viernes, 23 de junio de 2023

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Sin mojar la cabeza, sin lavarnos la cara, matear.

 

Afuera existe,

Afuera está frío.

Afuera es largo como adentro y este discurso ordenador puede dar un montón de cosas por sentadas, más ahora que soy autodeclarada, autoaclaro Ex Poetisa. O una reformada, al menos, que comprendió y vio el sol como R2D2 Rambó y se fue al pingo y se puso a comerciar esclavos para lavarse el último veneno de la Poesía, el de la Luz, aquel que vio al final del pacto, el momento para el que el 'después te pago' ya no sirve.

Afuera construyen el barco en el que un triste corazón babeará en la popa, afuera izan las velas por el mundo nuevo que se viene, afuera esperan la señal del viento para zarpar, más allá de Finisterre, hacia la tierra sin mal, la verdadera terra incognita.

 

Escribo mirando la lluvia en la última ventana de las habitaciones superiores del bar del puerto, aunque cualquier vista terminal del mundo podría ofrecer deleites similares al del sifón colorado en la silla amarilla, la escalera detrás de la biblioteca y los ventiladores programados con el sonido de las siestas.

El tiempo que arrebatamos es el tiempo que nos queda, la soledad del centímetro. Para escribir para mí tendría que robar un tiempo que no me corresponde. En realidad, yo siempre pedí prestado: le sacaba tiempo a mi futuro invirtiéndolo en presente; ahora no hay tiempo, es todo presente. Y necesito tiempo.

Hace rato que dejé de escribir para mí, dejé de sentirme chiquita. Quise escribir centirme y me censuré, ja. Centirme porque quiero volver a sentir en centímetro, o más chiquito. Te queda bien la cicatriz.


Así cae mi sombra, y menos mal. Hacía rato que estaba inflada en la punta de mi ego pensando en escribir de cierta forma o para cierto público, buscando, digamos, unx lectore, como quien dice, cuando había obliterado la presencia de mí misma, quién sabe por qué a lo largo de los años había construido una cierta distancia entre lo que escribía y mi propia mente, una distancia que ahora mismo intento salvar, entre mates y mi amigo invencible.

Había olvidado escribir para ordenar el pensar, ese tipo de usos de la escritura, por adoptar una actitud de profeta que los guaraníes conocían —y evitaban— tan bien, por eso te tiraban esa de que “la Palabra no se ata” y su contacto con Dios era —y Es— mediante la música, lo que los hace, desde tiempo imaguaré, misteriosos para juera. La palabra dura y nuestro pecado fue durar, ver el tiempo correr con la misma conciencia del primer día, ver el tiempo correr

“cuando uno moje la cabeza, en verdad la perderá”

 

La última de las mutaciones

el final del Caos

el comienzo del Orden.

 

Nuestro pecado fue durar

ver el tiempo correr


como los vampiros

 

yo, que vine a veranear como Bolaño,

a ver y sentir y ser

                                                      dejando en la playa un cadáver bonito

a saquear un poco alguna librería

a dejar y sentir y ser un poco

                                                       el Amor

 

Aviso parroquial: 

los reyes son los padres,

como los planetas,

y los ríos, los montes, las montañas

son los abuelos.

 

 

 

Un amigo invencible como un mate amargo. Querés ser o querés perdurar, pregunta duramente con la palabra dura. La sed puede llegar a ser grave. Es sol y agua con lavandina para sacar el moho de los filtros. Es el agua haciéndose gota a gota, el río más largo del mundo que subimos en otra lectura de Obligado, con el dolor de los fuelles y la voz estrellada, con sus pausas como olas que hace un barco sobre el pariente del mar.

Como humanes somos mezclas raras, contradicciones, usamos un traje raro al que le han (y hemos) zurcido parches de civilización, un humanx tocando a otrx, un parche nuevo, la voz de Liliana Herrero como una cicatriz rumiando el día de los negros, la voz de Horacio González que abarcaba toda una Patria fumándose unos charros en Chajarí.

 

 

 


 

A veces no hace falta mucho para perderse, basta la imagen del puerto. Cuarenta dibujos ahí en el piso. La primera vez que besé a la gitana fue una noche perdida de otoño. Sabía que me estaba enamorando y no dije nada, argumenté razones que no comprendí nunca después y me fui; creo que una parte de mí comprendía el carácter explosivo que tomaría nuestra relación y me piré. Pero el destino va y vuelve y siempre está en el mismo lugar.

