domingo, 2 de diciembre de 2018

Inundaciones (fragmento de novela)


El Centro de Misterios se reunía, de forma clandestina, en lugares dispersos del pueblo. Funcionaba como motor revolucionario, disfrazado de grupo de autoayuda, con terapeuta y todo. Siempre se llevaban dos tareas al hogar, la tarea superficial y la profunda. Nunca sabían cuál era cual, a veces se tonificaba una sentencia y otras la otra, y se hacía difícil distinguir entre consignas idiotas y los fuegos de octubre, nombre en código con el que delimitaban las acciones enmarcadas en el acto libertario. Algunas veces, por ejemplo, salían en grupos de dos a realizar actos de vandalismo. Básicamente, pintar paredes. Lo que puede parecer fácil, pero bajo una lluvia torrencial nada es lo que parece. De todas formas, tenían a Magoya. Acciones poéticas, les decían, para disimular. A veces, de madrugada, para pasar el frío, entre sorbos de whisky y cigarros mojados, le preguntaban a Fidel por sus orígenes. Respondía cosas diferentes cada vez, siempre igual de inverosímiles, mágicas. La que más les gustaba oír era una que luego de algunos carraspeos arrancaba más o menos así:




“Una noche me fui, por la tangente de la cerca. Seguí, bordeando el vallado transitorio que abríamos y cerrábamos como forma precaria de delimitar una propiedad, y me perdí en la noche. Vagué interminablemente, en una huida sutil, hacia el olvido de todo lo conocido. Aquella noche nací de nuevo. Lo único que conocía del mundo era ese lugar que desplazábamos cada cierta cantidad de tiempo, ese lugar que llamábamos hogar, con su cálida luz de reflectores, con sus banquetas de madera, con su estructura arenosa en el centro, que aunque cambiaba de locación siempre era la misma, siempre brillante y verdosa por las noches, cuando se iban los visitantes, visitantes a los que mostrábamos un poco del otro lado de un espejo hundido, a cambio de retazos pintados de papel, que el administrador juntaba en una cajita oculta en su remolque, y que nunca veíamos ni necesitábamos mirar, aunque sabíamos que era lo que estructuraba nuestro mundo con el de ellos, lo que nos permitía vivir como brumas en olvidados baldíos de periferias de ciudades que veíamos, desde la ventana de colectivos viejos, como entre sueños líquidos. Tanta pomposa sinfonía envolvía ciertos ritos, como el armado del hogar, un trabajo de mil manos amorosas, o al menos necesitadas de amor, que se extendían abiertas para extender la lona, para clavar las estacas, estacas que eran nuestro punto más débil, nosotros, vampiros escondidos de la moderna civilización, intercambiando trapos, risas y aplausos por pedazos de energía, el motor que mueve al mundo, disfrazada de tantas cosas. Pequeños ritos que ya no compartiré, ahora que he partido, y que sin embargo observo casi con nostalgia, una fresca nostalgia de zapatos mojados bajo una tormenta interminable, casi cuarenta días lloviendo en este pueblo perdido, al que no podemos sacar una miserable mueca, estancado como está bajo la tormenta el pueblito, estaqueado como está el pueblito, cercado por monstruos más temibles que nosotros. A veces ando perdido por las calles más alejadas del pueblo, mientras miro para adelante, y pienso para atrás, intentando reordenar un conjunto de imágenes que tal vez pueblen un recuerdo, que tal vez hagan ver la dirección hacia la que me dirijo. Vampiros somos, decía, y nos escondemos tras disfraces y caras pintadas, circulando marginales por un mundo que ya nos ha dejado atrás aunque, se sabe, el mayor truco del diablo fue convencer al hombre que no existía. No nos comparo con tal bestia, que deambula por otros rincones, pero el fraseo se apresta para mojar un ejemplo, como si hiciera falta. Tan ricos y jugosos retazos de energía tomábamos del otro, tanta falta nos hacía, como respirar. Una gran familia éramos, cada cual cumpliendo un acto, mostrando su acto, en parte, pero siempre escondiendo los lugares donde ocurría la magia, la prestidigitación vulgar y mecánica donde ocurría lo importante, el tránsito entre mundos de la energía. Brujos, vampiros, bebedores de la sangre oculta en el aire, en la firma de las cosas, tomábamos lo que necesitábamos de cada individuo, en una transa que el otro siempre hacía con gusto, con domesticado placer, creyendo que el papelito pintado con rostros y números era lo que importaba, nos llevábamos siempre un poco más, un eco en la nada, un acorde inacabado, el susurro final de las noches cuando todo se apagaba. Nací en ese lugar, crecí en ese lugar, abordar a los seres fue mi primera instrucción, me enseñaron los mayores a dibujar una sonrisa, a escamotear la atención mientras los demás laburaban, nadie puede negarle los ojos a un niño, nadie puede escindirse de su magnetismo, decían, y tenían razón, era como un foco ambulante, con la cara pintada, primero por papá, un espejo distorsionado, enorme, de mis días, luego por cuenta propia, el maquillaje para reforzar los rasgos compradores, el polvo blanco para esconder la pálida y fría piel, los labios rojos, las mejillas con rubor, los ojos delineados, las ropas agujereadas, enormes, heredadas, los zapatos que todavía se llenan con agua y chillan, las pelotas y las cartas escondidas en los bolsillos, la chanza fácil, en la punta de la lengua, las lágrimas tragadas con la saliva, entre infusiones amargas, cuando todo se apagaba, fumando las noches con los grillos y los trapecistas, mujeres y hombres de altura, algunas noches las cenas ensanguchadas con los muchachos de seguridad, cargados con modernas espadas, pequeñas, que entran bajo el sobaco y dejan besos que queman hasta la muerte, y que nunca usaban ni usarían porque no había ganas de intercambiar nada por un par de balas, pero que servían de potente disuasor a los que temían quedar bajo las redes del ultimo velo de la araña tejedora de los cuentos, muchachos que se hacían los duros y que más de una vez mientras crecía vi llorar, cuando un aroma los llevaba de vuelta al patio mojado de su casa, una casa de la que fueron arrebatados por la aventura y el misterio o de la que simplemente huyeron en la firma del contrato, el mismo contrato que he roto porque nunca he firmado, yo, nacido y crecido bajo estas lonas, pisando aserrín, besando las hierbas de la noche. Ciertamente era un mundo mágico en el que vivía, con pequeños, minúsculos, excéntricos grupos que en este grupo nada tenían de excéntrico, algo que era como un manto de ortodoxa heterodoxia cubría el desvarío de ser distintos a una masa humana de la que nos nutríamos -y a la que despreciábamos entre actos, al observar lo mansos que se perfilaban al matadero-. Ladrones de ganado, éramos, a las almas perdidas las llevábamos con nosotros, había algo en su roto brillo que las atraía fuertemente hacia donde estábamos, donde quiera que fuese, aumentábamos en número en cada poblado, cada vez mayor el contingente que llamábamos familia que, como toda familia, tenía secretas leyes, rigideces, prohibiciones. Hasta la niebla se aglomera, y tantos seres brumosos no podían ser más que una sola nube, una nube que crecía y que lloraba su silenciosa e invisible lluvia en cada pérfido rincón de la materia, magnetizando, seduciendo a los marginales como nosotros a sumarse, a perderse en el oscuro arcón del olvido, intentando calmar una sed, un ansia de eternidad que, tarde o temprano descubrirían, como todos nosotros hicimos, que el exquisito placer del filo de las cosas se desdobla y se muerde la cola, siempre pide más sangre, más eternidad. Ojos cansados, ojos vivaces. A medida que vamos creciendo vamos aprendiendo nuevos trucos, alguien tiene que maniobrar el fuego, otro tiene que abrir el quiosco, un tercero vender los boletos, y así. Los leones viejos van quedando en el camino, misteriosamente, pero nunca los habíamos añorado, que yo recuerde, más bien degustábamos la médula de sus huesos con los dientes antes de juntar todo para irnos a otro lugar, como un homenaje a los caídos, que siempre vivirían dentro nuestro. ¿Por qué he escapado? Un poco por curiosidad. Otro por tedio. Puede decirse también por amor, por qué no, esa larva habita en cada minúsculo resquicio de las cosas, y además de payaso tengo la maldición de ser poeta, un condenado entre los condenados, un marcado entre los marcados. Todo me llamaba, desde allí afuera, algo como un intento de beber de la copa de la muerte, un deseo urente de apropiarse del manto de las cosas para desnudarlas, me arrojaba a las calles que para mí eran un misterio, más de una vez el deseo me arrojaba a seguir los pasos de desconocidos hasta misteriosas callejas y silenciosos umbrales, metiéndome en el saco de su vida como polizonte comía en sus mesas, dormía en sus mesas, amaba sus cuerpos. Alguna vez iba a pasar que no iba a querer regresar. Presiento, de todas formas, que ya han puesto en marcha los mecanismos para buscarme. Todavía tengo mucho que darles, todavía les sirvo. Por suerte me han enseñado todo lo que saben, puedo esconderme, escindirme, moverme gris entre los seres grises y jamás volver a pisar un arrabal, aunque sepa cuánto tientan las luces cada vez que se anuncia en los pueblos que ha llegado el circo.”




