Emmanuel Horvilleur es un tipo al que no lo tenía muy oído, más allá de los Kuryaki. Un poco por prejuicio, otro poco también. Sin embargo tengo que decir que Pitada, su último disco, me agarró con la guardia baja, gracias al cosmos. Un disco de reversiones donde visita parte de su repertorio con musiques invitades (si le molesta el inclusivo, simule que es francés).
Creo que seres como Spinetta sabían que no sólo las gotas de rocío son perlas del alba. También las canciones, cuando están hechas, además de letras, armonías, melodías, ritmos, de amor. No hablo de un amor físico, hacia una persona física: me refiero a un amor a la música en sí, que también es en parte físico, puesto que la música se toca, digo que este amor además hace raíz, permite que uno sane y llene de luz los rincones oscuros de su propia casa.
El disco es impecable, realmente. Una bomba de energía imposible dejar de oír, hecha con paciencia de orfebre o de chamán. Hay mucho humor, además, lo que siempre es sano, y también groove. Hay aires de inocencia infantil entrando en la adolescencia, pero también mucho oficio, en un equilibrio delicado, producto tanto de años de carrera como de años de vida, puestos al servicio de la canción, de una canción a la vez, y después de una canción sobre otra, una canción hermana de otra, para hacer un disco hermoso, maduro, divertido y luminoso, un disco para escuchar a la mañana, a la tarde, a la noche, con mates, con birras, con agua, solo, acompañado, mirando un río, trabajando una huerta, acostado en la cama.
"Yo, no fui, viajaba la canción por mí Te juro que no, no fui Y nada ha sido en vano Nos quedan mil veranos Y te lo voy a tirar
Yo nunca perseguí el hit..."
Finalmente entendí la onda de Horvilleur y largué una o varias carcajadas y tuve que aceptar años después lo que tiraba porque evidentemente era cierto: las canciones desvestidas y vueltas a vestir con aquellos colores de adolescencia, de naturaleza y complicidad con el instante viajan, de la nada a la carne, de la carne al éter – y algunas, las más bellas, las más poderosas, las que resisten, del éter a la eternidad - a través de sus compositores, y sobre todo de sus intérpretes. Si aceptamos que esto es verdad para compositores como Spinetta o García, o Piazzolla o Barboza, para ir por otros muelles, digo… fuelles.
Me fui por las ramas y ofrezco disculpas, inexistente náufrago cibernético. Digo que si aceptamos que la canción viaja a través de los cuerpos para materializarse en aquellos casos, ¿por qué no hacerlo con Horvilleur, del que aprendimos con Pitada que las radios que quería que suenen eran radios de grillos? ¡Por fin entendimos a la orquesta de abejas no como un conjunto de ninfas sexópatas! Pero hay otras canciones y todas tienen lo suyo, como No como y su banjo ceratiano, tan Tracción a sangre, incluso en la cita garciana que en Cerati es dylaniana. El hit, del que ya dijimos alguna cosa, evidentemente era nomás un hit. Amor loco es una locura hermosa, para cantar en silencio o a los gritos. Y tantos otros, realmente, como Mil días, Llamame, 19, Tu nena, Tu estado, incluso hay dos temas inéditos, Pitada y Cosa loca, también de bella factura. Qué digo, ¡Pitada es un temazo! ¡Da nombre al albúm! En realidad, ¡el disco entero da ganas de sentarse alrededor de un fogón para repetirlo en la guitarra!
No descarto que la pandemia me haya hecho algo en la oreja -tal vez me la arregló (?)-, de todas formas, me gusta sentir ese algo que se percibe en Pitada y que hace que hace un mes, más o menos, esté sonando por toda la casa, de a ratos por afuera, de a ratos por adentro de la cabeza.
Hoy estuvimos revisando la pieza del fondo, tirando papeles, trastos viejos. Queremos rescatar algunas cosas del incendio, para homenajear a los sin manos, oscuros seguidores de Menard y Mastropiero, trayendo, para la luz, para la memoria, una vieja pieza de colección, un artefacto literario, un documento político, un hecho estético de vanguardia, como poner al cinco de uno, uno sabe que las locuras del Muñeco traen más locuras de las lindas como ésta que hoy rescatamos, escrita en el ¡2004!, una bomba pequeñita, de un autor seudónimo (era sabido que a MCEM escribían hasta los mismísimos jugadores. Se rumoreaba ya en aquel entonces que el tal Martín Pescador, que firmaba el exhorto epistolar y al que desde aquí queremos homenajear, era un reconocido goleador que en este llamado a la acción "seudónimo" se reconocía en el cuerpo equivocado), publicado de la sección "Correo de Lectores" del N° 24 de la ya extinta revista Maceratesi contra el mundo, año XXI, bajo el nombre El día del Arquero, aunque también se conserva su nombre coloquial, El día que la tocaste con la mano. El breve escrito daba la bienvenida al gremio y una o dos indicaciones a un jugador de campo ficticio en aquel entonces. Probablemente, el escrito cobre alguna relevancia, o no. No deja de ser una curiosidad que compartimos en el éter.