Era amiga de unos amigos. Trabajaba en un hotel sobre la calle Libertad. Había vuelto hace poco de unas semanas de laburito en Montevideo o Mar del Plata, en otro más de esos ignotos otoños, olvidados entre flores, tambores y/o pastillas. Creo que habló de Alex de La Iglesia, creo que había un festival de cine, en fin, ahora estaba en el primer subsuelo del hotel del Sol, donde la empresa para la que trabajaba (mos) había emplazado un Consultorio Sentimental para Exiliados de la Cotidianeidad.



No quisiera hablar con la jerga del camino ni la de los subterráneos, pero es que en aquella época todo tenía cierto tufillo a Kerouac, Ginsberg, Burroughs, a toda esa runfla de arrebatados, tan bitnik (sic) que te volteaba, todo musicalizado por Manu Chao o Eddie Vedder, reversionando Fuerza Natural, todo puesto uno al lado de otro es algo que si bien un poco me avergüenza, se torna una escala inevitable. Mi literatura del Yo venía con Anne Sexton, Clarice Lispector y los fragmentos de Barthés, haciendo odas a Viceroy con el gringuito Mac de Marco, sin por ello dejar mis mañanas Demon Days y siestas Natiruts, adeus mamaezinha. Quería salirme de mí misma y descubrí en Pexoa un camino abierto.

Bajé del barco promediando la primavera de aquel año tormentoso. En el puerto no había nadie, sólo la lluvia y las luces de los puestos automatizados de café instantáneo que comenzaban a encenderse. En la parada de colectivos fumé un cigarrillo y me acomodé la boina pensando en la invitación del Chelo para ir a visitarlo.

El río va creciendo. Ríe, aunque el caudal va cobrando lunas al mar. Me aconsejan que baje sobre Gallardo, a dos cuadras del lago, en la colina verde del cerro que en invierno hacía las delicias de los amantes de la nieve. Es de noche, el Chelo me espera fumándose un pucho en el portal de su departamento. Todavía llovía, tenía una risa guardada en la recámara y los ojos rojos.

Subí, dijo, estamos con les muchaches. Una era un gringa santafecina de unos dos metros y boina llamada Michelle; el otro, un santiagueño con vozarrón de duende y monte que se llamaba Gabriel, y que en ese mismo momento tocaba un mbaraká mientras Michelle acercaba cuatro vasos y servía whisky porque sí, porque era miércoles y llovía en la isla y llegó la amiga del Chelo.

Gabi se puso a cantar un sueño, una pesadilla donde los hombres se mataban y se hablaba de la Salamanca. Es de Jacinto Piedra, dijo un rato después, quebrando el silencio reinante desde el momento en que dejó de cantar para empinar el whisky. Un profeta del monte, sentenció.  Siento un humo como familiar, una batería electrónica, Michelle me acerca un porro, el Chelo pasa una birra. Esto, dice, es el submarino, y tira el whisky dentro de la birra. De un saque desaparece el submarino. Michelle saca otra guitarra de alguna parte y se ponen a tocar a cuatro manos la Luna de Rasquí.

Un centinela de los dioses mayores que en ningún momento puede dormir, dice de Milton Pessoa.

Hay un santo para cada pecador, como quien dice, piensa con el mate relavado. Para Tomás había un mapa, para Eduardo era una historia de entre puertos que nació donde el marinero embarcó en el Crucero del Norte. Aquella también fue la unánime noche, de regreso Mirta, una igual a la que Emma utilizó para plasmar su venganza. Siempre está volviendo uno, dijo el Turco. Es así en estas terminales, tan neurálgicas. Aterriza cada uno, ni hablar de los que parten.

Podría trabajar de guardaparques en Amaicha cuando no hay nadie, cuando aparecen los espíritus de los campings y una se pone a charlar con el fuego. San Wachuma, dijo, enhebrando en el viento un pedido a Pacha Cuti, al hermano, al maestro. El llamado había sido algo raro, tenía que que consultarlo.