jueves, 11 de octubre de 2018

Conversación cualquiera en el colectivo. Pajaritos, alegres muchachitos.


por la Oruga González




     Veo venir la última parada del bondi. Por lo menos, la última para mí —dijo.

    ¿Qué decís? —replicó.

    Y vos ahí, unos cuantos asientos atrás, subiste tarde. Como siempre, tarde a todos lados —continuó su perorata.

    No entiendo, te ponés a delirar de nada. Estábamos tan bien, dentro de todo —se quejó, impaciente y nervioso.

    Dejame un rato. No sé cómo explicarlo, como ponerle palabras. Por eso colectivos. Siento que estuve en la calle, esperando. Desde siempre, hasta que llegó. Pero llegó porque esperaba. Cuando estuve arriba, ahí arriba. Lo primero que hice fue esperar, mirar. Por la ventanilla, mirando la calle. A ustedes, mirando con ojos, con ansias de compañía, mientras el colectivito de cuarta se movía por las calles. Hasta que se te cruzaron los cables a vos también y decidiste subir.

    No sé por qué tanta alharaca por nada, realmente —se queja, todavía más, el Otro— Por seguirte un poco el juego, te contesto… ¿quién sabe por qué no sube uno antes? Yo no lo sé, es así. Cada uno ve el bondi que vos nombrás (con tu manía de bautizar de alguna forma todo) cuando lo tiene que ver, cada uno se sube cuando tiene que subir, si no sube antes es porque no es momento. En cierto modo, me sacaste una venda. En algún punto de tu recorrido, entre comillas. Tu ansia de interlocutores tuvo que esperar, entonces. Esperar que vos aparecieras —le contestó.

Se sonrieron los dos.

    Pero yo nunca quise el traje que me ponen, que hasta vos me ponés, sin darte cuenta. Soy libertad. Soy libre. Querría compartir alegría, una cosmovisión, una grieta por la que se ingresa al otro terreno. Veo que todo dura un instante, lo siento adentro. Siento venir el final del mío.

    Fijate encima que hablamos de esto, de cosas, de nada. No se puede materializar lo que nos pasa, lo que estamos viviendo, cómo lo estamos viviendo ¿Es una adivinanza, el viaje, el pelotudo colectivo? Mirá que agarro vuelo con estupideces patafísicas de esta estirpe. El viaje comienza antes y termina antes para el que sube antes, si es que creemos que cada uno se baja donde se tiene que bajar. Al final, parece el mismo lugar para todos. Algo hay que devolver gastado, supongo. Te tocará la cruz de haber subido. Veo el alma y veo el cambio. Lo veo en los ojos, en las formas. No puedo parar el tiempo y por eso este tímido pedido de disculpas. Cada uno cargará con la cruz que lleve su justa medida.

    Qué mundo de mierda. El humor un poco frío que recorre las venas de la ciudad, exactamente como un pedido de disculpas, como manto de piedad. Al lumpanaje con casualidades… ¡Nada que ver, no habrá flores en la tumba del pasado! —se rió, porque no existe la literatura seria— ¿Disculpas por qué, a quién? La naturaleza (y la del hombre, minúsculo granito en un todo amorfo) siempre cumple, cierra y abre su infinito círculo. Nace, crece, se reproduce, muere. Todo está dicho... ¿disculpas para qué?, si todo existe dentro del ciclo. La naturaleza del hombre es el cultivo, la cultura. Hay cosas sabias con ese tipo… dios, que imprime la marca, el inconsciente colectivo. El gregarismo es por excelencia el espíritu humano. El ciclo de la vida se repite en menor o en mayor escala, desde la química inorgánica para adelante, todo busca aglomerarse. Hasta la ciudad es un ser viviente, todas tuvieron nacimiento, todas crecen, de forma exponencial, conforme pasan los años, los jugadores, las décadas, los siglos, los milenios. Iba a decir pero, pero me retracto y digo y porque es una consecuencia del surco que vengo haciendo. Y por debajo, por detrás, otra rama va tomando forma. Se va constituyendo una olla a presión. Tantas fuerzas cohabitando la misma geografía, tanta pasión y sangre y calor, todo eso combustiona, permite que un pueblo crezca, pero mientras sigue creciendo, la presión aumenta. En las calles, en cada rincón, en cada baldío, camina en barrios suburbanos, en departamentos junto al río, en viviendas del Estado. En todos lados, la presión aumenta. Naturalmente, estalla. Es un grano, una pústula que sale a la luz, dejando ver el podrido contenido, la fermentada Revolución, algo que va creciendo en sentido contrario, antimateria, fuerza contraria. Es inevitable que surja porque tiene que tomar su lugar en el ciclo. Victoria, guerra, hambre. Y muerte. Revolución. El mundo es mi representación —siguió.

    La revolución también. El inconsciente colectivo es interesante algunas veces. Pensar en las imágenes.

    En toda escala, el ciclo es muy interesante. Con lupa, microscopio o a simple vista. En la mente si hay introspección. Fuera de uno, analizando la economía, la política. Con cosas de todos los días, nada más hay que pasear por los barrios. Las revoluciones avanzan conforme crecen los pueblos, incluso el que habita esta ciudad. Va fistulizándose, abriéndose paso, la fetidez. Sin barreras, porque no existe ni existirá jamás algo que vaya contra la naturaleza. Detrás o delante del círculo no hay nada. El hombre debe aprender a vivir con su rancia conciencia, manteniéndola a raya, hasta finalmente caer, también él, en el ciclo simbólico, y mansamente bajo las redes apagarse, para siempre. ¿Disculpas? Al hombre y la naturaleza, por no aceptarnos, y al no aceptarnos, no permitir cambiarnos. El secreto es la pelea arreglada. Hay que ceder. El hombre debe marchar hacia adelante, debemos dejarnos transfigurar. No quiero tus disculpas —terminó por fin.

    Cada loco con su tema. Qué frío, qué fresca bruma cruza las calles y la plaza. Y entre las calles y la plaza, la gente ausente o con máscaras en vez de rostros. Cada vez son menos los de las máscaras. Pero tal vez sean más los ausentes. Espero hayan ido en la búsqueda de la flor azul tan nombrada.

     Permiso, tengo que bajar. Es mi parada. Permiso, permiso.


jueves, 30 de agosto de 2018

Caniche Toby

por Gregorio Marman











- Compañero, la igualdad implica en lo que concierne a la riqueza, que ningún ciudadano pueda ser tan rico como para comprar a Otro, ni tan pobre como para verse forzado a venderse-, escuchó.

