Vivir
no es necesario. Viajar lo es. Explorar lo es.
Pero,
¿hacia dónde viajar, si existen mapas de todas partes, si existen ya los caminos, si
existen creadores de mapas, cartógrafos que han delineado hasta el último
árbol, que han nombrado la más ilustre e ignota parcela?
El
lenguaje de los gatos es el placer. El tacto, suave, se mece al ritmo del
ronroneo, en esa cadencia misteriosa desenrollan sus pasos sobre el papiro,
sobre las superficies, utilizando cada centímetro de su pelaje para investigar
lo insondable, para sumergirse en el mundo sin nombre, conocen cada cornisa,
cada rincón abismal del cosmos, y lo hablan, lo transforman, lo transmiten,
con la piel, con movimientos ingrávidos, sutiles, van tejiendo otro camino, un
mapa fresco, una ventana al universo.
Intercambiamos
señales, direcciones, con la esperanza de recorrer un poco más, de parpadear
asombradas, un poco más. Hincamos la rodilla en los más sagrados suelos,
recitamos las plegarias bajo el más mágico silencio, ponemos el ser en acción para
ejercer nuestro magisterio, dimos la bendición para que todo fluya, para
mantener corriendo la energía participamos de la danza, del privilegiado código
que encierra el más secreto pacto, el más solemne acto.
Algo
se dibuja en esta isla. Estamos perdidas en el camino del sol. Una caricia
deliciosa, ancestral, nos va haciendo girar, desenredando la madeja, la noche se
ha inoculado lentamente en el día, con el simple marchar de una aguja de tejer
dimensiones, todo va a salir bien, hay que mirar con cuidado dónde pisar.
Entrevista incluida en el segundo número de la revista Locomunal. Este segundo número está centrado en la temática de la autogestión de la salud y en él tiene cabida la psiquiatría. Se publicó en febrero del 2018 y estuvo a cargo de Xavi López.
Las redes de apoyo mutuo tienen muchas caras y aspectos. Algunas duran más que otras, algunas forman parte de las instituciones públicas, mientras que otras tratan de mantenerse lo más cerca posible de los métodos de autogestión. Hoy hablamos con María y con Joan, dos personas que han pertenecido a la Xarxa GAM, grupo de apoyo mutuo de personas psiquiatrizadas con vocación autogestionaria que inició su camino en el universo de la Cooperativa Integral Catalana y que a día de hoy perdura de una forma más informal.
(Revista Locomunal): ¿Qué entendéis por personas psiquiatrizadas? ¿Creéis que el sistema psiquiátrico es una cortina de humo que esconde problemas socio-económicos, políticos, de género…?
(María): Cuando montamos el grupo, el criterio era bastante práctico. Si habías pasado por la consulta del psiquiatra y habías salido con un diagnóstico y con medicación se consideraba que estabas psiquiatrizado. Pero sí, es cierto que el término tiene la connotación de algo pasivo, una cosa que te aplican. En esto se parece al género.
(Joan): No creemos en la enfermedad mental. Creemos en la diversidad mental. Y la diversidad mental, en muchas ocasiones, es una subversión de la normatividad. Entendemos que los sufrimientos humanos se dan sobretodo en sociedades occidentales. Y aquí hay causas políticas, sociales y ambientales. Estamos influenciados de mil maneras por el cine, los medios de comunicación, los anuncios, las teleseries… En otras sociedades donde no se da una parecida manipulación del ser humano, no pasa igual. Las sociedades precolombinas tenían la ayahuasca, con la que se pretendía llegar al delirio, que se consideraba una iluminación, como en el Tíbet es llegar al Nirvana: tenía una explicación. Había una aceptación social y política de los comportamientos que se salen de la normatividad. La psiquiatrización es una imposición sobre la diversidad.
(M): Yo creo que los malestares se originan en la infancia, dentro de la familia. Seguramente porque la aspiración a un vínculo auténtico se ve frustrado por la realidad. Es la teoría del doble vínculo: por un lado, el infante recibe mensajes de amor y cariño, pero el propio lenguaje y las acciones acaban desmintiendo todo esto. Esto al infante le crea una desconfianza general sobre la realidad, la realidad consensuada y pública. Tal vez es por eso que viajas a otras realidades.
(LC): ¿Viajas, pero viajas sola, no?
(M): Hay viajes traumáticos porque involucran sensación de persecución, delirios.., pero los hay que son positivos; hay gente que en sus viajes se siente más conectada al mundo, a la naturaleza o con un espíritu cósmico.
(J): La ciencia bioquímica, que es un paradigma hegemónico de la ciencia psiquiátrica en occidente, dice que los viajes (alucinaciones y delirios) son producidos por desajustes químicos dentro del cerebro; descontextualiza el fenómeno, lo individualiza, y aquí tienes el diagnóstico. Todos los “brotes” que yo he tenido han estado producidos por el abandono de los fármacos que me ha dado la ciencia bioquímica y farmacéutica, que convirtieron mi singularidad mental en un problema y me crearon muchos más. Esto es una fármaco-enfermedad: bajadas de libido, mucho sueño, apatía.., por no hablar de los riñones, el estómago… Si llegara un día en que los psicofármacos no tuvieran efectos adversos, sería lo interesante.
(LC): ¿Que te convierte en un enfermo mental, el diagnóstico o la medicación?
(M): La medicación, a veces, si estás en “brote” o estás en mucho sufrimiento, te puede ayudar. El diagnóstico agrupa tipos de síntomas, nada más. La ciencia bioquímica, en este sentido, no está demostrada. Yo creo que funciona bastante a base de ensayo-error. Hay psiquiatras que piensan no solamente en la medicación sino en el conjunto que es un ser humano. Pero no creo que la institución facilite nada. Todo está compartimentado. El asistente social hace su tarea, el psicólogo también, y sí que puede ser que en un centro de salud mental haya una coordinación entre profesionales, pero muchas veces es insuficiente. Te tiene que tocar un buen lugar y una buena gente. Dependes de esto. Creo que las personas tienen que sentir que pueden hacer una aportación útil a su ciudad, a su entorno. La institución no puede darnos esto, la institución está aparte de la vida de la persona.
(J): A medida que nuestras capacidades de atención, concentración, juego, van desapareciendo con los efectos de la medicación puedes encontrar, al final, gente que vaga por las galerías con un café en la mano y un cigarro y no hace nada más. Es el perfil del enfermo crónico. Una terapia humanista mejoraría la situación de las personas, la empoderaría. Pero el sistema está enfocado a una terapia farmacológica, para nada a una terapia de hablar, de acompañar, de dar herramientas para comprenderse a una misma.
