Con eficacia
metálica, en las atmósferas superiores de Marte, el barcito tétrico de la
esquina menos transitada de la plaza, un ventilador destina las aletas al
intento de hacer circular un aire viciado por el humo del cigarrillo que fuma el
único cliente.
Los
pájaros se comportan de forma extraña, observa Ramón. Llueve desde hace siglos,
aunque pareciera no importarles: salen volando, mojándose las alas ocres. Parecen de barro, a punto de deshacerse en un último vuelo suicida.
En
realidad, no es un cliente. Hace años que no paga siquiera un café. Llevaba milenios
desangrando gratuitamente barriles de cerveza.
Loco,
¿es que no tenés que laburar? —pincha el dueño a su (a esta altura) amigo. Sabe
que el desempleo hace rato se quedó a vivir en la casa de don Gómez. Ramón
había dejado la mano, literalmente, en la construcción del único edificio del
poblado. Un accidente trágico que lo jubiló sin salario, arrojándolo para
siempre al milenario submundo de las changas. Encima la lluvia había llegado para
quedarse. Y los pájaros del pueblo andaban locos, loquísimos.
Dicen
las viejas que se vendrá algo jodido —suspira Ramón, aunque, evidentemente,
algo jodido ya está instalado, el pueblo parece como embrujado. El agua hasta
las rodillas en los lugares menos lastimados; gente viviendo en carpitas
armadas en los techos, en otros. Familias devastadas, hogares arrasados, más
allá de la puerta de Camba Cuá; las únicas que quedan, dicen, son las
luciérnagas, brillando en la oscuridad de noches oscuras y lluviosas, sobre cadáveres
apilados de potros, vacas, cerdos y peces que hasta las moscas y comedores genéricos de carroña abandonan—, hay carne
demasiado podrida.
Ramón
mira por la ventana, casi ausente. Una imagen anacrónica, el eterno mártir sin
placa conmemorativa presente en todas las historias, dueño de una voz cavernosa,
hija del pucho y el alcohol, pero fundamentalmente de la tristeza y del
desencanto. La vida, qué cagada últimamente la vida, dice a veces, cuando
pierde la esperanza en el fondo del vaso.
Aunque,
para ser honestos, la mayor parte del tiempo su energía vital lo empuja contra la
corriente de la realidad y su esperanza parece inquebrantable, taurina. Pocas veces
flaquea. Hasta el asunto de la mano, el desempleo, el hambre de los hijos tiene solución, se dice. Se cuenta el cuento entre tragos, hasta llegar al
final del vaso y ahí, ¡plaf!, se rompe la burbuja y se vuelve a formar.
Bueno,
quizás flaquea de vez en cuando, contradictorio como todo ser humano, como
todo lo real que se desvanece en el aire, como el espectro inmanente de la
justicia social, la soberanía, la independencia económica. Los días más felices…
¡La pucha que no para de llover!, dice Ramón.
Ramón
mirando a través de la ventana en algunos ratos es Ramón mirando la ventana,
siguiendo el trayecto tortuoso de guturales gotas imantadas en la violada transparencia de vidrios empañados
por regiones, parches de la respiración artificial del bar, un organismo
biónico, hibrido, del que él era parásito y García un anticuerpo.
Así se
siente a veces. Casi siempre. El señor García dice que esas palabras de
crucigrama no tienen mucho interés. Pero son palabras que él, García, ocupa,
para componer charlas con las que interrumpe el pensamiento de Ramón, cuando siente que ha ido demasiado lejos; palabras que terminan
invadiendo el pensamiento de Ramón, contaminándolo.
Piensa
en los pájaros, Ramón. Algo les pasa, se repite. Cantan por las noches,
insomnes. Vuelan sobre los días llenos de agua y cantan por las noches llenas
de agua, pasados de rosca, paranoides, como si algo se estuviera escapando de
la red dialéctica por la que encauza el fluir de la historia. Cantan,
intuye don Gómez, sobre exilios de flores quemadas, sobre la eterna decadencia
del hombre fagocitándose a la naturaleza. Cerca de la revolución cantan por
las noches, embanderándose, rescatando de la negrura una voz de libertad amputada.