Oh, qué náusea. Se sentía enfermo, Tobías. No le gustaba ese comunista de Juan Santiago, eso de la igualdad y la riqueza era de una blandenguería inaceptable, al menos para este rincón del mundo. Por suerte, hay cosas que van proscribiendo en la reescritura del orbe, barcos que se estrellan en la Nada, antes, justo antes de llegar al puerto.

Nos dicen oligarcas, ¡ja!, ¿Qué saben de la oligarquía? Más metros cuadrados de tierra y cabezas de ganado que familias, más empleados a los que bautizamos con el apellido de papá. Y guita… no sé por qué pero los billetes de ahora con los colores y los animalitos quedan más lindos. Emprendedor, como los grandes de la Patria, se dice Mëdric, mirándose al espejo. Debería afeitarme el bigote, ya me están creciendo los vellos otra vez, piensa.

Titubea, camina solo por el chalet alquilado. Piensa que estar a cargo de 17 de Octubre lo está envejeciendo rápidamente. En vez de hacer un fútbol cada siete días debería jugar dos o tres veces por semana, mientras puede. Salir disfrazado para ver a Juniors los domingos y los jueves de Copa no le gusta mucho, pero es un vicio que no puede dejar, la cancha, y por el momento el horno no está para bollos, con todo el movimiento que hay dentro y fuera del matadero.

Recuerda que había intentado relanzar el equipo de la empresa pero en el torneo interempresarial les fue como el culo, y tuvieron que rajar al Peludo, el genial técnico que su asesor les robó a los Mapuches. No había feeling con los jugadores, escuchó que le decía Jung Acevedo, el famoso delantero, con quien se mensajeaba en la concentración. Siempre le gustó la información privilegiada. Después de todo, era su equipo. Encima jugaron en Siberia, ni Fiodor había podido salir airoso de esas tierras áridas, y eso que tenía más pasta de jugador que su amigo Mick Ferragutto. Qué manera de hacerse mala sangre, ¡deus!

Ah, el matadero no es el cuco, dijo. Se moría de la risa con las confusiones que el mismo incitaba, todo a su alrededor era confusión, en la confusión reinaba, en la confusión se sentía cómodo. 

Bla, bla, bla, hablaba de las nuevas formas, pero era tan torpe, se le caían las palabras que tan bien le habían ordenado en la estantería de su boca, hablando de las nuevas formas, de las variantes de la energía, de los cambios de estado climatológicos, de un pasado iluminado con sus focos, un pasado execrable que como todo pasado no existía más que dentro del discurso del evocador. Y de sus parlantes.

Asustado cuando se iban los parlantes, oía las voces en sus auriculares. El pasado no existe, le decían, el pasado puede ser modificado. En el quincho de su country alquilado al Estado se paseaba con los auriculares puestos, aprendiendo de memoria el orden de la estantería que iría a derramar en los parlantes.

No existe el cuco, dijo, están mal informados. No los culpo, la lluvia torrencial debe haber dañado las telecomunicaciones. Lluvia de mierda, decía, mirando el piso. Si hubiera mirado hacia arriba tal vez hubiera visto el defecto en el sistema de riego del patio. Pero miraba al piso, un piso enchastrado donde se plantaban los yuyos. Le gustaba la medicina de antes, las plantas verdes, bien verdes, pero aparentemente no se afirmaban bien, sólo conseguían brotes de maleza, el ojo del jardinero engorda el plantado, o eso escuchó alguna vez que decían los que sabían. Entonces los jardineros se las llevaban lo más rápido que podían. Van a un lugar más acorde, tranquilo, no pasa nada, decía uno de los cultivadores, cargando el camión, mientras se despedía.

Distante pero fiel, Patricio Cow le guardaba las espaldas, nada de medidas “a la brasileña”, le decía a Don Tobías Mëdric –y repetía para los parlantes-, como si los brasileros hubieran inventado la pólvora. Siempre con la jerga roquefort, militaroide, que tanto le gustaba –y le gusta- al Pato. Y a Tobías, por supuesto. En los ratos libres miraban series de Netflix, o buscaban tesoros enterrados por John Silver en el patio del Matadero, containers hechos de rastis llenos de botellas de ron.

Ignífuga la situación, una carcelaria cacofonía invadía las calles, volvía a circular el miedo entre las góndolas. Venecia está tan lejos, pensaba melancólico. 

Si me pongo loco puedo hacerles mucho daño, dijo en una rueda de prensa, y muchos entendieron. Algunos se asustaron con el grado de psicopatía, a otros les pareció más bien triste la pantomima. Pero, ¿cómo podría saber cómo actuar? Nunca tuvo la dicotomía moral de ceder el asiento, nunca viajó parado, porque nunca se subió al colectivo para volver a casa.

- Tobías, ¡Tobías!

- Abuela, no jorobe, por favor.

- Señor Mëdric, disculpe... tendremos que filmar de nuevo, la idea es que se vea cansado pero preocupado y amable. 



sábado, 25 de agosto de 2018

sábado, 18 de agosto de 2018

Pinturas de guerra






Alguien construyó la alfombra. El periodismo produce hechos, ya no los comenta. Se habrán aburrido. Dice un dolape que donde hay poder, hay resistencia, es cierto. Todo se va plegando simétricamente, las cosas que existen perviven sobre la alfombra. Al ángel redentor de la historia hay que ir a buscarlo al tacho de basura.

La resistencia existente es aquella que necesita ése poder para persistir, para ser. Las luces alumbran a los tocados, esos buenos muchachos tienen respuesta para todo y nunca se bajan del caballo, aunque realizan sus visitas higiénicas a los pobres nunca les faltó un mendrugo. Visitas que, por otra parte, luego de realizadas repugnan sus inconscientes, tan privados y personales, pero es algo que hay que hacer, se dicen mientras se limpian los dientes blancos, una necesidad, pintar de cartón el mundo para moverlo por detrás, ese estilo de historias para dormir de noche. Luego de cada timbreo lavarse las manos con alcogel, la cabeza con nieve nasal, los ojos con retiros en Chapadmalal. Otra que la máquina de pescar pájaros, la eterna profilaxis histórica, que no se nos vaya a pegar la miseria.

Y mientras tanto los de abajo siempre deambulamos a pie, las plantas gruesas y descalzas, las manchas de viejo barro. El deseo es el motor del cambio, el instante previo a despertar. La resistencia se realiza deconstruyendo la dialéctica esclava del poder, un poder que no ha cesado de vencer. Ojo con dejar que se privatice la libertad, con creer que la sangre derramada será la bebida de los de abajo. Darle lumbre a la esperanza, eterna fumanchera en las esquinas, acompañante de utopías y sueños populares, blanquicelestes.

jueves, 9 de agosto de 2018

Una historia en tres actos

Presentamos un escrito de nuestro nuevo colaborador, el señor Sebastián Trujillo.





I. ORIGEN y FE

Creo en vos DIOS
aunque se que no EXISTES.

Porque si creo en el sol,
porque si creo en la flor,
habrá luz y calor,
habrá perfume y color.

Creo en vos DIOS hermano
porque sos vos
el que me ayuda cuando me caigo
¡Ya sé que no es EL¡
Yo sé que no EXISTE.

Déjenme con mi extraña fe,
feliz y engañado vivir como sé,
déjenme…. ya sé,
DIOS no EXISTE……pero ES.


Cuando en los albores de mi adolescencia, el “mono” Sotelo Borderes me entusiasmó con la lectura de la filosofía, allá en la “Sucursal del Cielo” como se conoce a mi pueblo natal, entre tantas cosas que leímos en el refugio de su pieza escuchando a Gieco, al “flaco” Spinetta, Hendrix, Led Zeppelín o Deep Purple, se encontraba esta poesía que nunca supimos de quién era.

Finalizada la secundaria él partió a La Plata a estudiar filosofía y yo a Corrientes a cumplir con el mandato de la clase media: tener un título universitario.

