martes, 14 de septiembre de 2021

...y las sirenas

" …Detén tu nave y ven a escuchar nuestras voces. Después de deleitarse con ellas, quienes las escucharon se van alegres, conociendo muchas cosas que ignoraban, … sabemos cuanto sucede sobre la tierra fecunda"
 
Cuenta un ciego que así cantaban las sirenas, endulzando los oídos de unos cuantos griegos, haciéndolos estrellarse contra las rocas, abrazando la muerte.

¿Qué son las sirenas? Alguna vez se las pensó como seres mitológicos, mitad humanos, mitad pájaros o peces, portadoras de melodiosas, irresistibles, e hipnóticas voces que acercarían o acompañarían hacia la muerte a cualquier desprevenido que oyera sus cantos. ¿Qué música o palabra esconde brillo tal que vivir inmediatamente después se hace intolerable o un precio razonable a pagar por la experiencia?
 
Hoy se las intuye como energías o entidades que con sus "voces" tientan a tantas y tantos navegantes, a tantos poetas, a tantos curiosos y desprevenidos de la vida. Las voces se apagan al llegar al cementerio. En los puertos usan el vocablo voz referido a las sirenas para hacer referencia al "acto mágico/encantamiento" al que son sometidas sus víctimas. Es un acto complejo, nunca simple, aunque algunas voces no dejan de ser sutiles. Las voces incluirían juegos del espectro sonoro, sí, pero también del visual, gustativo, olfativo, ¡hasta del táctil!
 
De todos modos, vivimos en un planeta en el que hasta las sirenas se han devaluado. Pobres, se hacen pasar por clarividentes, ¡sin memoria y con los ojos nublados! Algunas, incluso, también son marineras; las más tienen dos, tres trabajos, siempre un solo amo. No tienen pasado ni futuro, viven dentro de sus cantos. En la oferta de muerte codificada en sus coros ya no convidan siquiera la promesa del conocimiento. No hay caramelos, ni siquiera de madera. Solo la distracción. Eso sí, algunas veces se puede escoger entre la distracción por indignación, por odio o por miedo. La que toque primero.

Cuenta el mismo ciego que cierto grupo de griegos, al volver a su patria después de años de guerras e infortunios, navegando una barca sin nombre, tuvo su fatal encuentro con las sirenas. Parecía inapelable, el destino, pero estos muchachos lograron zafar y construirse un destino nuevo.
 
Dentro de las muchas formas que uno puede pensar un pueblo está la de percibirlo como una suerte de sueño, una historia, una construcción de muchos, que engloba sentires, percepciones, ideas, en una idea mayor, una idea de hogar emparentada con lo más sagrado.
 
Tomemos la idea del barco y pensemos un pueblo como la tripulación estable de un barco que también es pueblo porque fue construido en el corazón del astillero del puerto del que han salido y al que esperan retornar. Una tripulación que tiene una idea de hogar al que regresar. Una tripulación que sabe que el barco también es hogar en tanto el barco es presente, aquí y ahora, tiempo y espacio. Pero a la vez no olvida aquella tierra, el paraíso perdido. Y todo eso es la patria, un surco en el agua, el vaivén, una estrella en la noche.
 
¿Qué es lo sagrado? El acto, la construcción. Un pueblo se construye: un conjunto de seres puede agruparse o atomizarse. Se agrupan desde la conciencia, desde el oído atento para el amor y las historias, porque hay muchas, porque somos muchos, porque en Nosotros hay un Yo y hay Otros, tan distantes como que somos otros cuerpos, pero tan cercanos como que estamos en el mismo barco, bajo las mismas variables atmosféricas, y el sufrimiento es una verdad histórica a la que tenemos que hacer frente, porque toda vida sufre, pero las cargas no se reparten igual, y entonces las historias brotan como cicatrices, girones de una u otra soleada vida surcando la Nada, de vuelta a casa.
 
Pero un pueblo también puede atomizarse. Cantos de sirena... se entiende la tentación en tanto que es  deseo susurrado al oído: hay un poco de Eros en Tánatos, y un poco de Tánatos en Eros, algo que el pueblo chino sabe muy bien. Los tiempos están crispados, cualquier nube anuncia tormentas. Ojo, que no te distraigan. Cuando se habla de algo se deja de hablar de otra cosa. Esto es así porque la palabra ocupa tiempo y también espacio. La pregunta es de qué no sé habla cuando se habla de lo que se habla.

¿Cómo escaparon aquellos griegos? Dicen que fue la experiencia, el buen oído, atento, resuelto. Untar los oídos con cera, dice el ciego que le dijeron, un rato antes, al capitán del barco griego, un poeta de muchos senderos, de multiforme ingenio. Dicen que otro dijo: “cada uno es artífice de su propio destino”; ése no era ciego.
 
Cuentan que al capitán griego no le prohibieron escuchar el canto más íntimo de los mares, aquel canto secreto del que se especulaba con los más locos argumentos -la magia, el poder, el conocimiento, el enigma del amor; algunos, incluso, mencionan un néctar innombrable y por lo tanto incognoscible, más arcano que las sirenas-, más le advirtieron: 
 
“Tu solo podrás oírlas si quieres, pero con los pies y las manos atados y en pie sobre la carlinga, hazte amarrar al mástil para saborear el placer de oír su canción”.
 
Sensatez, amor, memoria. El buen oído, atento, resuelto, es esencial. Eso lo sabe cualquier ciego. Lo difícil es distinguir el canto que oculta la piedra entre las olas, el que esconde el bosque detrás del árbol. Comprender cuándo llega el momento de atarse al mástil o elegir la cera.