(LC): En vuestro fanzine se pueden leer comentarios como este: “Dicen que el aburrimiento es contrarrevolucionario, y el centro psiquiátrico, en esto, nos ganó la partida por adelantado”. ¿Qué podéis reflexionar sobre el aburrimiento inducido en los centros psiquiátricos?
(J): Recordáis el mayo francés de 1968: “No queremos morir de hambre, ni tampoco de aburrimiento”. El centro psiquiátrico es lo más aburrido del mundo. Conozco presos que han estado en FIES. Yo no podría. Yo miento al psiquiatra para salir de allí lo antes posible. Quiero recuperarme poco a poco, en casa y con los amigos. Es una contención tan grande que no tienes nada que hacer, no hay variedad, no puedes escuchar música, ni darte un beso con una chica. No está permitido ni el móvil ni internet. Te aíslan del mundo completamente. Sobretodo en régimen de agudos. En el régimen de sub-agudos hay talleres artísticos, pero son tan poca cosa… La institución se ve obligada a hacerlo, a proporcionar este servicio a los internos. Después de todo esto salen en la foto (risas). Para ellos no se trata de empoderar a la gente sino de una actividad residual. Hay gente que molesta y se la tiene que aislar. Unos van a la cárcel, otros acaban en el psiquiátrico, pero no hay tanta diferencia.
(M): En el Sant Pau tienen juegos de mesa, algún libro de “pinta y colorea”… Los libros los puedes llevar siempre y cuando piensen que no te alterarán. Los revisan, revisan todo lo que llevan los familiares y amigos. A mí me requisaron un cómic de un superhéroe que me trajo un familiar, consideraron que podía alterarme (risas). Tal vez sería por esto de la omnipotencia de los superhéroes (más risas). Los libros políticos solo los dejan entrar dependiendo del caso, de la valoración específica que haga la institución.
(LC): Uno de los pilares de la antipsiquiatría es la reformulación, o puede ser la destrucción, del concepto de enfermedad mental. ¿Pensáis que el diagnóstico es una construcción que tiene un interés que va más allá de lo meramente científico?
(J): Yo creo esto: la especie evoluciona gracias a la ayuda mutua. Sin ayuda mutua no habrían existido múltiples formas de resolver un problema y por tanto no habrían habido tantas soluciones. Cada uno aporta libremente lo que cree y esto nos hace avanzar y sobrevivir. El diagnóstico, el concepto de enfermedad mental, fue inventado precisamente por negar el apoyo mutuo, para reducir a la especie a una normalidad inventada por algunos.
(M): No creo que sea exactamente esto. Yo creo que el diagnóstico es un conjunto de síntomas agrupados a los cuales se les pone un nombre. Realmente no responde a la variabilidad personal de cada cual. No es capaz de llegar hasta el fondo.
(J): La tristeza por la pérdida de un cónyuge, hoy en día, está considerada enfermedad mental. Representa un cuadro clínico depresivo medicalizable. A veces se medicaliza incluso el trastorno menstrual depresivo. Incluso, en algunos casos, ser anti-sistema o rebelde está medicalizado. Esto tiene un nombre, algo parecido a “trastorno oposicional”. Es la mente del criminal, del subversivo, del radical. Estas ideas salen de estudios que hace la Asociación Norteamericana de Psiquiatras, que recibe el 60% de financiación de las farmacéuticas.
(LC): ¿Han hecho mucho daño los géneros como los “psycho-killers”?
(M): Sí, mucho. Pero pienso más en la prensa, porque si tienes un punto de vista un poco crítico puedes distinguir entre realidad y ficción. Ahora bien, cuando en la prensa dicen que una persona que ha matado violentamente a alguien estaba en tratamiento psiquiátrico, que tenía un diagnóstico, esto hace mucho daño porque está asociando ambas figuras. Y realmente las propias estadísticas muestran que no es más probable que una persona con trastorno mental haga daño a otra. En todo caso tenderá a hacerse daño a ella misma.
(J): Ten en cuenta que la esperanza de vida de una esquizofrénica es 20 años inferior a la media. Y esto se da no porque las esquizofrénicas hagan daño sino porque se hacen daño a ellas mismas. Muchas se acaban suicidando.
(LC): Vamos a la raíz de vuestra Xarxa (red). ¿Creéis que la colectivización de vuestras experiencias os ha traído salud?
(M): A mí sí, pero las últimas épocas de la Xarxa no ha funcionado muy bien. Yo creo que la primera necesidad que tenemos es no sentirnos solas. Por esto, poder hablar de estas cosas abiertamente con personas que han experimentado lo mismo que tú facilita una empatía que es difícil encontrar fuera. Pero éramos grupos pequeños sin un método muy claro.
(J): Había un psiquiatra de la Asociación Española de Neuropsiquiatría. Es una asociación brutal, no hablan de psiquiatría ni de anti-psiquiatría, sino de pos-psiquiatría. Quieren un cambio de modelo y son un grupo de presión, aunque no tienen mucho poder.
(LC): ¿Entonces, os reconfortaba que haya gente, dentro de la psiquiatría, que piense como vosotros?
(Joan): Sí. Tenemos aliados (risas).
(LC): ¿Y os daban alternativas al sistema hegemónico?
(M): Los psiquiatras no estaban dentro de los grupos. Formaban parte de un “anillo”, una especie de comité de personas que querían contribuir. Pero nunca estuvo muy claro cuál podría ser la función práctica de estas personas, y al final la mayoría de consultas que hacían se individualizaban y versaban sobre medicación o sobre centros psiquiátricos. Eso sí, solo te daban su opinión, no te imponían nada.
(J): Iban en la dirección de una reducción de medicación. Y lo mejor es que daban un servicio completamente gratuito.
(LC): ¿Qué causas de fondo veis que expliquen la disolución de vuestros grupos?
(J): Te daré mi opinión personal, porque dentro de los grupos cada uno tiene la suya. Al principio conseguimos un rendimiento personal y colectivo muy elevado. Pero tú tienes una crisis cada año, o cada tres años, o cada cuatro. Entonces, hacer terapia cada semana o cada dos semanas sobre un tema era demasiado, no era tan necesario. Yo creo que un amigo verdadero, informalmente, te puede ayudar más. Es por esto que ahora nos reunimos informalmente, en plan amigos, y hacemos terapia de amistad. Yo he aprendido muchísimo de los GAM, pero no creo que se pueda sostener tu vida en esto. De todas maneras, este ha sido nuestro proceso, nuestro final, y esto no quiere decir que a otros GAM les pase lo mismo. Los GAM no se extinguirían así como así. Y todavía te diré más: los GAM con un fuerte componente de no-medicalización y de convivencia con la realidad imaginaria del otro tienen más posibilidades de sobrevivir.