Papá bohemio y mamá docente, mezcla explosiva por las miradas diferentes en cuanto al orden de importancia que tenían para nuestra formación y nuestro futuro el culto a la amistad, el desinterés por lo material, la solidaridad, el cumplimiento de la palabra, la formación profesional, la responsabilidad.

Creo que por suerte nuestros ADN tienen dosis muy equilibradas de las inquietudes de mi madre y de la bonhomía y bohemia de mi padre. Fue esa parte de bohemia la que me empujó a la búsqueda despreocupada de las verdades de la vida y al culto absoluto de la amistad hasta que, en un punto, la visión de mi madre respecto al futuro adquirió preponderancia y me tomé el tren a Corrientes.

Rápidamente quedaron atrás los delirios del ser o del no ser y me metí de lleno en la aventura universitaria y, entre las tantas cosas que quedaron desatendidas y olvidadas en algún rincón con telarañas de mi cabeza adolescente, se encontraba esta poesía hasta que….





II. FRANCISCO, SU MAMA y “EL CHENTE”

En Corrientes, me reencontré con mi hermano mellizo que, varios años antes, había salido de la “Sucursal del Cielo” para terminar la secundaria, internado en una escuela agropecuaria, y al concluir, ingresó a la Facultad de Veterinaria. Las características de su carrera determinaron que la mayor parte del tiempo use un amplio guardapolvo blanco, el que junto con su figura de un metro setenta, flaco de barba y pelo largo le daban un aspecto muy semejante a aquel que murió en la cruz y rápidamente el de “Jesús” fue uno de sus apodos.

Pasamos un muy un corto tiempo viviendo en pensiones, pero pronto decidimos alquilar una casa junto con otros amigos, para que sea nuestro propio espacio, nuestro propio universo. La casa era amplia, luminosa, con un living-comedor grande, tres piezas, baño, cocina, un amplio patio y una loza hecha, seguramente, con la esperanza de algún día construir uno u dos pisos más. Sorteamos las habitaciones y en la grande nos ubicamos los hermanos mellizos, en la del medio Juan Carlos y el “enano” Gazzo y en la de atrás Marito y el “mono” Tognola. El “mono” era el único de los habitantes de la casa que no era de la “Sucursal del Cielo”. Estábamos muy contentos con nuestra casa, tanto que hasta le dimos un nombre: “Casablanca”.

Enfrente de Casablanca había una manzana con innumerables casas que no respetaban ningún tipo de urbanización y sobre la cual circulaban versiones respecto de la calidad de sus habitantes, algunas tenebrosas, oscuras que relacionaban a los mismos con el lado más temible y sórdido de los seres humanos. Se comentaba que había ladrones, borrachos, prostitutas y hasta asesinos.

No pasó mucho tiempo hasta que nos dimos cuenta que gran parte de las versiones eran infundadas, si existía una gran pobreza, la que en la mayoría de los casos iba asociada a un alto nivel de ignorancia que a su vez llevaba a que nuestros vecinos tengan pautas culturales muchas veces no compatibles –según nuestra visión de clase media-con el siglo en que vivíamos.

Una de las cosas típicas de nuestros vecinos era la gran cantidad de hijos que tenían las familias. Con suerte muchos de ellos eran de un mismo padre y éste a su vez convivía con la madre. En otros casos el padre era ausente –algunos presos, otros fueron a probar suerte a Buenos Aires y se “olvidaron de su familia” – y en algunos casos era padre y abuelo a la vez, taxativa y no figuradamente hablando.

Una de esas familias numerosas estaba formada por Cleto, que era el proveedor de la familia con su actual profesión de albañil, su esposa (se habían casado por civil y por iglesia en Colonía Carlos Pellegrini donde vivieron hasta que las leyes lo obligaron a dejar su oficio de mariscador y vinieron a la capital para mantener a los tres hijos que ya tenían) y sus actuales ocho hijos –cuatro varones y cuatro mujeres-, el mayor de quince años y la menor de sólo meses.

El hijo mayor se llamaba Francisco y era un adolescente retraído, sin amigos, siempre acompañado de un perro al que él llamaba “el chente”. Rápidamente se enchamigó con mi hermano, quizás porque se enteró que estudiaba veterinaria y veía con que amor y paciencia trataba a los perros –todo lo contrario a mí que cuando más lejos están, mejor-.

“El chente” era de raza indefinida, oriundo como la mayor parte de la familia de los Esteros del Iberá, y nació –según cuenta Francisco el mismo día que él- un 29 de febrero de 1970. Es decir que para un perro, era una edad avanzada la que tenía al momento de desarrollarse los hechos que estoy relatando, podría hasta decirse que era muy longevo.

La mamá de Francisco era una agradable mujer que aparentaba tener unos muy bien llevados cincuenta años. Menuda fue la sorpresa que tuvimos cuando, al tiempo de conocernos y festejando el cumpleaños de alguno de la casa, en un asado hablando de bueyes perdidos, al preguntarle la edad nos contestó que tenía solamente treinta y dos años, pero como le habían anotado dos años después que nació, en su documento figuraba que tenía treinta.

No salíamos todavía de nuestro asombro, cuando las mellizas le preguntaron como se había conocido con su esposo y todas esas cosas que les gustan saber a las mujeres. (Me había olvidado contarles que para esa época los mellizos andábamos de novio con dos hermanas mellizas que estudiaban medicina y que se hicieron muy amigas de la mamá de Francisco y ella les correspondía con su absoluta confianza y les hacia –a las “doctoritas” como las llamaba- depositarias de sus secretos más íntimos.)

Decía que no salíamos de nuestro asombro cuando la respuesta de la mamá fue:” Yo ya les conté que había nacido el Laguna Galarza y que el padre de los guríses era mariscador y que siempre lo miraba pasar con su canoa, hasta que un día yo estaba lavando en la orilla de la laguna y él paró la canoa y sin bajar me preguntó -¿Queré vení a vivir conmigo?-, yo le miré y le pregunté a mi vez -¿No me vas a pegar vó?, entoncé él serio, con cara de ofendido me dijo –No pué- y ahí nomás yo le dije –Bueno y me subí a la canoa y me fui con él-.

Sin salir de nuestro sorpresa por el modo o quizás por la simpleza y la naturalidad con que contaba como había decidido vivir con él y sabiendo que en realidad ella estaba legalmente casada, las chicas le volvieron a preguntar cuando se había casado con papeles y por iglesia. Su respuesta no fue menos simple, comentó que rápidamente quedó embarazada y que la preñez “no fue fácil, parece que el gurí no quería quedar”, se fue a hacer ver en una salita en Colonia Carlos Pellegrini en la que había un médico muy exigente (“mal llevado” fue su expresión) y que le dijo que no le iba atender sino estaba casada como Dios manda y que medio le obligó a que vaya por la iglesia y por el registro civil cosa que el Cleto y ella hicieron rápidamente. Contó además, que inmediatamente de nacido el Francisco, ella volvió a quedar embarazada de la “mayora” de sus hijas y que después que nació, ahí nomás volvió a quedar embarazada del segundo de los varoncitos y que cuando nació éste, fue el tiempo en el que el Cleto no pudo trabajar más de mariscador por culpa de “la ley de la reserva de los estancieros” y se tuvieron que mudar.

“Primero me regresé con los tres chicos a Galarza y el Cleto entró a trabajar en una estancia, donde rápidamente se “desgració” con el capataz y este le denunció y entonces se tuvo que ira changuear a Curuzú Cuatiá y recién me vino a buscar cuando el Francisco tenía como siete u ocho años. Estuvimos muy poquito con mi mamá y pronto un amigo de el Cleto le dijo que en Corrientes había mucho trabajo de albañil porque los milicos estaban construyendo muchas casas. Juntamos nuestras pocas cositas y a nuestros tres hijos y nos venimo para acá.”