Elige pensar eso antes que no pensar nada. Aunque no fuera sólo una cuestión de
elecciones: si mañana es como ayer otra vez —otra vez lluvia, repite el verso
rebotado fáticamente, resignificado como un eco, esta vez en voz alta, ganando
el asentimiento silencioso y solemne de García—, lo que fue hermoso será
horrible después. Algo pasa con los pájaros, algo que se les escapa. Ramón nunca
los ha visto tan sucios, tan frágiles, tan hermosos.
Sin mojar la cabeza, sin lavarnos la cara,
matear.
Afuera existe,
Afuera está frío.
Afuera es largo como adentro y este discurso
ordenador puede dar un montón de cosas por sentadas, más ahora que soy —autodeclarada, autoaclaro— Ex Poetisa. O una reformada, al menos, que comprendió y vio el sol
como R2D2 Rambó y se fue al pingo y se puso a comerciar esclavos para lavarse
el último veneno de la Poesía, el de la Luz, aquel que vio al final del pacto,
el momento para el que el 'después te pago' ya no sirve.
Afuera construyen el barco en el que un triste
corazón babeará en la popa, afuera izan las velas por el mundo nuevo que se
viene, afuera esperan la señal del viento para zarpar, más allá de Finisterre, hacia
la tierra sin mal, la verdadera terra incognita.
Escribo mirando la lluvia en la última ventana
de las habitaciones superiores del bar del puerto, aunque cualquier vista
terminal del mundo podría ofrecer deleites similares al del sifón colorado en la
silla amarilla, la escalera detrás de la biblioteca y los ventiladores programados
con el sonido de las siestas.
El tiempo que arrebatamos es el tiempo que nos
queda, la soledad del centímetro. Para escribir para mí tendría que robar un
tiempo que no me corresponde. En realidad, yo siempre pedí prestado: le sacaba
tiempo a mi futuro invirtiéndolo en presente; ahora no hay tiempo, es todo
presente. Y necesito tiempo.
Hace rato que dejé de escribir para mí, dejé de
sentirme chiquita. Quise escribir centirme y me censuré, ja. Centirme porque
quiero volver a sentir en centímetro, o más chiquito. Te queda bien la
cicatriz.
Así cae mi sombra, y menos mal. Hacía rato que estaba inflada
en la punta de mi ego pensando en escribir de cierta forma o para cierto
público, buscando, digamos, unx lectore,
como quien dice, cuando había obliterado la presencia de mí
misma, quién sabe por qué a lo largo de los años había construido una cierta distancia entre lo que escribía y mi propia mente, una
distancia que ahora mismo intento salvar, entre mates y mi amigo invencible.
Había olvidado escribir para ordenar el pensar,
ese tipo de usos de la escritura, por adoptar una actitud de profeta que los
guaraníes conocían —y evitaban— tan bien,
por eso te tiraban esa de que “la Palabra no se ata” y su contacto con Dios era —y
Es— mediante la música, lo que los hace, desde tiempo imaguaré, misteriosos para juera. La palabra dura y nuestro
pecado fue durar, ver el tiempo correr con la misma conciencia del primer día,
ver el tiempo correr
“cuando uno moje la cabeza, en verdad la perderá”
La última de las mutaciones
el final del Caos
el comienzo del Orden.
Nuestro pecado fue durar
ver el tiempo correr
como los vampiros
yo, que vine a veranear como Bolaño,
a ver y sentir y ser
dejando en la playa un cadáver bonito
a saquear un poco alguna librería
a dejar y sentir y ser un poco
el Amor
Aviso parroquial:
los reyes son los padres,
como los planetas,
y los ríos, los montes, las montañas
son los abuelos.
Un amigo invencible como un mate amargo. Querés ser o querés perdurar,
pregunta duramente con la palabra dura. La sed puede llegar a ser grave. Es sol
y agua con lavandina para sacar el moho de los filtros. Es el agua haciéndose
gota a gota, el río más largo del mundo que subimos en otra lectura de
Obligado, con el dolor de los fuelles y la voz estrellada, con sus pausas como
olas que hace un barco sobre el pariente del mar.