Cada vez hace más calor en Pinedo. Al final parece que vamos a estar más cerca de los muchachos arltianos que de alguna otra secta literaria. Lo comprendió bien y tarde Cortázar, lo entendió hasta Bolaño: la literatura francesa termina haciendo mal. Lo comprendieron Walsh y Piglia, cada cual por su lado. Walsh borgeano revolucionario, Piglia borgeano conspiranoico, sin ganas de completar y salir porque el juego en realidad estaba en hacer salir y devolver al lector cambiado, o el mundo cambiado, como si robara un libro, como si lo que estuviera leyendo fuera robado o cubierto por el manto de la ilegalidad, marcado por los rastros de una y mil lecturas afiebradas, el lector abriéndose paso en la estancia de la Eterna y en los matorrales del Estero para ser Lector. La circulación antes restringida ahora al alcance de la mano y potencialmente universal, libros por todas partes gracias a los diarios de Emilio Renzi. Algún día alguien habrá de hacer la lista de escritores a favor de la piratería, aunque supongo debe haber una distribuida por los servicios. Seguro Alan Pauls no arranca con un mate.

Recordé lo que pasó, a los ausentes, a los amores muertos. Sentí sobre la espalda el triste pesar de la nostalgia. Las cosas que trae el exilio, la ausencia de papeles, incluyendo el pasaporte quemado a las risotadas en aquella escena alephoide a la que alude el Salmón, otro apátrida en toda regla, otro ciudadano de la humanidad.

El argenchino y la tradición, Evita, Borges, el Diego, Charly, Messi, Mario Bofill, Isaco Abitbol, los anteojos de Piglia, la profunda comprensión de la naturaleza kafkiana del universo que nos toca y su posible salida pessoana. Teresa Parodi ministra de Cultura.

Si el Universo es aprensible debe ser por la noción de Espacio. La distancia como un postergamiento del deseo, la dilatación infatigable de todas las cosas, algo debe tener que ver con el calentamiento global, la tendencia a la pachorrización de las siestas, todo el paso previo al vampirismo faulkneariano.

I took a pencil hidden inside a red haired Van Gogh-llama, selfportrayed. Wich I think It’s awesome, if you ask. You know, the picture shows the impressionist dutch llama without her red haired llama ear. Brought to us by the kindness of Standard Electric. La pintura es otra cosa tan intervenida como el lenguaje, otro lugar al que omitir intro, como el imperialismo de Francia con los países africanos denunciado por una política de derecha.

 


 

 

Llegué a las cuatro de la mañana. Con esa boina pareces el Che Guevara, dijo uno al verme salir de la terminal. Mientras subía la mochila al asiento trasero del Clio de mi compañera la voz me preguntó si creía en la distribución de la riqueza, le dije que sí pero que ahora no tenía un peso, entrando la mochila y dándome la vuelta.  Tenía cuarenta años, era calvo y blanco Standard Electric como aquellos electrodomésticos que jamás cambiaban su color, camisa, cinto, jeans y mocasines. Vos no sos comunista, forra, dijo el pelado, sos una careta; parecía resfriado. Yo no soy comunista, yo soy pe-ro-nis-ta, le dije, y Perón creía en el trabajo, así que si querés un consejo, andá a laburar, compañero. Yo soy apolítico, me gritó. Sí, se nota, no hace falta que aclares a qué te referís, le respondí. El semáforo se puso en verde y nos fuimos. En el retrovisor veíamos un pelado enojado, agitando los brazos al grito de ¡peronista!, ¡peronista!

La única persona que se hace daño en un engaño es unx mismx, como esos viejos que cada tanto, cuando están volviendo las canas, desaparecen una tarde, sin decir nada a nadie, para regresar horas o días más tarde, con el color de la noche y como si nada hubiera ocurrido. Trabajábamos con uno que era así, un viejo de Peñón del Águila que cada tanto se perdía caminando, cuando se le ponía nublado, para después volver al rato con una gaseosa, unos gramos de jamón y queso, un poco de pan francés y un negro azabache como el de Harry Potter en los libros. Una siesta tuvimos que interrumpir su ritual por una urgencia en el laburo. Se había cortado la luz en el pueblo. Cuando llegó fue Juancito el que notó que había algo raro. El viejo hablaba como si nada pasara mientras buscaba una taza en la penumbra. Viejo, ¿pasó algo? Nada, no, no. Tenía el incendio del poniente sobre el quincho, caoba número cinco. Y encima en el apuro por el corte de luz, en el coiffeur le pintaron hasta las orejas.