Las mellizas, en parte por su curiosidad de mujeres sin hijos y en parte por estar adquiriendo conocimientos médicos por la carrera que estaban cursando, volvieron a la carga con las preguntas y le inquirieron porque tenía tantos hijos. Se pusieron en la piel de dos médicas con experiencia y le aconsejaban respecto a la necesidad de que no tuviera más hijos, que ocho ya eran muchos, que debería cuidarse y que de seguir teniendo hijos podría, incluso, poner en riesgo su salud.

En ese punto quedaron las mujeres conversando entre ellas y la mamá de Francisco, por la confianza que tenía con las “doctoritas”, les comentó que su madre le había enseñado que debía siempre respetar a su hombre, que ella no quería tener más hijos y que en realidad siempre creyó que cuatro hijos, “dos pares de casales”, era el número ideal para una familia. Las chicas insistieron, preguntando porqué tuvo entonces ocho chicos y la respuesta las dejó pasmadas: “Yo la verdá trato de cuidarme, pero viene el hombre y me dice -Dese vuelta que la voy a necesitar-y yo le doy lo que e de él, eso sí ni me muevo, ¡pero igual quedo preñada¡”.

Cómo el ambiente era estimulante, dentro de las confesiones y luego de pedirles la más absoluta de las reservas, les confió que el Cleto era un buen hombre pero que los años, las penurias y la miseria lo fueron cambiando y que últimamente era cada vez más violento, quizás porque ya no había tanto trabajo y pasaba más tiempo sin hacer nada y la junta lo estaba “acorralando” en el alcohol. Tanto cambió, que ni se acuerda de la promesa de amor que le hizo cuando la invitó a vivir con él, cuando le prometió que no le iba a pegar (No pué) y cada vez que el “trago le puede, me desconoce y feo angá. En realidad yo le entiendo al hombre, porque es feo no poder alimentar a tu familia, los que me preocupan son los gurises y sobre todo el Francisco que ya empieza a ser un hombrecito y tengo miedo que se enfrente al padre”.

Cuando después del asado quedamos los cuatro solos y las mellizas comentaron la conversación, reflexionamos sobre la vida que llevaba, su pobreza, la gran cantidad de chicos que tenía, sobre el peso cultural que cargaba siendo en muchos casos sólo la sombra de “su” hombre, que le llevaba a aguantarse los castigos que éste le propina o a obedecerlo cuando tiene necesidades sexuales e incluso no permitirse siquiera tener un orgasmo porque su ignorancia le llevaba a relacionar que, cuando los tuvo, éste fue el causante de sus embarazos.

Fue en este punto que comenzamos embrionariamente a entender porque esta agradable mujer de unos, aparentemente, bien llevados cincuenta años, tenía en realidad treinta y dos. Y en ese momento percibimos que no sólo a la mamá de Francisco le ocurría esto, sino que muchas otras mujeres llevaban una vida similar, y que eso no era justo. Que nunca más cierta la frase “todo depende con el cristal con que se mire”, y que fue una bendición poder mirar con ese otro cristal para así, puestos en la situación del otro, del semejante, empezar a hacer algo al respecto.

También comenzamos a entender por que Francisco, que de todos los chicos era el que más andaba por la casa, era un chico tímido, retraído y que nos haya comentado, en una de las pocas ocasiones que tuvimos alguna conversación, que él no creía en nadie ni en nada, porque si existiera algo, un Dios o algo semejante, éste tendría que haberse acordado de ellos, que no tendrían porqué vivir como vivían, que no era justo que otros tuvieran todo y ellos nada.






III. EL DRAMA DE FRANCISCO Y SU CONVERSION

El adolescente que se estaba convirtiendo, según su mamá, en hombrecito, el adolescente que renegaba de todas las creencias y que sólo creía en “el chente” porque él nunca le falló, porque siempre fue cariñoso y lo acompañaba desde que nació y vivían en los esteros, pronto tuvo una amarga experiencia.

“El chente” tenía ya quince años, pero quince años de perro que es como, en los humanos, tener noventa o cien años. Es por eso que comenzó a moverse con dificultad, chocaba todos los objetos que había en el camino, se negaba a comer, si comía devolvía la comida, ya no quería jugar y cuando se le insistía se ponía gruñon e incluso agresivo. Esto descolocó a Francisco y corrió a consultar al estudiante de veterinaria a, quizás, la única persona que podía entender lo que estaba pasando.

Mi hermano lo revisó y con infinita paciencia le manifestó lo que era evidente, que “el chente” se estaba muriendo, pero que como siempre fue muy fuerte la muerte sería un tránsito doloroso, lento, casi insoportable, de allí la reacción que tenía cada vez que se le propinaba cariño o se le incitaba a jugar. Le explicó que sería mejor para “el chente” que se le realizara la eutanasia, que se le ayudara a morir sin sufrimiento. Le explicó detalladamente como sería la forma y le dijo que él creía, como dicen los libros sagrados, que “todo tiene un tiempo bajo el sol” y que el tiempo de “el chente” se estaba terminando y que debería aceptarlo y que seguramente aquél en el que él no creía, tenía previsto algo hermoso para su perro y también para su dueño, su hermano, su amigo.

Francisco, con una mirada dura llena de desazón, miró a ese flaco de barba y pelo largo con un guardapolvo blanco grande que lo envolvía como una túnica, como si lo viera por primera vez y levantó a su perro con infinita ternura y salió lentamente de Casablanca.

Pasó un tiempo sin tiempo y regresó con el rostro sufrido, con marcas de haber llorado mucho, habló con mi hermano y le dijo simplemente –Lo que deba ser será, ya me despedí de “el chente”, hacelo- y antes de marcharse le entregó un arrugado papel con marcas de mil lecturas. Mi hermano lo abrió y leyó :

Creo en vos DIOS
aunque se que no EXISTES.

Porque si creo en el sol,
porque si creo en la flor,
habrá luz y calor,
habrá perfume y color.

Creo en vos DIOS hermano
porque sos vos
el que me ayuda cuando me caigo
¡Ya sé que no es EL¡
Yo sé que no EXISTE.

Déjenme con mi extraña fe,
feliz y engañado vivir como sé,
déjenme…. ya sé,
DIOS no EXISTE……pero ES.

jueves, 2 de agosto de 2018

Caso Artaud: Nuevas perspectivas


por Juan Milton



I.