(LC) ¿Creéis que existen alternativas reales al sistema psiquiátrico?
(J): Yo creo que la verdadera alternativa es el refugio. Un refugio es como un psiquiátrico, pero en realidad es una comunidad terapéutica, de la cual podrían formar parte las afectadas y un grupo de profesionales que, en régimen de cooperativa, trabajaran con nosotros, no sobre nosotros. Se podría financiar con donaciones, cuotas de las socias o incluso con subvenciones. Aunque no creo que las instituciones públicas estén muy a favor del refugio (risas).
(LC): ¿Existe algún proyecto de refugioactualmente en Cataluña?
(J): Sí, hay un proyecto pero todavía está muy parado. Cuesta mucho dinero y perjudicaría mucho a los intereses del sistema hegemónico, ya que está orientado a la curación y no a la cronificación de las enfermedades. De todos modos, querría decir alguna cosa sobre la relación entre las instituciones y la autogestión. Algunos grupos de ayuda mutua reciben dinero de entidades como La Caixa, que no se oponen precisamente al capitalismo (risas). Como también hay grupos GAM institucionales y grupos GAM contraculturales o autogestionarios. Yo pienso que la política o la haces, o te la hacen. La organización interna de los GAM, estén subvencionados o no, es más participativa. Es por esto que soy partidario de crear más grupos dentro de las instituciones, con gente que reciba un sueldo por trabajar. Puede parecer una contradicción. No creo que podamos cambiar las instituciones, están hechas por lo que están hechas, pero sí podemos abrir espacios; ya que es tan complicado llegar a autogestionarlas intentemos mejorar la vida de la gente, sin perder de vista el objetivo de una autogestión generalizada de la sociedad.
(M): También es complicado, ya que habitualmente una buena parte de las personas que entran a trabajar en las instituciones lo hacen por comodidad y no por vocación. Claro que hay gente que está comprometida. Pero mucha gente es fría trabajando. Y esto lo favorece, creo yo, la formación que reciben y las promesas de comodidad. Yo no he esperado nunca gran cosa de las auxiliares y otras trabajadoras de los centros. Las hay más amables y más distantes; hay personas implicadas, pero tienen muchas tareas que cumplir, pueden no ser las mejores condiciones y no tienen, en caso de que quisieran, tiempo para dedicar a las personas. De todas maneras, sea como sea, la conclusión es que a la institución le falta tiempo para dedicar a las personas.
(J): Se ha de plantar la semilla para que los propios profesionales comiencen a luchar contra sus propias instituciones.
(M): Como Ana Carralero, profesora universitaria y a la vez enfermera, tipo de profesional con empatía. Y es que cuando te endosan la categoría de “enfermedad mental” es como si te pusieran una pegatina. Pasas a ser de otra categoría diferente al resto. Y para algunos profesionales eres objeto de estudio. Eres una alteridad con la cual muchas personas no pueden empatizar. Podemos imaginar a una persona con dinero que por avatares de la vida pudiera llegar a ser pobre. En cambio, no pensamos que cualquiera de nosotros podría llegar a la “enfermedad mental”, que es una categoría social y no natural. Y realmente nadie está libre de esto.
(LC): Para acabar, habladnos un poco sobre la publicación que tenéis en mente y que se hará realidad dentro de poco.
(J): Bien, el libro es una crítica radical al sistema de salud mental (risas). En todos los aspectos. Hemos ideado una réplica parecida del famoso texto del situacionista Raoul Vaneigem, “De la huelga salvaje a la autogestión generalizada”, que es como un cuestionario relativo al mundo del trabajo; nosotros lo hemos hecho sobre el sistema de salud mental. También hay un cómic sobre represión y brutalidad cotidiana dentro de los psiquiátricos, donde se tratan cuestiones como las descargas eléctricas. Llega un momento en que tú o tu familia podéis estar desesperados y firméis un papel. Entonces tienen carta blanca para proporcionarte descargas. Hoy en día las descargas se hacen con anestesia general, con el peligro añadido que comporta esto. Hay una pérdida de memoria brutal, memoria a corto y largo plazo, y también pierdes la noción de futuro. Dicen que las descargas tienen beneficios para la depresión pero esto no está ni mucho menos comprobado, y los estudios que van a la contra son ocultados. Si te niegas, una vez firmados los papeles, te amenazan con un periodo en sub-agudos, de 3 meses a un año y medio. Otra parte del libro habla del tema que ya he comentado: de cómo meterte dentro de las instituciones para cambiarlas, pero sin perder de vista que la verdadera emancipación siempre estará fuera de ellas, y de cómo podríamos combinar estos dos polos de lucha. También hay un texto sobre filosofía de los grupos de apoyo mutuo y una crítica a una terapia multifamiliar escrita por un compañero nuestro que participó como usuario en ella. Saldrá a la venta editado por la Editorial Descontrol, más o menos para mayo o junio. El libro se titulará “Otra Mirada al Sistema de Salud"
A las tres de la mañana, recortada en la penumbra, asoma la silueta del sonámbulo aficionado, mirando por la ventana del departamento. Habitación. Celda. Sala. Alguna vez habría que discutir acerca de los problemas de identidad de las horas que van desde las 1 hasta las 5:59. Puede ser que a la luna le guste mucho la poesía. En otra ocasión será. La ciudad. Inmensa, nido de gente. Parece vacía, y las calles. Sin alma, no devuelven un solo sonido. Dentro de los aposentos, sólo la canilla de la cocina con música de gotas suicidas, rítmicamente intermitentes chocando contra platos sucios de días atrás, todavía descansando sin lavar en el fregadero. La bacha. Sólo eso, nadie ni nada más. El lugar es el completo desorden. No es que importa. Fuma observando las calles desde arriba, sin saber. Que es observado. Por la gata blanca sigilosa, redondamente fría, acompañada de los pocos peces que sobreviven a las luces nocturnas. La ciudad, algunas cosas las tiene un poco más cerca.
