jueves, 11 de octubre de 2018

Conversación cualquiera en el colectivo. Pajaritos, alegres muchachitos.


por la Oruga González




     Veo venir la última parada del bondi. Por lo menos, la última para mí —dijo.

    ¿Qué decís? —replicó.

    Y vos ahí, unos cuantos asientos atrás, subiste tarde. Como siempre, tarde a todos lados —continuó su perorata.

    No entiendo, te ponés a delirar de nada. Estábamos tan bien, dentro de todo —se quejó, impaciente y nervioso.

    Dejame un rato. No sé cómo explicarlo, como ponerle palabras. Por eso colectivos. Siento que estuve en la calle, esperando. Desde siempre, hasta que llegó. Pero llegó porque esperaba. Cuando estuve arriba, ahí arriba. Lo primero que hice fue esperar, mirar. Por la ventanilla, mirando la calle. A ustedes, mirando con ojos, con ansias de compañía, mientras el colectivito de cuarta se movía por las calles. Hasta que se te cruzaron los cables a vos también y decidiste subir.

    No sé por qué tanta alharaca por nada, realmente —se queja, todavía más, el Otro— Por seguirte un poco el juego, te contesto… ¿quién sabe por qué no sube uno antes? Yo no lo sé, es así. Cada uno ve el bondi que vos nombrás (con tu manía de bautizar de alguna forma todo) cuando lo tiene que ver, cada uno se sube cuando tiene que subir, si no sube antes es porque no es momento. En cierto modo, me sacaste una venda. En algún punto de tu recorrido, entre comillas. Tu ansia de interlocutores tuvo que esperar, entonces. Esperar que vos aparecieras —le contestó.

Se sonrieron los dos.

    Pero yo nunca quise el traje que me ponen, que hasta vos me ponés, sin darte cuenta. Soy libertad. Soy libre. Querría compartir alegría, una cosmovisión, una grieta por la que se ingresa al otro terreno. Veo que todo dura un instante, lo siento adentro. Siento venir el final del mío.

    Fijate encima que hablamos de esto, de cosas, de nada. No se puede materializar lo que nos pasa, lo que estamos viviendo, cómo lo estamos viviendo ¿Es una adivinanza, el viaje, el pelotudo colectivo? Mirá que agarro vuelo con estupideces patafísicas de esta estirpe. El viaje comienza antes y termina antes para el que sube antes, si es que creemos que cada uno se baja donde se tiene que bajar. Al final, parece el mismo lugar para todos. Algo hay que devolver gastado, supongo. Te tocará la cruz de haber subido. Veo el alma y veo el cambio. Lo veo en los ojos, en las formas. No puedo parar el tiempo y por eso este tímido pedido de disculpas. Cada uno cargará con la cruz que lleve su justa medida.

    Qué mundo de mierda. El humor un poco frío que recorre las venas de la ciudad, exactamente como un pedido de disculpas, como manto de piedad. Al lumpanaje con casualidades… ¡Nada que ver, no habrá flores en la tumba del pasado! —se rió, porque no existe la literatura seria— ¿Disculpas por qué, a quién? La naturaleza (y la del hombre, minúsculo granito en un todo amorfo) siempre cumple, cierra y abre su infinito círculo. Nace, crece, se reproduce, muere. Todo está dicho... ¿disculpas para qué?, si todo existe dentro del ciclo. La naturaleza del hombre es el cultivo, la cultura. Hay cosas sabias con ese tipo… dios, que imprime la marca, el inconsciente colectivo. El gregarismo es por excelencia el espíritu humano. El ciclo de la vida se repite en menor o en mayor escala, desde la química inorgánica para adelante, todo busca aglomerarse. Hasta la ciudad es un ser viviente, todas tuvieron nacimiento, todas crecen, de forma exponencial, conforme pasan los años, los jugadores, las décadas, los siglos, los milenios. Iba a decir pero, pero me retracto y digo y porque es una consecuencia del surco que vengo haciendo. Y por debajo, por detrás, otra rama va tomando forma. Se va constituyendo una olla a presión. Tantas fuerzas cohabitando la misma geografía, tanta pasión y sangre y calor, todo eso combustiona, permite que un pueblo crezca, pero mientras sigue creciendo, la presión aumenta. En las calles, en cada rincón, en cada baldío, camina en barrios suburbanos, en departamentos junto al río, en viviendas del Estado. En todos lados, la presión aumenta. Naturalmente, estalla. Es un grano, una pústula que sale a la luz, dejando ver el podrido contenido, la fermentada Revolución, algo que va creciendo en sentido contrario, antimateria, fuerza contraria. Es inevitable que surja porque tiene que tomar su lugar en el ciclo. Victoria, guerra, hambre. Y muerte. Revolución. El mundo es mi representación —siguió.

    La revolución también. El inconsciente colectivo es interesante algunas veces. Pensar en las imágenes.

    En toda escala, el ciclo es muy interesante. Con lupa, microscopio o a simple vista. En la mente si hay introspección. Fuera de uno, analizando la economía, la política. Con cosas de todos los días, nada más hay que pasear por los barrios. Las revoluciones avanzan conforme crecen los pueblos, incluso el que habita esta ciudad. Va fistulizándose, abriéndose paso, la fetidez. Sin barreras, porque no existe ni existirá jamás algo que vaya contra la naturaleza. Detrás o delante del círculo no hay nada. El hombre debe aprender a vivir con su rancia conciencia, manteniéndola a raya, hasta finalmente caer, también él, en el ciclo simbólico, y mansamente bajo las redes apagarse, para siempre. ¿Disculpas? Al hombre y la naturaleza, por no aceptarnos, y al no aceptarnos, no permitir cambiarnos. El secreto es la pelea arreglada. Hay que ceder. El hombre debe marchar hacia adelante, debemos dejarnos transfigurar. No quiero tus disculpas —terminó por fin.

    Cada loco con su tema. Qué frío, qué fresca bruma cruza las calles y la plaza. Y entre las calles y la plaza, la gente ausente o con máscaras en vez de rostros. Cada vez son menos los de las máscaras. Pero tal vez sean más los ausentes. Espero hayan ido en la búsqueda de la flor azul tan nombrada.

     Permiso, tengo que bajar. Es mi parada. Permiso, permiso.