Es absurdamente triste vivir en esta época, donde nada queda ya por inventar y los silencios tienen más valor que las palabras, que parecen zurcidas a la lengua, en un burdo intento de no estropear momentos coreografiados para la maqueta en la cual vivimos.
Hace bien tanto como hace mal.
Entonces descubrís dos lados de la palabra: tan chata, tan plana, bidimensional, para contar algo que abarca todo un cosmos, y a la vez, tan necesaria para hacerlo, para pensar el mundo, para relacionarnos con él y en él.
Surgirá la pregunta en los labios —más bien ya lo hizo y estos labios y estos dedos y esta tinta intentan recrearla, reflotarla porque vale la pena plantearse una vez más y anotarse en la lista de espera para golpearse la cabeza ininterrumpidamente contra una invisible pared, a ver si en algún momento de la historia logramos terminar con ella, con la pared (y con la historia también, ya que estamos), reducirla a polvo, molerla hasta que el viento o como se llame (touché) sin palabras, la sople sobre una tierra virgen de significado—. Mejor dicho, surgirá la arcaica pregunta en algunos labios sensibles: ¿Qué hacer, cómo tomar contacto con la verdadera realidad, a la que no llegan las palabras, si no es por la palabra misma? ¿Qué caminos hay por andar?
Antoja pensar en el viaje, irremediablemente solitario (y sin retorno), y en la condena a la soledad, a la incomprensión. Es imposible volver tras los pasos como un moderno Prometeo y regalar el fuego a los hermanos. Es imposible volver curado de pasado, de presente y de futuro desde ese otro lado. Imposible, im-po-si-ble.
En todo caso, si no fuese imposible, se vuelve todavía imposible la transmisión: modular, en forma de palabras, gestos, o cualquier herramienta de comunicación, aquella vieja visión de paraíso.
Es por este pensamiento articulado por el que sé que es un viaje de ida del que estoy muy lejos.
Es por este pensamiento articulado por el que sé que me encuentro en franca anhedonia, por que los verdaderos sentimientos, lo que es real, está allá, del otro lado, tapado por la pared, y esto que está acá, este corazón, es sólo ilusión, un pequeño esbozo de lo que espera.
Sé que estoy acá porque no he llegado, porque no he partido o quizás he partido pero estoy ahí nomás de la salida, porque no sé buscar. Quizás no hay que buscar, porque no es un viaje y es algo que se encuentra solo, un interruptor que hace clic en algún momento del camino, de la vida, de los pensamientos. La mente quedará en blanco, el sol dejará de llamarse sol y el cielo, cielo. Pero el sol será infinitamente más Sol que antes, y el cielo, infinitamente más Cielo que antes.
Surge el impulso de buscar indicios, pistas, trazos de esa otra realidad. Movido por el fuego — ¿heredado de Prometeo? —, tan propio de mi raza, de mi humanidad, voy caminando sin rumbo, trazando la misma hipérbole por la que han caminado ya otros fulanos, dibujando sobre el aire un garabato que siento original, pero que está tan gastado, tan remendado en su intangibilidad (y a la vez es tan mío que lo hice con pedazos de mi alma, que duele la tinta mientras se forma en el aire).
Este garabato es camino, es viaje, es indicio y pista, pero nunca llegada, nunca solución de La pena existencial. Pienso en la locura, en la incapacidad de comunicar, en esa libertad tan dolorosa. Surge el miedo del error de cálculo, y qué tal si…
Pero no, mejor no pensar consecuencias funestas e imaginarnos regresando con toda pompa como profetas en propia tierra.



II.

Entre cuatro paredes blancas estoy, pensando, vestido todo de blanco, pensando. Con dos manos (parecen las mías…) tan limpias y blancas, pensando. No sé por qué estoy descalzo, pero adoro la arena húmeda entre los dedos, el sonido a mar detrás de los granitos mojados de arena salada, el sol tan cerca de los ojos (parecen los míos…), el cielo tan cerca del suelo. Todo parece una tela, un pañuelo que puedo quitar de un manotazo y lo que está detrás está tan al alcance de la mano, pero… después de un parpadeo, ya no hay arena: estoy preso tras los ojos (¿éstos son mis ojos?), entre cuatro paredes blancas mi yo pensando, todo blanco, tan blanco.
Trato de gritar: no sale la voz; parece amputada, cortada de raíz. No sé dónde estoy, cómo llegué aquí. Entonces sonrío de miedo, horrorizado viendo a la gente pasar a mi lado, tan blanca. Me muevo, o me mueven.
El enfermero (porque que es un enfermero), devuelve condescendiente la sonrisa que le arrojo, mientras balbucea noséquérreferenciaaunprocedimiento y me lleva, porque ahora estoy seguro que me lleva, a una habitación ya no tan blanca, ya no apacible. Definitivamente sin mar, sin arena, sin cielo. Sin sol.
Me mueven otra vez, me recuestan; parece una cama, pero es tan incómoda… No sé por qué me atan, no sé por qué los cables en mi cabeza. No sé por qué.



III.

Los relojes de Dalí:
fiel representación del tiempo,
la eternidad circular de Nietzche
en el minutero
de relojes de bolsillo

vuela un pato
escapando
de tu pulóver

¿Cómo despegarse,
cómo salir del circuito?
¿Cómo detener
algo que no existe
pero corre en la muñeca?

Novela interminable,
la vida.

Y un pato
volando
escapando
de tu pulóver.


miércoles, 25 de julio de 2018

A través del espejo


por Gregorio Marman


A veces lo único que espero –si es que espero-, lo único que albergo –si es que albergo-, y espero que vos también (y esto es una doble esperanza entonces), es la hipócrita verde esperanza de un comienzo nuevo y fresco. Dicen mil rocanroles por los satélites que es hipócrita porque no hay ni habrá ni hubo nuevo ni fresco ni comienzo y lo que en realidad espero es retomar el hilo del laberinto donde lo dejamos (y espero que vos también, espero que vos también). Pero son vanas esperanzas, invisibles, ya no verdes, sin color, que se esfuman en el instante en que se termina la duermevela y torpe camino rutina lavabo saluda cara de mentira. Bautizar con agua el día, se sabe.

Y sé que es una esperanza banal, chiquitita, mi paréntesis, porque de mí no dejé nada en sus ojos, un paréntesis, una mosca, un pelo en la sopa, una sensación extraña que quedó ahí.

¡Ah! Cómo envidio su libertad libertina libertad, cómo quisiera dejar este bello ancla lejos, lejos, lejos del fondo del mar, poder escindir, o al menos izar, apagar las luces que iluminan un camino y un piolín que todavía (y aún cortado) está esperando, ¡todavía está esperando!, sin esclavitud, sin deberle nada al Tiempo espera lejos y sordo, cebándole mates a Cronos al costado de todo ¡Todavía está esperando! Aunque no quiera, aunque estos ojos no vigilen, aunque nada exista ya en este mundo, secretamente espera, hipócrita, la doble verde esperanza.

Así vivo en el instante de la duermevela y me he vuelto guardián -¿Quién me nombró Guardián De Lo Que No Existe?-, críptico, decrépito y lagañoso guardia de los borradores en el cesto de basura, estudioso de la pictografía, geógrafo, cartógrafo aficionado de las sombras de la plaza a altas horas (¿ha haltas oras?), delirio de fósforos pelados y muertos, de pasto sin cabello, de picaduras de insectos varios.

Te cura o te mata... ¡Banzai! Seppuku fotografiado en la pupila ausente y midriática de un ojo negro ¿Y el otro? ¿Y el Otro? Hurgar febril en el borrador, esto no se termina hasta que me lave la cara, hasta que me lave la cara, este tartamudeo azul sobre blanco sobre verde sobre amarillo sobre verde. Todas las hojas son del viento menos las que se tiran a la basura.

¡Banzai! Alguna vez eme be ese eme y doble eme delinearon un país que pintamos mal, como pibes pendejos que somos nos pasamos de la raya (y mientras digo raya la gata nos muerde los tobillos y los dedos y los bordes de un cuaderno cuadriculado y ríe despreocupada, hija de puta). Tengo un pelo en la lengua y no puedo hacer sonar ningún silbato –de todas formas yo no colaboro con la perrera-.

Estoy hablando de nada otra vez a la orilla de las tierras de Morfeo ¡Cómo quisiera ya ese verde fuego fatuo hipócrita que ya ni siquiera quema, que es la paloma en la mano del loco, que es la Argentina de Belgrano, San Martín y Moreno (plateada, cinematográficamente plateada y de infancia y escuela primaria). Hablo de Argentina con saudade brasilera pero en realidad quiero decir otra cosa, que no puede aflorar por completo (y es tan plateada, cinematográficamente plateada y perfecta y de infancia y escuela primaria y es una pupila ausente y midriática de un ojo negro perdido).

Tachá todo lo anterior, si te animás. Obvio que no, sos Pérez que anda y Gil que camina. Un Guardián nombrado a altas horas (¡Ha haltas oras!) por la elegancia mentirosa de Safo, perdida en esa isla de mierda a donde todos llegan menos los rezagados espectadores del final. Se vienen los créditos y realmente esto se cae, se cae para siempre. Pero un tonto tiene que contar la historia, la historia.

Una última conversación ¿tal vez? El mar que ya casi ni agua tiene, lleno de botellas con mensajes en blanco como éste, mensajes en Plaza España, banderas rotas, bancos rotos, infancia rota. Mi vieja crió un idiota de corazón lunático, las lágrimas ya me lavan la cara... ¡Gracias!

sábado, 14 de julio de 2018

Libre Albedrío, locos. Un poco.



por el Heladero




I.