virgo/acuario. mercurio/urano. el astrológo. La astrología es el álgebra de la vida. Ya está rancia la magdalena, parece de piedra como aquel que se llevó a don Giovanni. Nueva reedición! Manual Visual Zodiac. Guía explicativa de las 78 cartas. Sugerencias de uso-tipos de tiradas. geminis/virgo-venus/Neptuno.tauro, piscis. Alejandro Christian Luna. Nil Orange. ISBN 978-3-00-045327

zapatos mojados, geminis-leo dada vuelta, un tere sin hielo, caliente como la tarde. Cortes en una foto. Si es que el tiempo existe quiero estar, si todo es una foto quiero estar, el lado más realista de los Vampizónicos del Oeste. Gran banda, macumbiera. Escribo de a partes, como cortes en una foto, quizás los pedazos se junten más adelante, en la vida y en el texto, terminando por mostrar esto que soy y que estoy buscando, porque es la búsqueda de todx humanx, el camino hacia el autoconocimiento antes que el reloj de plastilina venga a recordarnos la herida vampírica que permitió aquella victoria tan pírrica —aunque maravillosa— sobre la Nada, para Nacer en el Mundo y Ser, y Respirar y Sentir a bordo de estas máquinas que llamamos Cuerpos y que, curiosamente, también Somos.

Escribo sobre un cuaderno con la cara de Kupuka, lo que algún pibe trasnochado habrá soñado era el rostro de Kupuka, incluyendo sus barbas de raíces; escribo con fibra verde para detectar daltónicos políticos, porque ando perseguida como Phillip Dick. Ando tramando literatura con un lápiz robado del psicotécnico que nunca hice pero del que se todos los trucos. Ando pensando en palabras porque al final la perversión no tiene precio —¿para qué nombrarte, TR-808?

Ando pensando en palabras para ubicarme en tiempo y espacio, tan cierto como que es de madrugada y está lloviendo, otra vez, y otra vez está empezando a afinar la alborada el gallo, así de fina es la sintonía de realidad de grillos y hormigas que respiro, y un ventilador se mueve en la pieza donde duerme la gitana, mientras Lucifer y Copo de Acero merodean yo me ato a las palabras y salto entre y griegas como una mona en el Amanecer de los Tiempos, balanceándome entre lianas de una espesa y olvidada Babilonia, encontrando al fondo del silencio el sonido de una guaracha.

Ella y el fuego huérfano donde Lisandro nos cantó la bienvenida a los esteros, místico Mishky Mayu, dulzura cicatrizante que sana y deja marca, como todo tatuaje.

Todos saben que llevo un mapa del cielo y que vine buscando el cometa verde

¿21 horas? ¿Horas?

Lamentación por la pérdida.

Gloria del placer.

Ruina de la belleza.

Final de la vida.

Sé hasta la lágrima.

Lavatorio o purificación de cuerpo y pertenencias.

Velorio

Quema del cuerpo simbólico.

Escultura de una llama o caballo para acompañar.

Plegarias.

Novenas.

Misas.

Despacho del alma.

 

Ajayu es espíritu, ayni es compartir.

Sé hasta la lágrima.

Mi filosofía es devolver el cuerpo gastado. Esto incluye también la mente, por supuesto, aquella suerte de constructo erigido a la ficción tiene razón de ser y ser vivida: somos porque somos cuerpo, además de conciencia. Creo que el cuerpo como símbolo del ego va muy bien, aunque podría pasar como un relato realista y derivar, como todo por ahí, en la entropía, desorden astrológico puro y duro, el mismísimo Caos. Cuando una comprende que es cuando no es aparecen las nociones de Cosmos y todo va bien, vuelve el propio río al cauce como un náufrago al que recogen los samaritanos de la stultífera navis literaturae.

Ja, pasa por tilinga provinciana, por amar las estrellas tanto como ellas tienen ganas de encontrarnos, por amar a Julián Zini y a Clarice Lispector, y a Madariaga y a Caeiro, y a Selva Almada, y quiero nombrarte, sombra terrible de Cortázar, como toda tilinga provinciana, porque nos acercaste a Poedelaire, a Keats y a Crevel, y también a los gatos de la escuela de Frankfurt, ¡y al mismísimo San Juan Bolaño, en cierta forma!

Sé hasta la lágrima. Por la lluvia la tensión sube y baja; la heladera aguanta como campeona. Hay problemas con el sistema de tuberías que va desde la bomba al tanque de agua; caños de pvc de poca circunferencia para tanta presión. Es una bomba igual a la que usan allá los petroleros, el agua sale bien fresca. Anda bolada, hace un poco de base pero no le va mal. De repente recuerda un recital en un polideportivo de algún verano perdido en Mar del Plata, un montón de camisetas de Independiente por la calle, una pareja de viejos hippones rolingas gesellianos que quizá harían sonrojar a Saccomanno pero que la introdujeron en 201, se excusa, ¡las joyas que trae García!