También está en alguna esquina, pateando. Y en algún automóvil, por qué no. Ya se sabe, el Partenón no tiene líneas rectas. O al menos eso dicen. Rodeado de gloria, el hijo mayor de los Addams se la jugó entera por la residencia de los jóvenes, entre otras representaciones arquitectónicas de su país en pañales. Quién sabe, niña, este país. Tipo culto, rinde culto. Culto a la Pala. A Palas Atenea. Pero bueno, por el gusto a las estatuas piensa en Julio Florencio, ejemplo de estatua que cada día canta mejor, bruselense zorzal de ‘egues’, guevolucionaguio de la primera hora. En realidad, a deshoras, como este caso. Pensar en los paredros, porque para eso lo trajo al cronopio. ¿Qué son? Espejos, doppelgängers, sombras, prójimos, ayudantes. Pensar. En sus propiedades, sus fluctuaciones. Humo de incienso. Crisálidas y mariposas, marsupiales paredros mariposas. Pensar, en. Sus libertades. Qué deliciosos modelos para armar. Los que viven arriba de escalones falsos siguiendo manuales de instrucciones creen que es una suerte de escritor menor, de iniciación y otras boludeces. La verdad es que nunca le perdonarán a Julio su condición de niño. La intención de jugar. Feuille morte. Paredros existentes como entidades separadas de mente y cuerpo, dualismos estúpidos, resueltos en espejados triángulos, perfectamente perversos y vampíricos. Geometría literaria. O arquitectura griega.
Pensando en griego, había una vez. Un loquito, porque Grecia estaba llena de loquitos. Este tipo, este ágil perro blanco, este… lumpen, paredro delirante de otro delirante, deambulaba por las calles desnudando las monedas falsas, la moral, las costumbres, sin más herramientas que un farol, alumbrando los rostros de la gente. Sí, un farol. Buscando un Hombre, uno solo. Que sea honesto, jatefi vos. Escupiendo en la cara a las normas y a los giles. Tipo desagradable, por demás. O no. Deja impresión, eso sí. Imaginarse caralarga a Platón luego de regodearse de las enseñanzas de su maestro con definiciones de bípedos implumes, obteniendo por respuesta… un pollo sin plumas, risas y un hombre hecho y derecho. Correte, loco, me tapás el sol, le dijo a un pibito de Macedonia que salió a recorrer el mundo. Paredros hay en todos lados, hasta en Babilonia, de todas formas. Un poco más acá, lo que es decir en ningún lado, en un texto londinense se habla de un intérprete griego y de un Club metafísico, un club que se viene reciclando, rehaciendo, un club que hasta deambuló -o deambula todavía- en las nocturnas y ya no tan olvidadas calles del barrio latino parisino. Con un farol en la mano.
¿A dónde íbamos? Se pierde uno en estas curvas. No hay líneas rectas en el Partenón. O sí. Lo que sí sobra en el Partenón son las ilusiones ópticas, los pensamientos de jóvenes fumadores insomnes de tres de la mañana. Está en todos lados esta noche, omnipresente con recuerdos y asociaciones que flotan como hebras de humo. Acrópolis, necrópolis, narcópolis, metrópolis. Bibliópolis, por qué no, también. Las calles son también ilusiones. Entre el pasado y el presente hay un limbo que no tiene nombre. O sí. ¿Cómo se dice puente en griego? ¿Historia? ¿O literatura? Ficciones, ambas dos. El limbo no tiene nombre. O sí.
Conductas propias de un ser humano
¡Charcos!
Rincones poco más que asépticos,
tazas vacías de café,
bocas de tormenta,
algodones, jeringas,
éxtasis de ojos idos,
zapatillas rotas,
huellas húmedas en el cemento.
Bosteza un pensamiento, una vista hacia todo lo que es pasado. Brilló como el sol, tuvo la luna a su merced. Tempus fugit. Como una nube, como una ola, como una sombra. Como un conejo. La puta madre, eso no era griego, era de otro lado. Ya lo dijo, de todas formas. O lo pensó. Esclavo, es clavo de las agujas. Hoy despierta obnubilado ¿Despierta a qué? A nada, a la Nada. Despierta, al fin. Aprende, por lo menos. La voz de la experiencia, quería. Esa voz, que en su cabeza, en la vereda estrellada, en las espiraladas mentiras, faroles de tabaco, gotas del fregadero, le habla y le dice, le dice de nuevo que la experiencia es lo único que hay cuando no hay nada. Siddhartha no era un perro blanco pero meaba en los mismos árboles.
Finalmente, termina el pucho, y corre, se va. Apaga el farolito. Se acuesta en un deshecho colchón relleno de hojas de otoño con estrellas en los ojos. Lágrimas afloran mientras vuelve el tiempo a cachetearle, amoroso. ¿Violencia? Él es bueno conmigo, lo que pasa es que me porto mal, lo justifica, ante su paredro. Preso en la ciudad. Simplemente preso, en realidad. Duerme, al fin. Duerme y se va.
¿Conductas propias…?
¡Gabardinas!
Turbia propiedad del humo de la mente,
la cruel panorámica del whisky barato
carcomiendo los huesos
en amables callejones
llenos de orina y vómito
y humanidad
esparcida en la basura.
La revolución no será televisada (Letra adaptada de Fernando Bogado sobre un poema de Gil Scott-Heron)
Hermano, no vas a poder quedarte en casa, no vas a poder enchufar, encender y desenchufar, no vas a poder perderte en la heroína y evadirte ni ir por una cerveza en la pausa publicitaria porque la revolución no va a ser televisada.
La revolución no va a ser televisada. La revolución no te será llevada por Xerox en cuatro partes, sin las interrupciones comerciales. La revolución no te mostrará fotos de Cristina tocando una corneta y dirigiendo una acusación contra Macri, Alfonsín y De Narváez con tal de comerse unas morcillas confiscadas en un puestito en Ciudadela. La revolución no va a ser televisada.
La revolución no te será llevada por APTRA, ni por las estrellas Luciano Castro o Natalia Oreiro, ni por Paka-Paka o Cartoon Network. La revolución no le dará sex-appeal a tu boca, la revolución no te va a desatar los cordones. La revolución no te hará lucir cinco kilos más delgado porque la revolución, hermano, no va a ser televisada.
No habrá fotos de Néstor o Chavez empujando un changuito con las compras del mes cuesta abajo en una carrera desesperada o tratando de arrastrar un televisor pantalla plana en una ambulancia afanada. TN no va a poder predecir el ganador del partido de las ocho y media ni cubrir lo que pase en el conurbano. La revolución no va a ser televisada.
No habrá fotos de policías disparándole a otros pobres en la tapa de Crónica. No habrá fotos del Pity Álvarez siendo sacado de Fuerte Apache en un patrullero con un nuevo procedimiento de etiqueta. No habrá cámara lenta ni instantáneas sacadas por un vecino patinando por alguna avenida central en un auto viejo con autopartes nuevas que él había guardado esperando la distracción policíaca.
Twitter, Bailando por un sueño, Master Chef no van a ser tan relevantes y las doñas no se interesarán más por si Jorgito le dio un beso a Nina en Avenida Brasil porque los negros estarán en la calle en aras de un día más brillante. La revolución no va a ser televisada.