Tunena y sus
encargos, Rappi para todes. Tunena y dos lomitos para el barrio Centenario,
cada miércoles, en el incendio del poniente.
Tunena contando los
billetes para pagar los grilletes.
Tunena y los Evita
separados de a montones; para la casa, para el Negro, para los hermanos, para
la Chevy, a la que le venían faltando mimos.
Tunena y la guitarra.
Tunena y las
guitarras, radio laburo pero también radio compañera, transmisión huaucke.
Subió el volumen, el cliente quería que los lomitos estén cuando el primer tema
del álbum de Peteco y Jacinto termine de sonar.
El doctor me recetó
hormigas en el ano…bajó el volumen, mientras la actriz repetía las bondades de
las hormigas anales, entre las que estaban barrer frenéticamente, sacar el
polvo de las sábanas, abrir las ventanas, inhalar, exhalar, inhalar, abrir los
brazos y girar en una habitación, salir a la calle.
San Balthazar, noche
litoral en otra radio, perfume de azahares; mirra, tambor y baile. Siguen las
fiestas del Fuego, siguen las luces, alguien pasa música y el fuego sigue vivo.
Vuelve a la Radio Copi, mientras el paí clamaba por el calor de una piel
desértica a la que saca lustro la noche. En este valle cada fuego es una flor,
y cada flor…
Tunena manejaba una
Chevy vieja, el horizonte carretero de la tarde. Shaolin afronauts, Flight of
the Ancients, pronto trasladarían al último león de los esteros de vuelta a su
tierra, a su propia polvareda de tambores oscuros, allá en las orillas de la
selva, en el borde de la sábana.
Tunena piensa en Secu
y la imagen del tigre asesino amansado -por las rejas, más que por el hambre-
le vino a la mente, al dejar el encargo cerca de donde vivía el cobarde Musa
Azar. Lo vio, expuesto al borde, condenado por la propia ley que ayudó a
corromper a elegir, entre perpetua o suicidio, todos los días. Si uno pasa a
una hora determinada, puede verlo balancearse en el metro correspondiente donde
tintinea como coyuyo su tobillera electrónica y se abre paso el abismo.
En la Co(operativa).
Pi(rata). es momento de radioteatro, suena Cómo fumar bajo el Agua, chacarera
homenaje a Dip Parpel, el Orson Welles de turno comienza un relato a la orilla
del fuego. Nadie sabe quién trabaja, quién dirige, quién actúa, quién es el
guionista. En este momento Tunena sube el volumen, después del show viene la
Canción del Brujito y entonces podrá completar el encargo.
Dice que las puertas
del infierno están abiertas a la espera del hijo de Arraga, dice que hay muchos
agradecidos con su silencio. Dice que se decía que en el monte sobraban gritos
y los reemplazaban con ausencias. Dice que en los tiempos del Usurpador Tzo
Zeví se rumoreaba que en Chéngshì zhī mǔ, en la región Jengnan, todavía vivían
dos tigres, uno en Dòngwùyuán, otro por Bǎinián jìniàn. Secu era el último de
un gran linaje. Secu, aprisionado, como tantos, por Suíjī móu sī, condenado por
la fuerza y la insolencia de la ignorancia y el terror a vagar por estrechos
jardines en las mañanas, bajo los bosques de Ānshù.
Suíjī móu sī, la Ley
personificada, seguidor de Zhua Rëshí. Suíjī móu sī, terror de las estepas.
Helo ahí, prisionero en Chéngshì zhī mǔ, recorriendo cada metro de su prisión,
la pequeña ventanita apuntando a Dòngwùyuán. Por las noches oye entrar por la
ventana el lamento de Secu, un llanto por toda la historia sobre su pelaje, los
huesos, la muerte, el terror y el hambre.