Ahogados en baldosas,
hojas en blanco…

donde estoy parado
ya no entro
en la piel, perdí
el guión de la obra,
el personaje
extinto
quedó, muerto
pedradas pecadoras
en el acto redentor.

Caminos de viento,
invisibles, al cielo…

donde está el cuerpo
ya no importa
el agua salada,
el frío verano
de ácidas lluvias,
borra
los huesos, y los ojos
rojos duermen
una armoniosa madrugada.






II.

Cuesta levantarse. Aún a esta hora y habiendo dormido todo el día. Cuesta ponerse los abrigos y luego de un interminable etcétera, salir. A la calle, bajo la lluvia de frío Junio que tapiza las paredes de las calles. Claro, con tanto frío, con escarcha formándose de la exhalación. Más vale que cuesta. Pero hay que salir. A veces nos dejan y hay que aprovechar.

Nos empujan sin saber, nos incitan a caminar las calles. A vivir. La helada precipitación moja los pómulos helados, se desliza por la nariz helada y toma el último salto helado, suicida, hacia la campera helada o el suelo… eh, ¡Qué existencia más efímera!

Caminando entre charcos se pegan las gotas al cuerpo, enamoradas, febril, fugaz, eterna, mente. Mientras duren, buscando magnéticamente un Sur. Difícil encontrar un remís, el famoso tacho, en este temporal, cuando todos van. Tan apurados, precipitándose. Y nadie mira a nadie. Simbiótica, inconsciente noción del tiempo. ¿Zeitgeist? Tu vieja en pelotas. Me dormí escuchando una voz que es poesía, hablando del aplastamiento de las gotas.

Una cafetería, bello respiro. Llena. De gente, abarrotadas partículas que se hacinan en otros tipos de charcos. No importa, mejor entrar. Son las seis y media de la tarde. Llueve a catarros (¿a cántaros, dijo? Sí, a cántaros, sorda), perros y gatos, diluvia, etcétera. Etcétera como forma de describir un diluvio. Entrar de repente. Y de repente una mesa libre. Arena en el oasis, qué bien. Algo para beber, sí… un té, puede ser. Muchas gracias.

Esperando relajado, escurriendo los minutos. Viendo las gotas caer. Gotas finas, gotas gruesas, gotas. Que caen. Rápidamente, golpeando la ventana distrayendo de los pensamientos, que como gotas etcétera. Largas historias de imanes y metales. Cae el mozo con el té, se hizo tarde para las cinco. Puta madre. Siete menos diez, conejo de mierda. De todas formas, no me calienta. Me siento atraído por la belleza de las gotas, por su musical sonido en la ventana.

Mientras observo estas amigables compañeras, noto. Pasa algo raro. Caen cada vez más, y más. Lentamente. Hasta que finalmente dejan de caer. Me sorprendo, con la visión. Millones de cristales translúcidos suspendidos en el aire, sostenidos por un invisible cordón. Busco ese fino registro del Divino Marionetero. Y no lo encuentro. Sigo sorprendido, atónito. Me dirijo a la calle. A maravillarme del hermoso paisaje, y parece. Que soy el único que se mueve, el único que ve. La calle está desierta. Es increíble ver el candelabro celestial, místico. Es más increíble que el sol, ausente con aviso todo el día, se haya posado sobre los techos. ¿De Pompeya? De Pompeya, si querés. No se puede ser serio, diómio. Esas gotas, retomando, ese pedacito de cielo, comienza a transmutar. Ante los ojos se convierten las gotas en herramientas, en prismas que devuelven luces de arco iris. Luces de todos los colores iluminando la calle vacía, semejando caleidoscopios. El calor del sol hace que se estremezca hasta la última célula de este cuerpo.

Este espectáculo está hecho para mí, Alguien pensó este espectáculo sólo para mí.

El aire dorado, las perlas multicolores, el Cielo que bajó un ratito está disipándose. Las gotas vuelven a caer lentamente, y de a poco. Va acelerándose el ritmo, el sol. Se esconde, nuevamente, oyendo. El sonido de la lluvia en la ventana con una sonrisa, abro los ojos húmedos, salados. Termino el té pasadas las siete.

¿Alguien?

domingo, 8 de julio de 2018

Lo CR, o albiceleste. Atención, esto no es otra ficción kirchnerista




¿Qué es un 9 de Julio? Básicamente, un mausoleo, para algunos. Para otros, creo, realmente, una oportunidad para pensar una patria, para sentirse país.

Marchan los artistas, en los cuarteles se quedan los soldados. Tan poético que parece un sueño húmedo del fin del mundo kirchnerista, ya nos tenían podridos, hace dos años y medio repitiendo la misma cantinela, borrachos de bar víctimas de la venganza de Casandra, será terrible con el fondo monetario, los buitres, los timberos de siempre, el diario dado vuelta para opinar.

Ah, ¿eso estaba pasando? Un momento, el mundo no se ha vuelto más kirchnerista. No vuelven más, ¿recuerdan? Eso dicen, ahora créanselo, pues debería preocuparles. Lo que a muchos nos preocupa es ver a un señor desnudo, sentado, transpirando un culo zen en el sillón de un gran emprendedor como Bernardinho. Si tu padre te viera, estaría orgulloso.

No son ni actores, ni muchachos amantes de oktubre, o sí, con la mierda hasta el cuello por la deficiencia del servicio de aguas de la ciudad, mal distribuidos, llegan gotas y las cloacas desembocan siempre en el mismo lugar, estoy seguro que debe haber algún tipo de confusión semántica con la explicación del derrame. Algunos revisionistas verdes como Liza Minelli, que piensan que Alfonsín derrocó a De La Rúa, dicen estaría todo orquestado por un profesor de matemáticas britano.

Tal vez deba aprender uno a dejarse sentir. Quiero decir que cada vez que me deprimo miro una fotografía de un cartonero con anteojos de realidad virtual.

En realidad, Arthur Rimbaud era peronista. Nadie representa la patria, la patria es el Otro. La Patria es un sentimiento inexplicable para una nación tan joven, tan venida de los barcos, cachorra, ciega, cipaya, asesina del Otro, Conquistadora de la materia. Por suerte, hay faros a lo largo de la historia que es la Historia, la Patria es el cielo celeste -y blanco, nadie se olvidó del blanco- que por siempre quedará como bandera, vislumbrada por un poeta enorme como Manuel Belgrano, del que se olvidan -o no se alumbran- cosas tan importantes como ésta.

Donde quiera que estés, mirá para arriba, estás en casa. El mundo es casa, no conquistemos, no matemos el mundo, ser argentinos es una palabra, hay que trascender la palabra, entender el significado del cielo, aprender de Belgrano y de Borges, ¡qué delantera, papá!, mirar la bandera, el cielo no es de nadie, es de todos.

Levantarse a pensar en las manos amasando un horno de barro, chicos yendo al acto en sus escuelas –rurales-, chamamé, zamba, chacarera, tango, rock !nacional!, el modesto debate con delay acerca de la tirante estimulación intelectual que para Solari fue García, desde la otra vereda ideológica termina con la misma careta de artista -¿no hay nada serio para vos, García?, dijo una voz en el teléfono-, River, Racing, Yrigoyen, Perón, Illia, te olvidaste de Frondizi y lo editaste, como Videla, los muertos, los nietos, Alfonsín, Carlos Saúl, los habitantes de la mismísima estratósfera, el genial doctor Maradona, un mago con la pelota en los pies, de día futbolero, de noche supermédico, banderas en la calle, asentamientos, chalets limitados en el Delta, ahí debe existir la pobreza cero, la miseria no se puede mostrar, menos hoy, el locro queda mal pero no se puede ocultar vendiéndose en la calle.