No habrá titulares en el noticiero de las nueve ni tampoco fotos de mujeres liberales con los brazos peludos, ni de Wanda Nara hablando de su ex. El temá de la canción no será compuesto por Gustavo Santaolalla, ni por Andrés Calamaro, ni va a ser cantado por Calle 13, Shakira, Lady Gaga, Amar Azul, Tan biónica o Foo Fighters. La revolución no va a ser televisada.
La revolución no ocurrirá inmediatamente después de una noticia sobre un tornado blanco, un relámpago blanco o un hombre blanco. No tendrás que preocuparte por una paloma en tu habitación ni por un tigre en tu maletero ni por un gigante en tu inodoro. La revolución no se hará mejor con Coca o Pepsi, la revolución no luchará contra los gérmenes que pueden causar mal aliento. La revolución no necesariamente te pondrá en el asiento de conductor.
La revolución no va a ser televisada, no será televisada, no puede ser televisada, la revolución no se postulará otra vez, la revolución no va a tener un botón de “me gusta” en Facebook
Hace unos días, he soñado con Gastón. Voy yendo tantas veces a lo de
la bruja, que ya me echo las cartas solo. Las barajo, las suelto, sobre el paño
del mantel, bajo su mirada sonriente y curiosa, me voy. Nadie interpreta nada,
todo transcurre sobre una red de sobreentendidos, las cartas hacen su laburo
silencioso, poniendo secretos mecanismos en acción.
No sé por qué el ambiente de feria hace un trazado de aguja en la
memoria, zurciendo, perforando instantes para unirlos en un hilado discontinuo.
Tantas ferias, ¡tantas como tantos feriantes haya! Conocí un hacedor de
máscaras y amuletos de barro, un maquinista de pequeños mundos hechos de
palitos de fósforos, con la cabeza roja o ya quemada, un vendedor de catalejos
caleidoscópicos, un viejo sin mar en la adoquinada eternidad de las postales de
San Telmo, que vendía su artilugio entre morenos que ofrecían billeteras
estampadas y parejas de milongueros arropadas por su correspondiente bandoneón,
uniformes militares de un amor que es una vieja medalla, la primavera con una
esquina rota, el mago colocando los artilugios sobre el escenario, plantando la
semilla del árbol.
Una de las primeras ferias de las que tengo recuerdo, o eso creo, es
una feria de ciencias de escuela primaria. De esas ferias escolares donde
participa toda la institución, desde los muchachos del preescolar hasta los
prepúberes que ya están presintiendo el fin del verano y pabellón séptimo
grado, donde cada año tiene una temática y cada curso la interpreta a su
manera, a la manera de la maestra de esa división, desde el Cosmos a la Feria,
esa sería la temática de las ferias de ciencias, que se celebraban en los
pasillos, en los patios, ¡hasta en las aulas!, recuerdo haber recibido una de
las primeras lecciones de magia y alquimia, engañando a los sentidos con
elementos simples, como su oclusión o su enfrentamiento, por ejemplo, tomar un
adulto cualquiera, vendarle los ojos, ofrecerle el sonido desviado de una
cebolla, cortándose en sus oídos la cebolla, acercársela a la nariz, darle de
comer una manzana.
El Mago como prestidigitador, como mecánico demiurgo ordena las
distintas capas de realidad, para que por algún costado se desate el Asombro,
no por el Mago, si no a pesar de él, como si la magia fuera inevitable, como si
el universo hablara en todas las cosas, brillara en todas las cosas, se
ocultara, en todas las cosas. Recuerdo a feriantes ambulantes como el profesor
Marechal, con su aire a Buenosayres, que siempre que aparecía atraía las
sonrisas con la jovialidad del mago peregrino, con sus microscópicas máquinas
de vapor y sus pistolas de papel de diario, con las que se podían asaltar dos
bancos, diez quioscos y una estación escolar de radio, recuerdo a los
vendedores de melodías de mandolina, con la púa y lo más importante, el Método
para serenatear como Chespirito, recuerdo una feria de Lengua y Literatura,
donde lo mejor era la escenografía, la magia de la vecindad, el barril, ingresar
tratando de embocar el balero, eso, eso, eso, recuerdo ferias en la casa de la
abuela, vendiendo o intentando vender por la ventana dibujos, revistas viejas y
recortadas, aviones y barcos de papel, que nadie compraba, nunca, recuerdo las
kermesses, tiro al blanco, derribar la torre, tres tiros por un peso, las
manzanas acarameladas, dónde está la bola y demás estratagemas para crear la
atmósfera donde se desarrolla el truco, vos no jugás, nene, me dijo un tahúr
una vez, cuando le cagué el truco diciéndole a un señor curioso con cara de
oveja donde escondía la pelotita de goma roja, que tan bien escamoteaba a la
vista el feriante. Me corrió con una mirada de desprecio, o de lobo con las
encías llenas de saliva y sangre, había un aleph,
digo…
había una vez, viaje al centro de las ferias, feria del libro, por
unos días pústula visible del hormiguero civilización, donde afluye el millar
de ríos de las convenciones de palabras y agujeros negros por los cuales
penetrar el universo, relatos en todas sus formas envueltos por un relato que
llamaría social, que los junta, el aburrimiento y la siesta indecente en las
butacas del teatro donde vampiros que laburan de actores se disfrazan de
vampiros, el informe a desgano, la desidia, las pocas ganas de recitar una
poesía muerta, la invisibilidad total, el viejo truco de dejar flotando una
sonrisa triste, las artesanías, los machetes robando mesas de las tacuaras, los
dulces, los amargos mates de los días de viento, las mesas de saldo del verano
frío, el brazo apresado, por cuyos huecos y resquicios penetra la arena de
playa, la sal del mar, el silencio estrellado de la noche, conocer al perro más
vago del mundo, arrojarse al mar desde el filo más alto del castillo de If,
como si el homenaje fuera de Dantés al contador de cuentos del libro de la
selva y no fuera un túnel que puede atravesarse, el aleph es la letra que le
cabe a la carta del Mago, la primera del viaje, que sigue enhebrando su truco
con lentos movimientos, casi imperceptibles, ahora vamos armando el escenario,
se va tejiendo el mundo con infinidad de sutilezas, preciosas perlas,
solitarias como estrellas donde nadie nada nunca, ir colocando las luces, los
focos entre los árboles del patio de la biblioteca popular, ¿para qué perderse
en el Colón?, si es simplemente para cumplir la circularidad de la metáfora no
da, entonces colocamos los focos, los alargues y prendemos las luces, colgamos
banderines, movemos tablas, invitamos a la suerte de artesanos que abren sus
ventanas al mundo, colocamos música, sacamos fotos, perpetramos el intercambio
energético, compartimos mates y yerbas, bailamos la danza hipnotizados por
juegos de manos, bebemos el jugo destilado del manzano, ponemos la Chispa para
el pequeño fuego del cortocircuito.
