar en la Licenciatura de Humanidades y Ciencias sociales. Años después, con la apretada familiar a Pato –y al Decano- para que termine de estudiar, terminó la carrera, graduándose con honores. Tenía un primo que andaba en el teatro y en la música, Fabricio Carrillo, que lo describió como un romántico incurable, siempre jugando a los muñecos y soldados, tanto que a nadie sorprendió, en la familia, cuando comenzó a militar en la Juventud Partidista, y de ahí, como al nene le gustaba jugar con fuego, a la porción más berreta, los Pastores Alemanes. Aprendió a justificar sin contradecir, a transar pasado para mantener en alto el patriciado argentino, para que no se mezcle la sangre con la grasa. A él le gustaba la grasa, le gustaba de un modo extraño, un gusto excéntrico para la familia, que igual veía en el joven al Pato que habían criado, con tantos fantasmas, con tanto esmero, y sobre todo, con respeto para el buen nombre de los Cow, ricos como vacas, tenían más propiedades sobre la tierra de lo que hubiera pensado el Dictador Supremo, el ilustre emprendedor que fundó la familia.

Todo era un juego para Pato, una manera de escapar de casa, siempre con la puerta abierta para volver, una forma de llamar la atención entre tanto culto al apellido y a la palabra Patria, sin desoír a los fantasmas. También hay historia negra, dentro del negro del partidismo, de esa historia negra mamó Pato, cuñadito de Renata Felisberti, codeándose con ella y con una imitadora de Rita Pavone, que se llamaba Rosa Pavón, llegó a ser teniente segundo del brazo armado partidista, pasó seis meses a la sombra en Devoto, leyendo los borradores del Beso de la Mujer Araña, con la explicación de los textos de su compañero de celda, un poeta con las cicatrices de unos cuantos brotes esquizoides acelerados por la vida en la calle y las anfetas, que se hacía llamar Ramsés, y que parecía tener predilección por los nuevos vientos de la literatura, tan nuevos que todavía ni siquiera habían sido publicados por Manuel Puig, pero que Ramsés, por un amigo, había obtenido para matar el rato. Unos ricos seis meses en que Patricio, que respondía al nombre de Carlos Serra, se puso a estudiar la teoría del Camaleón. No le interesaba el texto de Puig, sino su forma de disfrazarse.

Unos días después de salir de prisión se fue exiliado, o eso dijo, dándose aires, a los muchachos del partido. Era perseguido. Más bien, dijeron los voceros familiares, desmintiéndolo, viajó invirtiendo el patrimonio Cow en relaciones sociales, desangrando parras en playas brasileras, mexicanas, españolas y francesas. Con los conocimientos aprendidos ganó un lugar, unos años después de la vuelta de la democracia, en la oficina de Alfonso Cerruti, al que luego cambió en un enroque graciosísimo por el señor Méndez, uno de los dos o tres riojanos más famosos del mundo, con el cual alcanzó una banca por el Capital en la diputación y todo. Pese a todo, nunca olvidó al pibe que quería moverse a Moris, por ese amor dejó todo para irse a laburar codo a codo con los ingleses, en la municipalidad de Birmingham, estudiando métodos de adoctrinamiento de masas a los palos -y sus manuales de protocolos justificativos-, hasta que el diario La Nación lo requirió nuevamente, esta vez de la mano de Antonio de la Calleja, líder de una agrupación formada con las frituras políticas argentinas que pasó a llamarse el Anillo, y que llegó al Poder en el fin de una centuria grande como la partícula de arena que es la historia humana en el universo, cuando todavía se creía en grandes cambios.

Pasó a ocupar una secretaría desvalorizada de Derechos y Humanos y Recursos Penitenciarios, del Misterio de Justicia. Por su eficiencia en el desempeño del cargo, notándose su idoneidad, el paso siguiente era obvio: derecho al Misterio de Trabajo, Sampleo y Recursos Hermanos del Gobierno del Anillo, un espacio donde finalmente podría poner en práctica lo aprendido a lo largo de su vida, demostrando una eficiencia inapelable en cuanto al aumento de las cifras del desempleo y, para que no se crean que se olvidaba de los empleados, un mágico recorte al salario -del trece por ciento, cifra elegida con mucho cuidado- de los negritos de siempre, que iba disfrazado bajo el nombre de Ley de déficit Cero, pero que los compatriotas llamaban, como si fuera cosa del destino, la yeta. Cosa de locos, el pírrico triunfo de los muchachos de verde, en cierta forma, fue final y definitivo, modificaron la forma de pensar de millones de personas, dejando como rastro visible una generación desaparecida, la más estimulada, la más despierta, y de forma invisible, una manera de respirar el sur latinoamericano. El país es como el Destino, inapelable. O mejor, como una Empresa. Es algo que vienen diciendo desde hace mucho tiempo, y bueno, algo de eso parece que fueron las directivas de la cúpula dirigencial, una Empresa vertical llena de uniformes, hecha, pero sobre todo, derecha. Al parecer cuesta sacarse una pilcha, un saquito paradigma para mirar la historia desde otro lugar. La prueba de su victoria, para los defensores de cierta clase de Patria, es que todavía se sostiene -y no en antros ni lugares marginales, sino en las calles, en los taxis, en las editoriales de billetes de dos pesos-, la teoría de los dos demonios, la pureza liberal en la forma de pensar un país, su historia y, más importante, los seres que habitan su suelo. La xenofobia, la homofobia, por ejemplo, son moneda corriente. La creencia de que nada puede cambiarse, a fin de cuentas, también.