Verdaderas ollas populares, las fechas patrias, en los años de la solemnidad amarilla, del país moderno, de la ausencia y presencia de Schrödinger.


miércoles, 4 de julio de 2018

Somos pocos



Somos pocos pero estamos locos, vamos a cambiar éste mundo poco a poco
Somos austeros, no somos embusteros, nos escapamos de las garras de los buitres viejos

Sin complejos, ni vino añejo, sólo mensajes antiguos que traspasan el pellejo
Como la brisa que viene del mar, como el viento que canta al soplar

Como las huellas que veo en los cerros, como las aves que observan al vuelo
Como se mata la gente por el suelo, como se mueve la gente cuando tiene miedo

Lo que traigo no es finta ni pana, lo que busco no es riqueza ni fama
Yo no quiero llevarte a la cama, yo no quiero que me presentes a tu hermana
Aquí les traigo un par de acordes simples, quiero comunicar yo no quiero lucirme
Con la simpleza se abren muchas puertas, con sencillez se hacen cosas eternas

Queremos que valga la pena, que nazcan más niños en la tierra
Queremos que la esperanza le llene a todo mi pueblo la mente y el alma

Queremos que las cosas se decidan, bajo criterios que defiendan la vida
Queremos que la selva sobreviva a tanta codicia que la tiene en la mira

Que no se bote al mar lo que ensucian de la tierra, que no saqueen las montañas en la sierra
Queremos que las olas rompan como quieran, que no se construyan muelles donde sea

Queremos andar sin rodeos, caminar descalzos con el barro entre los dedos
Queremos que no existan prejuicios absurdos, queremos andar todos, todos, todos juntos

Que hay de los que crecen en el olvido, donde no se puede confiar ni en los amigos
Que hay de los golpes que se dan en las calles, entre polvo donde nadie los va a salvar

Que hay de una educación ausente en las casas y en las escuelas de la gente
Que hay de un gobierno ausente en las montañas donde el frío mata por la mañana

Y estamos hartos de las falsas promesas, populismo, moda y otro tipo de proezas
Estamos hartos de falsos profetas que conocen la escena pero no las respuestas

Queremos que valga la pena que nazcan más niños en la tierra
Queremos que la esperanza le llene a todo mi pueblo la mente y el alma

Y nunca nos vamos a callar… Y nunca nos vamos a callar…
Y nunca nos vamos a callar porque hay mucha gente por la que cantar…


viernes, 29 de junio de 2018

Esse est percipi



por Maradona y Caniggia




"Viejo turista de la zona de Nuñez y aledaños, no dejé de notar que venía faltando en su lugar de siempre el monumental estadio de River. Consternado, consulté al respecto al amigo y doctor Gervasio Montenegro, miembro de número de la Academia Argentina de Letras. En él hallé el motor que me puso sobre la pista. Su pluma compilaba por aquel entonces una a modo de Historia panorámica del periodismo nacional, obra llena de méritos, en la que se afanaba su secretaria. Las documentaciones de práctica lo habían llevado casualmente a husmear el busilis. Poco antes de adormecerse del todo, me remitió a un amigo común, Tulio Savastano, presidente del club Abasto Juniors, de cuya sede, sita en el Edificio Amianto, de avenida Corrientes y Pasteur, me di traslado. Este directivo, pese al régimen doble dieta a que lo tiene sometido su médico y vecino doctor Narbondo, mostrábase aún movedizo y ágil. Un tanto enfarolado por el último triunfo de su equipo sobre el combinado canario, se despachó a sus anchas y me confió, mate va, mate viene, pormenores de bulto que aludían a la cuestión sobre el tapete. Aunque yo me repitiese que Savastano había sido otrora el compinche de mis mocedades de Agüero esquina Humahuaca, la majestad del cargo me imponía y, cosa de romper la tirantez, congratulélo sobre la tramitación del último goal que, a despecho de la intervención de Zarlenga y Parodi, conviertiera el centro-half Renovales, tras aquel pase histórico de Musante. Sensible a mi adhesión al once de Abasto, el prohombre dio una chupada postrimera a la bombilla exhausta, diciendo filosóficamente, como aquel que sueña en voz alta:


-Y pensar que fui yo el que les inventé esos nombres.


-¿Alias? -pregunté, gemebundo-. ¿Musante no se llama Musante? ¿Renovales no es Renovales? ¿Limardo no es el genuino patronímico del ídolo que aclama la afición?


La respuesta me aflojó todos los miembros.


-¿Cómo? ¿Usted cree todavía en la afición y en los ídolos? ¿Dónde ha vivido, don Domecq?


En eso entró un ordenanza que parecía un bombero y musitó que Ferrabás quería hablarle al señor.


-¿Ferrabás, el locutor de la voz pastosa? -exclamé- ¿El animador de la sobremesa cordial de las 13 y 15 y del jabón Profumo? ¿Estos, mis ojos, le verán tal cual es? ¿De verás que se llama Ferrabás?


-Que espere -ordenó el señor Savastano.


-¿Que espere? ¿No será más prudente que yo me sacrifique y me retire? -aduje con sincera abnegación.


-Ni se le ocurra -contestó Savastano-. Arturo, dígale a Ferrabás que pase. Tanto da…


Ferrabás hizo con naturalidad su entrada. Yo iba a ofrecerle mi butaca, pero Arturo, el bombero, me disuadió con una de esas miraditas que son como una masa de aire polar. La voz presidencial dictaminó:


-Ferrabás, ya hablé con De Filipo y con Camargo. En la fecha próxima pierde Abasto, por dos a uno. Hay juego recio, pero no vaya a recaer, acuérdese bien, en el pase de Musante a Renovales, que la gente sabe de memoria. Yo quiero imaginación, imaginación. ¿Comprendido? Ya puede retirarse.


Junté fuerzas para aventurar la pregunta:


-¿Debo deducir que el score se digita?


Savastano, literalmente, me revolcó en el polvo.


-No hay score ni cuadros ni partidos. Los estadios ya son demoliciones que se caen a pedazos. Hoy todo pasa en la televisión y en la radio. La falsa excitación de los locutores, ¿nunca lo llevó a maliciar que todo es patraña? El último partido de fútbol se jugó en esta capital el día 24 de junio del 37. Desde aquel preciso momento, el fútbol, al igual que la vasta gama de los deportes, es un género dramático, a cargo de un solo hombre en una cabina o de actores con camiseta ante el cameraman.


-Señor, ¿quién inventó las cosas? -atiné a preguntar.


-Nadie lo sabe. Tanto valdría pesquisar a quién se le ocurrieron primero las inauguraciones de escuelas y las visitas fastuosas de testas coronadas. Son cosas que no existen fuera de los estudios de grabación y de las redacciones. Convénzase, Domecq, la publicidad masiva es la contramarca de los tiempos modernos.


-¿Y la conquista del espacio? -gemí.


-Es un programa foráneo, una coproducción yanqui-soviética. Un laudable adelanto, no lo neguemos, del espectáculo cientifista.


-Presidente, usted me mete miedo -mascullé, sin respetar la vía jerárquica-. ¿Entonces en el mundo no pasa nada?


-Muy poco -contestó con su flema inglesa-. Lo que yo no capto es su miedo. El género humano está en casa, repatingado, atento a la pantalla o al locutor, cuando no a la prensa amarilla. ¿Qué mas quiere, Domecq? Es la marcha gigante de los siglos, el ritmo del progreso que se impone.


-¿Y si se rompe la ilusión? -dije con un hilo de voz.


-Qué se va a romper -me tarnquilizó. -Por si acaso, seré una tumba -le prometí-. Lo juro por mi adhesión personal, por mi lealtad al equipo, por usted, por Limardo, por Renovales.


-Diga lo que se le dé la gana, nadie le va a creer.


Sonó el teléfono. El presidente portó el tubo al oído y aprovechó la mano libre para indicarme la puerta de salida."