lunes, 16 de septiembre de 2019

Ducha romana


Bordar, en el circulo
dentro del círculo, cebar
en la orilla, con cuidado
que no se queme, que el verso
no se queme,
no sé qué me está pasando
melodías sencillas
distorsionan mi mente,
la capocha, el mate,
el marulo,
gotas orugas se desplazan
por la madera, soy
el árbol, muerto,
resurgido
en manos de su asesino.
Son tres puntos,
las gotas,
tres densidades, desentonando
la sequedad de las cosas, la vida
penetrando la muerte, tres
puntos suspensivos…

Dormirse, dejar de pensar. Algo que late, que no hace tic tac. Los largos versos de todos estos años dicen adiós, muchachos. Crece la hierba whitmaneana, dejando surcos en la orilla de la noche, las estrellas se despliegan penetrando la oscura liquidez de la noche, el silencio se va zurciendo con las pausas de los grillos y chicharras, la bella mudanza de la solemnidad al lago de los sueños sin imagen. Oh, comodidad hermosa de arrullarse en el mullido colchón de un cliché, el rulo de la birome bienhechora que rasga el manto de las cosas, los dibujos inherentes a los huecos donde se besan el tiempo y el espacio, los márgenes minúsculos donde se zurce el cosmos y es universo.

Desatormentándonos, desatornillando la estantería de la prolijidad, de los acordes tocados sin la presión de la depresión, por no querer sentir, por no querer estar en la peor de las épocas, en la mejor de las épocas, en la séptima reescritura de la aldea pintada por vos y la mujer, con el pico cortaba la rama, con la rama fumaba la flor, la luz de la flor diacrónica y sincrónica, la flor de la materia donde la poesía es un pequeño y miserable temblor, que no cambia nada, que no importa nada, al lado de un techo, de una casita de ladrillos, de una ducha romana. Como la tortuga, nunca tuvo concepto de hogar, lleva su casa a las espaldas. Como la ciudad, la tortuga, viviendo en cualquier parte y volviendo a la misma arena, enamorada del mismo aire, del mismo mar.

He visto a las mejores mentes de mi generación consumidas por la materia o embarcados en la solitaria libertad de la locura, la moneda en el aire, girando, o en el bolsillo corroyendo las relaciones, en todas partes, envolviéndose, enrollándose, el abrazo constrictor del demiurgo, constructor, patrón old fashion que no estila pagar a sus esclavos más que con gotitas de miseria, hojas polidimensionales que ofrece para que masquen los grillos engrillados con la grilla diagramada para ejercer su tibio canto, con un guante en la silla, el brillante compás del olvido, del ser hermosos y malditos.

La triste esperanza: respirar,
desde el Otro Lado,
la saudade por venir, respirar
la espiral
que hemos de subir
para volver a encontrarnos
otra vez, por primera vez
con el fuego
en la noche perforada de los tiempos
donde las estrellas parpadean quietas,
donde planetas bailan para los satélites
que danzan para nadie,
para nada,
el sonido de los pájaros por la noche,
cerca de las cascadas de agua viva.

La triste esperanza: conocer
el destino de la Poesía,
una flor negra, prohibida,
que habitaba la ceniza.
El último amante del papel
siempre será el fuego,
sobre la piedra, una mesa
blanca como la luna, su espejo
en el beso de la tierra.
El sonido de los pájaros por la noche,
cerca de las cascadas
de agua viva, prohibida,
habitaba el fuego, Poesía.

No la ceniza,
los pétalos oscuros, abriéndose
para dar el néctar,
el beso líquido y seductor de la magia.