Los conflictos fueron acrecentándose en la Empresa, pero los meses en Devoto, la enseñanza de la Masacre de Aeroparque, cuando esperaban al líder zombi, su afición natural por la propiedad y por los palos, todo eso fue adobándose para que la eficiencia del funcionario ilustre no se viera empañada por un pueblo hambriento, jubilados desechados, sindicatos, y muchachos y muchachas, marginados desde siempre, recogiendo cartones para comer y cortando rutas y calles para hacerse visibles, los vándalos de siempre, pa, le decía a su padre en las mesas de domingo, después de misa, con un copón de vino y los labios azules como su corazón, el problema en realidad eran los conductores de camiones, decía a su padre, que asentía. Su paso por el Ministerio de Seguridad del Patriciado fue el remate de su actuación para el Anillo. Luego salió eyectado junto al resto de los miembros de la gestión del Anillo, al encierro de sus departamentos en Recoleta. Desde el balcón veía el nicho de la familia.

Pronto se desmadró el Estado, tal como ellos mismos habían previsto. Era una casita de naipes donde anidaba un viento flaco, y Pato se fue, siguiendo el viento, hacia otro movimiento, como entendía de folclore nombró a su cuadro político ‘Un guión por Todos’, posteriormente conocido como ‘Un guión por la Libertad’. Siempre tuvo un affaire con el teatro. Quería formar, decía al que escuchare, una ‘contractura política’. Posteriormente, Pato comprendió que para volver al estrado había que seguir la tradición de su vida, aggiornarse para que nada cambie, y la contractura fue engullida por la pirotecnia de una arcana empleada estatal proveniente de la ciudad de Camalotus. La famosa rosca política le gustaba mucho más que los rosquetes santiagueños. Y que los Santiagueñazos, si alguien le preguntaba, cosa que hacían ciertos periodistas amigos.

Como le gustaba la rosca encontró un punto flojo en el gobierno opositor, una jueza que tenía uno de los casos emblemáticos de la Justicia, a la que dieron las herramientas que le faltaban, básicamente, plata, viajes, farra, putas, putos, pastillas. Cosa que acelere una investigación que la jueza entendía apuntaba a ciertos sectores de la gerencia oficial de la Empresa. Junto a un compañero llamado Norberto, como el Beto Alonso, foguearon la denuncia, y escondieron la mano cuando comprobaron que no tenía pies ni cabeza, dejando a la jueza entre Pampa y la vía, una vía trágica que para la jueza fue el suicidio, Marilyn tomó demasiadas pastillas anoche, escuchó que le decía el Beto por teléfono esa mañana. Inmediatamente salió a desligarse, a pasar el foco a la denuncia, que todavía sigue nadando en los archiveros de los juzgados.

Así fue que pasó a vender carne. Tobías Medric, el famoso empresario, le ofreció laburar en el Matadero 17 de Octubre, ubicado a la salida de un puente carretero, donde dicen se esconde un tornillo de oro. Fuera de las instalaciones del matadero, chicas y chicos adolescentes que vienen del interior se prostituyen por un poco de comida. El tráfico de carne en todo su esplendor. Se le designó a cargo la supervisión de los carniceros de la empresa. Sabían que al Pibe, como le decían en la empresa, más que la rosca le gustaba el palo. Volvió a poner en circulación una vieja leyenda tucumana, la del Familiar, acá tiene que haber mano dura, decía, y apretaba en la mano un nuevo protocolo antirreclamos, que ya tenía la firma del Gerente y que autorizaba a los miembros de seguridad a reprimir cualquier demanda de tipo social que pudiera darse mientras los carniceros carneaban medias reses.

Se le dio control sobre los límites de la instalación, instauró cuerpos de personal de seguridad, que siempre se hallaba dispuesto a disparar por la espalda a cualquier empleado que osare erguir la espalda para reclamar, y que se encargaban de recaudar el dinero del trabajo de 'los trabajadores satelite', como llamaba a los y las prostitutas que mascaban chicles fuera del Matadero. Por ejemplo, una vez, en los desechos que arrojaban al río, encontraron el cuerpo de un mochilero que reclamaba solidarizado con los pueblos originarios un cacho de tierra, que casualmente pertenecía a uno de los amigotes del Gerente de la Empresa. Ochenta días, una vuelta al mundo dentro de una recámara frigorífica. Fue el Familiar, dijeron por ahí. La indiferencia germinada en los años del algo habrán hecho comenzaba a dar sus brotes. Se armó un despiole. Bárbaro, pero superficial. Todavía lo recuerdan los más viejos. Un verdadero retroceso humano, la verdad, avalado por los poderosos de siempre. Cambiar, cambiar para que nada cambie. Al hombre le ha ganado el miedo.

Cow comenzó a perseguir a los empleados, a monitorearlos dentro y fuera de la Empresa. En el Boletín Oficial y en las pizarras colgadas de las paredes, por ejemplo, figuraba con su firma un protocolo de actuación de los miembros del staff de seguridad ante los colectivos LGBT y su lucha por la igualdad de género. Pato finalmente consiguió lo que quería. Bueno, más o menos. Trabaja en una carnicería. Pero no todas son pálidas, compañeros, no nos dejemos arrastrar por la corriente de fatalidad. También hay resistencia, uno de los que seguirán cantando es Horacio, que se pregunta acerca de las cosas que pasarían si es que calla hasta el cantor.

Son tiempos sombríos, es verdad, pero el señor Cow va a caer, no tenemos que dejarnos ganar por el miedo. Hoy contamos con la colaboración de los camioneros, que van a dejar de distribuir la carne. Por un solo día, para empezar. A ver qué pasa, dicen. Algo es algo. No hay que dejarse amedrentar, ciertamente, aunque digan que Patricio Cow está trabajando en una carnicería para el día de la marcha, el Familiar no existe, no como se ha instalado. El Familiar es él. Si conseguimos que alguien más nos escuche, tal vez dejemos de vivir en la zozobra. A la huelga.
 




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