Tantas cosas para mirar en una feria, para hacer, para ser. Las
batallas vecinales por el territorio, no es lo que acordamos en la reunión,
hace siete años que vengo y siete años igual, la vieja del frente me saca el
lugar, las luces, el decó, las comidas, pre-preparadas las rápidas, sus aromas,
sus gustos, las bienvenidas, las charlas entre feriantes, las visitas de
amigos, los mates sonrientes de los curiosos, la esperanza en el aire hasta en
la noche boca arriba, yendo de vuelta a la casa en un final de juego. Una niña
anciana que vende plantas, envuelta en un vaho verdoso, nos regala un retoño.
No recuerdo el sueño que he tenido, pero el intento de recuerdo de un
sueño hace que pase al frente el espíritu del ser soñado, ¿habrán coincidido
nuestros ojos en una mirada? Hace ya mucho tiempo, en las voces de la calle
preguntan si suena el nombre de Santiago, no es ése el hermano con el que he
soñado, aunque la pregunta de los ojos titila en las gargantas de los otros, es
otro el hermano con el que he soñado, con el hermano, mi hermano, con su
sonrisa abierta, su desplazarse inocente por el mundo, generoso y serio como un
mago que además es un bufón.
Estamos vagando en una feria a la salida de otra feria, en busca de
pan, una feria de una colectividad religiosa amante de textos escritos con
alfabetos esótericos y tablas de la ley, un pueblo elegido para conservar, no la
esperanza, sino la espera, que se reúne sobre letra muerta para soplarle vida, cuando
nos aborda un muchacho calvo, de moño rojo, camisa a cuadros, un extranjero
volcado sobre la frontera de la lengua y del espacio, que nos regala una
sonrisa, pueden ustedes llamarme Ismael, dijo, vengo de Israel, vivo hace cinco
años aquí, ¿puedo mostrarles algo?
Habla con Anita, le enseña una moneda, recuerdos de provincia, la
desaparece en su mano sin dejar de hablar, aparece sobre la mano de Anita sin
dejar de hablar, vuelve a tomar la moneda distraída, sigue hablando, la esconde
de nuevo en la mano, se escapa al hombro de Anita. El Asombro comienza a
florecer, toma un caracol marino, su único recuerdo portátil de casa, el mar en
el oído, se lo da a Anita, me habla, dice que tiene el poder de traer a la
memoria un ser querido, que piense en alguien, me da un papel, hay público
dicen cuando hay más de tres personas, escribo el nombre de mi hermano, dice
que puede adivinarlo, se rompe el papel que todos, menos él, han visto, y me
dice, en un español trabado, la persona en la que estás pensando es hombre, es.
Más joven, tiene más cabello que yo, se ríe, nos reímos, esta persona es
familia, es cercano, diría que es tu hermano, si no me equivoco, me sonrío,
buena deducción, pienso, mientras le pide a Anita que sacuda el caracol, dentro
hay un papel, sacude el caracol pero no sale nada, el mago lo toma entre las
manos, sacúdelo así, lo devuelve, Anita lo sacude, sale el papel, que dice, ¿te
suena el nombre Gastón? Es mi hermano, lo he soñado, le dije. Nos
saludamos, dijimos gracias y se fue.
No sabe uno qué elegir, qué hacer. Es que Poesía es tan distinta a la realidad, tan luz ambulante, tan personal, y Yo soy tan demente, tan insano, tan surrealista, que no quiero dejar ese dulce pensamiento personalmente adictivo, ese pensarla pensándome pensarle pensarla pensarme –y se enrolla…- no puedo evitar esas ganas de mirarla mirándome mirarla y reírnos (reírnos reírnos reírnos) como un par de locos caminando por la calle para llegar a ningún lugar y sentarnos en un viejo recuerdo de alguna vida pasada mientras nos estudiamos como si fuéramos algo más nuevo que el amanecer del primer día, como si no hubiera ayer (que no lo hubo), como si en el puente que se forma entre sus ojos y los míos estuviera el secreto de algo eterno. Me da miedo el pensarlo, me aterra mirarla, porque desnudo el alma, desentierro deseos, al ver esos ojos curiosos, y muero de pavor porque lo sepa al leerme, como el libro abierto que soy, a través de mis pupilas, al final no tan lejanas como aparentaban. Y aún así, necesito ese camino, ese puente, esa brecha que se abre a la verdadera realidad, necesito observar ese lago negro, desprender esa figurita del álbum y pegarla en la ropa, en el pecho, en la mente, escuchar esa música alegre de sus labios… Es que Libertad es tan loca y yo tan tonto, que no puedo evitar querer perderme en ese dulce momento que fue conocerla, en sonreír al caminar.
No sabe uno qué elegir, viajó hasta la costa para ver el mar, pero sabe que el agua está fría… si vas hacia el mar al amanecer, quizás extrañes a la pared…
Aunque, quizás, sólo hasta el chapuzón…no sabe uno si tirarse o volverse al auto, pero la brisa le acerca el aroma deseado, el aire salado y fresco de ese mar que soñó. Corro al encuentro, me tiro, me dejo llevar, sabiendo que puedo ahogarme, pero no importa, el agua ahora está tibia, y la corriente, fuerte, trae recuerdos de juventud. Las olas enormes vienen y van, tranquilo, me dejo llevar, alguna a la costa se va a acercar… ¿No ves que soñamos este encuentro? No seas cruel, si no me llevas a la arena de vuelta me voy a ahogar, estoy demasiado hondo, ya no hago pie en tu mar.
II.
