por Nayla Zarate
—Observe, que para eso se hizo el ojo:
eso de ahí
es jazmín paraguayo,
o paraguayensis,
un paragua lleno de colores,
nervaduras,
mapas, rutas, distancias
bi o tridireccionales
territorios polidimensionales.
Aclaremos, cuando decimos: “el ojo”,
damos por sentado,
obviamos, en realidad, que "tienen que ser dos
y ubicados a cierta distancia, en cierto lugar en el espacio
para que aparezca la noción de profundidad";
visión binocular, otro truco de kermesse
del cerebro
y su mapeo constante.
Esto es así con cada puerto, paisano.
Muchas cosas se dan por sentadas.
Hablamos de climas anatómicos,
de geografía baqueana, ancestral,
de rizomáticos aromas…
Ah, lo spettro del ritornello!
Vagabondaggio!
El quídam es guía,
un amante de la ventura,
un soñador, otra náusea soberbia
otra flecha atravesando dimensiones
modificando el tiempo y el espacio
contrastando informaciones
de diversos mapas,
provenientes de diversos puertos,
que sugieren diversos patrones…
—quizás circuitos de inteligentzia planetaria
—aclaró el karaí, interrumpiendo—
que buscan atravesar
océanos de tiempo
para encontrar
el sendero donde se unen los senderos.
Silencio, coyuyos,
el último canto de ciertos pájaros,
el croar de algunas ranas,
la pachorra cósmica del agua
que fluye despacio para la calandria,
Se oye un grito, otro especial de la tarde
—De la rosa de los vientos dicen
ahora que es mandala
dibujado desde siempre en Las Cosas
para saber dónde,
para sentir qué,
para silbar cuándo,
para no perdernos.
Sabemos que perderse es imposible:
siempre hay una brújula, después de todo,
una señal del destino,
una marca lectora.
Escuche, chamigo:
sólo contra dios no hay Veneno.