Suíjī móu sī recuerda
aquellos años de trabajo, los salones kafkianos, los ataúdes en el Centro
Regional que el Imperio tenía para Chéngshì zhī mǔ, una larga fila de escribas
sin nombre para justificar lo que hacía o dejaba de hacer en nombre de Zhua
Rëshí y Tzo Zeví. Recuerda el día en que confinó a Secu a su morada
semisilvestre, llena de barrotes disfrazados, hilos de seda, sangre.
Secu, regalo de Zhua
Rëshí por los servicios prestados al régimen. Secu arrebatado de los suyos por
mercaderes que recorrían antiguas rutas, que conocían puertos, puertos que
todavía respondían a antiguas señas. Secu, hijo y hermano, Secu heredero de los
suyos. Secu con el dolor de los barcos. Secu condenado a llorar la tarde
conversando, con Ānshù toda, con su amigo Kakuy que presentó un Habeas Corpus
por el monte en Tribunales, con Wachuma en los bordes del desierto, donde
termina Chéngshì zhī mǔ y comienza la larga Nada estrellada de la que vino.
Termina el programa,
suena la canción más hermosa que alguien hizo a Maradona según Tunena y entonces
entrega los lomitos. Tunena, de Centenario a una heladería del Saint Germain,
de ahí San Ramón, te encargo el encargo.
Pachorra. Promocionan
La muerte de la Tuca, una obra de teatro de Darío Gettino readaptada por un
colectivo. Tunena desde los siete, cuando juntaba en arpillera las frutas
deliciosas del desierto. Tunena que piensa ir a ver la performance, la Tuca era
una señora de cincuenta, criada en La Paz y en Bernal, otra más que murió de
asfixia, otra más a la que el aire no le llegó a los pulmones, más bien todo lo
contrario pensaba Tunena, mientras oía al colectivo Somos Montres diciendo que
iba a montar el espectáculo en la vereda de la Terminal, desde ahí al río, del
río al Puente.
Del puente al
trabajo, completa Tunena. Tunena es pobre y esencial, y como todo esencial,
invisible a los ojos. En la CoPi leen el pensamiento, piensa Tunena. Gran disco
de Los Socios del Desierto, el approach spinettoide al mundo de los Valderrama.
Tunena sabe que hay
algunos encargos más urgentes que otros. Farmacias, madrugadas, misoprostol,
esas ondas. Todavía no le ha tocado comprar paquetes de forros y dejarlos en el
domicilio donde dos o más suertudos tienen además conciencia y cogen seguro, y
piensa que eso quiere decir algo, pero no sabe bien qué.
Tunena pone más
fuerte la radio, mira sus grupos de Whatsapp, uno de sus amigues manda un video
porno casero donde una chica conocida y otra más se turnan para chupar culo y
glande de un señor. Nunca mandan un libro, pensó. En la radio hablan de trenes fantasma, Tunena
sube el volumen, estaciona al costado del Carretero y se queda dormida.
En la noche, en la
estación, dicen que está
llora una pava con
desprecio su tristeza
dolor al corazón del
hogar, madero náufrago en el destierro
y el desierto y la
sal. Y el salario, ya que estamos,
don Salorio, en la
casa hace frío
y con los tres
maderos que le quedaban
pone los pies y pone
la pava, que llora con desprecio
su tristeza, una
suerte de nostalgia anómica,
innombrable, una
comprensión de yerba lavada y marulo ahumado.
Cada eco es
expresión, don Salorio, hay quienes dicen:
“volverá a pasar el
Tren”.
Por la pava y también
por el tabaco, quemó
cruz y cama; dicen
que la tercer madera era un marquito
que engalanaba
Gardel. Ahí anda, deambulando
doña Tuca, esperando
el tren.
Los fuelles traen
consigo ese desarraigo, en el interior
vacío en el que
ejercen su encanto.
Uno oye un tango y en
el fuelle hay otra música,
de otro muelle, don
Salorio,
cosas de espanto, que
suben y bajan
a lo largo del río,
el mate
quiera o no
se va lavando,
pero es como el alma
y la lluvia, la música
el fuego, el
destierro, el desierto y la sal.
Y el salario.
Y el salario, don
Salorio, y el salario.
Ser sereno es
insalubre, don Salorio.
Ya te estás quejando
y todavía te faltan años, gauchito.
Además, todo el mundo
sabe que las estaciones están llenas de fantasmas.