 


 

 

¡Qué rápido amanece y todo vuela por los aires! A bendecir a Morfeo y también al disco celoso y a los cuatro mastines del Universo antes de caer rendida con ella, con ganas de encenderla como siempre, como aquel final de calendario hace siete años de buena suerte. Qué locura, cuando una cree en la suerte desde chica nunca toma dimensión REAL, ni con el paso de los años, que la superchería podría llegar a caerse. La buena suerte, la buena estrella me acompañan desde siempre, me guían aunque lo olvide, aunque silbe el tren, aunque termine quién sabe cuándo esta bendita lluvia!

Arriba K’un, lo Receptivo.

 

Abajo K’an, lo Abismal.

 

Sé que el Cosmos cuida a todos por igual, es el poder de lo grande. Tr Πὡç. Prescencia.

 

Un poema de una sola línea, otra historia de tres cartas, otra cartografía historiadora, porque ¿qué otra cosa es la escritura?

 

A veces se abre una distorsión en la materia y eso es la Realidad, la puerta a la que tenemos acceso, al menos. Alguno ha reclamado la ingenuidad de esta afirmación, y aunque es cierto que los profetas han osado lanzarse a predicar en los desiertos de la era del aire, han sido lapidados a su tiempo, quizá con cierto sentido de justicia. Ahora, en el terreno yermo, yerguen fantasmas a los que se intuyen profundas miradas de fuego y lenguas malditas que largan venenos helados, capaces de penetrar el hocico de curiosos superhéroes, vedados del paso a los maizales que saludan al sol entre zapallos y melones, y a los crisantemos velando por el espíritu de los muertos, todas plantas maestras de la señorita Linneaus.

Recuerdo un truco con el Diablo, una noche de luna, entre dos edificios dorados. El tiempo está desquiciado, dijo, violando al príncipe Hamlet en aquella oscura calle de piedra. Si hubiera sabido que antes de 2666 tenía que leer los Detectives Salvajes quizá me habría salvado de encontrarme con el Ángel Caído aquella tarde de Roma.

Escribo desdentada, al borde de la ceguera, con un oído muerto al que hablan quienes ya no están. Otra tormenta de verano se acerca virulenta, trayendo noticias del mar. De repente recuerdo el amanecer después de la noche en que el Negro había intentado suicidarse. Tenía un naranja intenso del que se vislumbraba un núcleo fuego y un amarillo pálido como el de aquella voz de calandria que le evitó el salto del séptimo piso hacia los ecos que en los charcos hacían las luces de la ciudad y los pasos de la gitana, tan cerca de Rodríguez Peña, tan cerca de plaza España, tan lejos del puente y la costanera y las ardientes playas del Paraná.

El diablo está en los detalles, en la música de Gabi, en la caminata alucinada desde la casa de unos perucas, de Termini a Trastevere tomando Peronis como agua, pensando en la libertad, cuando en unas escaleras conocimos a Elie y Sophie, que parecían calcos de esa película de los hermanitos ambientada en mayo del 68’, dos énfants terribles e incestuosos llenos de elegancia y de misterio. Para el Negro en aquel entonces toda ciudad era La Ciudad, aquella Babilonia de Crevel que también hallaba en alguna calle de Marsella en compañía de Sacha, algún portal de terminaciones árabes con Tatiana, algún hueco secreto al río.

 

La tormenta se está yendo,

en la piedra está el secreto del mago;

casi muere achurado un par de veces:

en el pueblo de Dalí,

en el lecho del Turia

 

después del caramelo y el mahara

 

Había una vez

un Tornillo llamado AnaLuz

un viaje por mil mesetas

de sexo salvaje con el Anti-Edipo,

más pirucho que el Anti-Cristo

o la Anti-Materia.