Pero mi corazón no es ciego, dijiste. También recuerdo algún que otro par de frases, una casi como freno de mano cuando te dije que quería ser libre como un pájaro, tu “no todos los pájaros son libres” como un piedrazo entre las alas, un golpe del que nunca me repondré del todo. Aprendizaje, la absurda justificación para los dolores. Cosas tan tristes que uno escucha como de refilón, sin querer, y que te rompen el alma, el corazón, que no es ciego, ciertamente no es ciego, pero vaya uno a saber con qué ojos mira ese estúpido músculo, que nunca descansa, bombeando y bombeando sangre, por las calles, por los ríos de cemento, mientras los verdaderos ojos, no estos dibujados en la cara, se muestran grises, e incapaces tratan de penetrar en la niebla del futuro, en la bruma de otros ojos que no están, que no están porque no existen. No sé, viste como van las cosas del delirio a la acción, ahora hay que parar un poco de volar por ahí, porque hay que cruzar la calle y los autos si uno no está atento serán como esa piedrita mental que me arrojaste aquella vez. Rodeado de cadenas, todo lo que veo con el alma son cadenas, y es tan triste, tan azul. Aunque no quieran, aunque no sea esa su finalidad primordial, todo lo que nos rodea nos ata y nos une, y hay que sentarse a pensar realmente el significado, el valor, positivo-negativo, blanco-negro, bueno-malo, de algo que te ate y te una a otro algo, las fibras del hilo, el trabajo, los estudios, los amigos, la familia, el amor, el propio cuerpo, estas manos, los ojos, el cerebro detrás de los ojos. Sacando de foco todo lo bueno entre comillas que, desde luego, posee como propiedad inherente todo lo que nos envuelve, el ambiente sobre el que nos desempeñamos, quitando hipotéticamente de la luz aquello, trayendo a plano el lado B, también cada factor que nos influencia (usando el término influencia por no encontrar otro que abarque a pleno lo que intentamos decir, ya sabemos de las limitaciones del lenguaje, etcétera) tiene algunos tintes de opresión, de eslabones invisibles que no se pueden romper. No se pueden, cómo podrías desprenderte de tus pensamientos, ya el primer anillito de duro metal, cómo negar la propia realidad, pañuelo pintado frente a tu nariz, y la propia interpretación del pañuelo, los dedos penetrando el velo. Cómo podrías. Preso, esclavo de la carne y de los intangibles, del entorno. Otra vez deseando la libertad del loco, unos cigarrillos por favor, si, marlboro box, ¿diez? Acá tenés, gracias.
III.
¿Ves esos cables en el cielo?
Provocan la sensación de contraste
entre la risa y la tormenta,
ese estar perdidos y completos
llenos en esa perdición, en ese caos,
en la gran inmensidad
de la particula de polvo en el saco del marino
que pasa caminando,
de la pluma
que se posa entre ladrillos.
¡Vaya paradoja!,
navegando por cielos
soñando entre estrellas
olvidando cada vez más, el ego
y al tiempo cada vez más yo...
más plástico, maleable,
sensible a las fluctuaciones de lo etéreo
sin lugar dónde asirse,
dejándose caer
amando ese momento
donde no hay momento
ni espejo donde buscar
esa imagen que se parezca
o defina por contraste
en ese lugar donde se es algo
sin nombre ni palabra, siquiera sin letras,
se es completo Ω.
IV.
El fuego en las manos, la inspiración, el humo en los pulmones, rellenando, saliendo, perdiéndose en el aire, ese ritual. Un cable a tierra, entrevisiones. El miedo, el no instinto, ya ves cómo no me lancé a los automóviles, ya ves cómo me zurzo al tabaco y la nicotina penetrándome. Qué jodido, eh. No sé distinguir siquiera la piedra golpeando las plumas. Ah, aire, en todas partes, sin ataduras. Mientras tanto acá yo, acá nosotros, cada uno en su pecera, incapaces de conectar, porque desde el momento en que una palabra brota de los labios ya está sujeta a modificaciones del ambiente, inclusive el hecho de salir de la caverna donde se esconde mi lengua ya la deforma y la corrompe, eso no es lo que quiero decir, créeme que no lo es. A veces pienso que nadie se comunica del todo con nadie, nunca se puede transmitir el verdadero pensamiento y esto que estoy pensando en este momento no es lo que estoy pensando realmente pero es lo mejor que puedo expresarlo, ¿se entiende? Si no se entiende no importa. Estamos como envueltos en pequeñas cárceles, enquistados dentro de masas de carne, de harina podrida. Vamos viejo, en qué te diferenciás con el loco, estás en el borde del precipicio ya. Alguien que me empuje por favor, que me dé la ñata de bruces contra el suelo, que me saque de este laberinto, de este puto laberinto construido por un retorcido remedo de Dédalo. A veces me asalta un deseo de trágico final estilo minotauro, de rodillas pidiendo por favor Teseo sácame de esta miseria. O un poco como Ícaro, viajando hacia el sol. ¿No ves, querido Dédalo? Todo lo que tocás se quema, ¿Por qué razón entonces me encerrás en mi propia mente? Déjame ir, déjame volar o al menos, déjame vendar al tirano núcleo de mi cuerpo para no mirar, para liberarme de mí mismo. Quiero dormir.
La estasis bulle el cerebro, se forma una gelatina espesa. Uno empieza a maquinar, a enloquecer, enhebrando pensamientos, formando un lienzo, una camisa de fuerza que no deja mover y cierra el círculo, hace el rulo.
La laguna espiritual es todo lo que hay, se estancan las acciones, los sentimientos, la vida. Se pasa a un estado contemplativo, que es algo como mirar a través de un vidrio o sentarse en la tribuna; no reconocerse en la realidad.
Los músculos se endurecen, va quedando tieso, rigor mortis, en algún lugar, en cualquier lugar.
Y cualquier lugar se convierte en el centro de cualquier cosa, pongamos una plaza. De repente, ya no es un ego: el ángel Yotuel se fue y esto que fue un yo o un él pasó a ser algo sin rótulo, un resabio del pasado poroso donde anidan palomas y los chicos se juntan a dibujar nombres, mientras se oxidan ideas, justo ahí, entre el pelo de estaño y cobre, pero… pero las palabras… ¿cómo era?
Ah sí, las palabras.
Las palabras falsean intuiciones. Y lamentablemente, el Yo es un saco de palabras. Entonces, no puede explicarse lo que hay del otro lado —del lado de adentro— de una ilusa estatua, hecha de versos, maleada con acordes de algún viejo rock.
Buscando la salida, escapa del cuerpo estático y vuela al infinito. Mirando por el ojo de la cerradura deja de mirar, convirtiéndose en la misma luz papel maché que mojaba las pupilas. Triste, la forma quedó atrás, y el Yo prueba el sabor del aire, de la Nada, del caramelo que en algún lugar del suelo contiene miles de figuras y realidades.
El cuerpo quedó hecho estatua.
Por la estación Eduardo VI… ¿O era vi?
Vi.
Ve.
La muerte.
Es otro dibujito, otra representación.
La ve como llave, brecha, pasaporte. Marca indeleble que permite acceder detrás de la cortina, anteojos para la letra chica, sala de edición por fin al alcance del ser humano, ticket para los juegos (todos los juegos todos) de la creación.
Quizá permita dios mirar al basurero y hurgar, buscando borradores de lo que nunca fue y nunca será, de lo que no tiene tiempo.