 

La batalla es contra el no-Ser,

dijo un árbol amigo una noche junto al lago. Por ahí anda la serpiente, en las tierras de Horacio, quizá tratando de buscarse un lugar bajo la lluvia, un hueco alto, quizá dispuesta a seguir la corriente, hacia alguna rama, algún tronco viejo, o la barranca, ¡la arena húmeda de cualquier playa! Cuando sube el agua…

El agua trae, el agua lleva, fluye. Hay un altar en lo profundo del monte, donde duerme la polilla, donde el sol hace dibujos, en la sombra húmeda de la falda de la montaña, hondo, bien profundo en la penumbra hay que buscar el altar, donde siempre hay un fuego apagado, como sordo ya, un fuego fantasma, un fuego espejo mágico, que no quema pero arde en otra dimensión. En el fondo de la selva hay muchas cosas, sospecha.

Más allá de la puerta de Tannhäuser, comiendo melones con la ayuda de una linterna y agua con limón, medio limón Mallarmé medio limón, la materia es perceptible y la manteca de marimba también. Toda prosa es política y Fernando Pessoa es la Humanidad. En el escritorio se derrite una vela sobre la sal; afuera llueve; Tupá, Ñandeyara se está haciendo notar.

Chupame bien la cajeta, Ovidio. Qué extraño encontrar un Maestro en el maestro Laiseca, qué extraño encontrar un parentesco lejano con su forma de habitar y ejercer el Lenguaje, su mundo de máquinas y magos y chinos y Sorias. Igual, cualquiera puede emparentarse con cualquiera, y hay parentescos tan lejanos que llegan a ser Cósmicos, como sentir que venís de Sirio, canis major, nada se perderá como lágrimas en la lluvia porque a veces directamente no hay lágrima y sí lluvia e igual perdura el sentimiento. De donde yo vengo, a estar con el alma bajo la lluvia se le llama Chamamé, y también tiene su lenguaje propio, su apertura dimensional, su manto exploratorio y explicativo que disputamos como Realidad. Todo preso es político y todes tenemos cuadernos de la cárcel, así no más es: todo veneno enseña en proporción de su letalidad (precio de la vista).

 


 

 

“Sólo contra Dios no hay veneno”

 

La locura cotidiana de disfrazar lo innecesario. Si fuera al revés no sería locura. Sin embargo, locura podría significar la ausencia, la no-máscara, el delirio de una falopera de Asun York. Gloria a los hermanos y hermanas del Iberá, aquellos sabios de Ituzaingó, ¡gloria a los dibujantes de mi tierra!, a los paisajistas de pago chico que interpretaron los silencios de la siesta, aquellos brujos que desataron para siempre el Cordón.

El precio de la vida es el adiós a la muerte, lo dijo Jesucristo y también Julián Zini.

Otra definición de vampiro que está en los libros de los jesuitas de las misiones. En Europa estaba el dato desde el s.XV. Se dice que el mismísimo Cabeza de Vaca Narvaja (?) naufragó buscando a los Ios y que en la profundidad del Iguazú halló un indicio. Hay detalles que sólo supo el rey. En aquellas tierras Rosa Guarú tomó a San Martín como su ahijado. Hoy sabemos que más bien fue una relación maestra-discípulo.

Gloria a don José, el chupatetas del Taragüí, solía cantar un caú, glosa un conocido verso de Septum Sapiencieri. Medio limón, Ñandeyara, medio limón. O pomelo rosado, rohayhu yvotí che kuñataí, dicen que decía el General, aunque escrito sale impostado y hay un hueco que es difícil de llenar sin otro hablante. Los Mbya hablan como los pájaros, jamás se ocuparon de su Historia porque iba con ellos a donde fueren, llena de melodías que imitaban los sonidos de la Tierra Sin Mal que buscaban y todavía buscan.

 

¿Sabés por qué Nietszche terminó hablando con caballos? Porque eran los únicos que lo entendían. Lo entendían tanto como él a ellos. Para algunos ya estaba loco desde el nacimiento de la tragedia. El bueno de Federico también creía en Ouroboros. Una siempre está volviendo. Es posible arrastrar toda historia hacia el fondo de olla del gnosticismo, lo sé, como buena gnóstica, pero sobre todo como buena borgeana. Una vez fuimos a un encuentro, en Tucumán, fuimos con Sofía a un localcito que alquilaban sobre la plaza frente a la estación de tren, hablaron de los cadáveres de los pájaros, de las dimensiones, de lo dura que estaba la realidad. Después comimos pizza en la vereda como hacíamos en aquel entonces. Eran otros tiempos, no andábamos con guardaespaldas, no éramos ni síndicos ni la batería electrónica del príncipe de Caballito, éramos la negación, el no principio, el no final, el ersatz zen.