¿La revolución?, preguntan las voces. Miedo, replican otras.
¿Miedo a qué? Oye risas desde el fondo del inconsciente. El pequeño homúnculo se retuerce de risa mientras espera nacer. Alguien habló de luz al final del camino. Bien, se dice, quisiera… además ver el foco, el rayo on the making, la fuente productora y su razón de ser. ¿Tendrá alguna?, se pregunta.
Sueña la mirra como red que pesca del mar de la incertidumbre.
No temas, querido, dicen las voces. Siempre aflora la humanidad, la Revolución.
Ya está aquí.
Somos acumuladores de palabras, dicen las voces, y estamos cerca, muy cerca de la Revolución.
Las canciones de amor también pueden ser mensajes de Revolución. Todo depende del lado del telescopio que quiera Uno mirar. La Revolución está aquí, ¿no ves?
Hemos aceptado todo: el pasado es alterable.
El pasado nunca había sido alterado, Libertad. El doblepiensa funciona de las dos formas. Esclaviza…o libera.
Un día de estos no habrá más ambición de poder; habrá risa, habrá arte, literatura y ciencia, cada día de una forma más sutil.
II.
Quizás no brille en las mañanas, la negra flor,
blanca piel languideciendo al aire,
larga cabellera tiñendo oscuridad,
haciendo soñar a la distancia, urgiendo
detrás del frío lienzo azul
mientras millares de pequeños grillos
se suicidan, sin que sepan esos ojos,
prófugos de tanto sol.
III.
…a lo mejor un loco no es más que una minoría de uno solo. En este momento, simplemente soy-estoy en este oasis, a treinta metros del suelo, un pequeño cuadro donde sombras y luces ingresan desde fuera y pintan, bailando un tango. No tengo palabras para explicar el surrealismo sci-fi de naves espaciales, robots y podadoras que toman las calles.
Soy la locura del futuro, mientras amo la única estrella del cielo en su inútil indiferencia. A pesar de sí misma la amaré igual, aun cuando la odie, porque… aunque venga a acariciar con su azul bufanda el cuello, aunque bese con largos dedos mis brazos y este pecho donde late su bandera no está aquí, conmigo.
La odio. Por estar siempre distante, ausente. Siento su gigantesca sombra sobre la mente. Estúpida estrella, si supiera llegar a donde estoy, si tan sólo pudiera mojarse en mí, empaparse de sueños, sabría… que trato de asirla, atraparla con todas mis fuerzas, pero no llego. Entendería la impotencia, comprendería mi profunda tristeza y melancolía, vería la inutilidad de mi lucha, la futilidad de mi misión, el sueño de humo de alcanzarnos.
Entonces, sólo entonces, cuando también haya caído al barro de la soledad existencial, de saberse en otro plano, en otro cristal, entonces (y sólo entonces) podríamos, entre los dos, romperlo, quebrarlo hasta las cenizas, y la arena entre los dedos y el intenso aroma a mar y libertad vendría a despertarnos a la cama, hallándonos inserviblemente agotados, con los cabellos revueltos entre las sábanas.
Habrá que sonreír de infeliz, nomás, infeliz panza llena de pizza con calabresa, por la estupidez zen de dar en el clavo siempre, siempre la justa. Peridomiciliario el arresto. Mi domicilio es el universo, y es un patio que a veces queda chico, pero… como siempre, alguien pasa y te tira un cascote por la cabeza y te rompe la guitarra.
Vivís en un mundo imaginario, dicen. Y al final, parece que tienen razón y que está bien estar encerrado dentro de un cráneo.
Y sí, vivo en un mundo imaginario. Cómo describir, si no, las casas, las calles, los baches, los pozos, el cordón de la vereda inundada por parches de un verde tan hermoso que da calambre. Cómo explicar vivir en este mundo: un mundo donde existe un ser llamado Manuel Pies cantando a la esperanza con una criolla (y lo llaman calle), donde todavía existen superhéroes con bigotes de dos colores (los dos tipos más lúcidos de la tierra, Carlos y García), donde una tierra verdeamarelha da tanto embrujo de bossanovas y cielos de ojos verdes, donde cuarentones amargentinos nihilistas juegan a la rayuela en calles y nosocomios, donde jóvenes parisinos se han bebido todos los venenos, donde poetas beatniks denunciaron las mentiras de Moloch, donde prosas densas inglesas y cubanas y rusas y francesas y etcéteras ya lo han dicho todo (bichos, bichos dichos todos) y han debido volarse los sesos para bendecir la tierra.
Vivo en un mundo imaginario, donde lo cierto es que los días se deshojan como margaritas de vidrio esmerilado, hojas que los suicidas usan para escarbarse la piel, para recordar a Safo, la gran egoísta.
Un gran mundo imaginario, donde existe un relojito, redondito, amarillito, ciego y caliente, que han llamado sol, y que sale todos los días y se pone todas las noches, mientras hormiguitas caminan y deambulan y trabajan y trabajan y trabajan (y trabajan).
Un gran mundo imaginario, en el que la señora luna juega, egoísta, lejos de les pibes que patean las calles, embriagados en la mierda que circule, para intentar escamotearle una escalera al vacío, una que aparece solo para dejarnos subir un par de escalones y resbalar, resbalar hasta abrirnos la frente y bebernos la sangre que chorrea gota a gota.
La sangre del Hijo del Hombre.
De las seis putas letras.
Sin dudarlo, un mundo así no puede existir. No puede haber cuatro paredes en cada rincón, hasta cuatro paredes con ruedas, cajas, ¡cajas que se mueven, que transportan gente (¿gente?)!
No puede existir un mundo así, un mundo de antiácidos y antibióticos y dinero y plástico y calendarios y tiempo.
Tiempo.
No puede existir un mundo donde exista el tiempo, un proverbio de una mariposa china, de un río que pasa y pasa y pasa y el agua. Otro capítulo importante, hablar del tiempo. Pero poner una letradelantedelaotra ya es decir tiempo, así que simplemente lo dejamos ahí (lo odiamos demasiado).
Perseguimos revoluciones rolingas, somos yihadistas espirituales, Siddharthas de auriculares, divididos por la felicidad del jardín que se fue con el tornado.
Perseguimos revoluciones que se hacen hacia atrás, el tiempo, el redondo reloj de Nietzche pasado por la licuadora de Oktubre!
Creo que necesito una farmacia. Secas, austeras, soviéticas.
IV.
Qué lejos se ve ya todo desde acá, ese dolor
en un sutil contraste de luces y vientos huracanados
flotando después de estrellar la trompa contra el suelo,