Como humanes somos mezclas
raras, contradicciones, usamos un traje raro al que le han (y hemos) zurcido
parches de civilización, un humanx tocando a otrx, un parche nuevo, la voz de
Liliana Herrero como una cicatriz rumiando el día de los negros, la voz de
Horacio González que abarcaba toda una Patria fumándose unos charros en
Chajarí.
A veces no hace falta mucho para perderse, basta la imagen del puerto.
Cuarenta dibujos ahí en el piso. La primera vez que besé a la gitana fue una
noche perdida de otoño. Sabía que me estaba enamorando y no dije nada,
argumenté razones que no comprendí nunca después y me fui; creo que una parte
de mí comprendía el carácter explosivo que tomaría nuestra relación y me piré.
Pero el destino va y vuelve y siempre está en el mismo lugar.
Era amiga de unos amigos. Trabajaba en un hotel sobre la calle Libertad.
Había vuelto hace poco de unas semanas de laburito en Montevideo o Mar del
Plata, en otro más de esos ignotos otoños, olvidados entre flores, tambores y/o
pastillas. Creo que habló de Alex de La Iglesia, creo que había un festival
de cine, en fin, ahora estaba en el primer subsuelo del hotel del Sol, donde la
empresa para la que trabajaba (mos) había emplazado un Consultorio Sentimental
para Exiliados de la Cotidianeidad.
No quisiera hablar con la jerga del camino ni la de los subterráneos, pero es que en aquella época todo tenía cierto tufillo a Kerouac, Ginsberg, Burroughs, a toda esa runfla de arrebatados, tan bitnik (sic) que te volteaba, todo musicalizado por Manu Chao o Eddie Vedder, reversionando Fuerza Natural, todo puesto uno al lado de otro es algo que si bien un poco me avergüenza, se torna una escala inevitable. Mi literatura del Yo venía con Anne Sexton, Clarice Lispector y los fragmentos de Barthés, haciendo odas a Viceroy con el gringuito Mac de Marco, sin por ello dejar mis mañanas Demon Days y siestas Natiruts, adeus mamaezinha. Quería salirme de mí misma y descubrí en Pexoa un camino abierto.
Bajé del barco promediando la primavera de aquel año tormentoso. En el
puerto no había nadie, sólo la lluvia y las luces de los puestos automatizados de
café instantáneo que comenzaban a encenderse. En la parada de colectivos fumé un cigarrillo y me acomodé la boina pensando en la invitación del Chelo
para ir a visitarlo.
El río va creciendo. Ríe, aunque el caudal va cobrando lunas al mar. Me
aconsejan que baje sobre Gallardo, a dos cuadras del lago, en la colina verde
del cerro que en invierno hacía las delicias de los amantes de la nieve. Es de
noche, el Chelo me espera fumándose un pucho en el portal de su departamento.
Todavía llovía, tenía una risa guardada en la recámara y los ojos rojos.
Subí, dijo, estamos con les muchaches. Una era un gringa santafecina de
unos dos metros y boina llamada Michelle; el otro, un santiagueño con
vozarrón de duende y monte que se llamaba Gabriel, y que en ese mismo momento tocaba un mbaraká mientras Michelle acercaba cuatro vasos y servía whisky porque sí,
porque era miércoles y llovía en la isla y llegó la amiga del Chelo.
Gabi se puso a cantar un sueño, una pesadilla donde los hombres se
mataban y se hablaba de la Salamanca. Es de Jacinto Piedra, dijo un rato después, quebrando el silencio reinante desde el momento en que dejó de cantar para empinar el whisky. Un profeta del monte, sentenció.Siento un humo como familiar, una batería electrónica, Michelle me
acerca un porro, el Chelo pasa una birra. Esto, dice, es el submarino, y tira el
whisky dentro de la birra. De un saque desaparece el submarino. Michelle saca otra guitarra
de alguna parte y se ponen a tocar a cuatro manos la Luna de Rasquí.
Un centinela de los dioses mayores que en ningún momento puede dormir,
dice de Milton Pessoa.
Hay un santo para cada pecador, como quien dice, piensa con el mate
relavado. Para Tomás había un mapa, para Eduardo era una historia de entre
puertos que nació donde el marinero embarcó en el Crucero del Norte. Aquella
también fue la unánime noche, de regreso Mirta, una igual a la que Emma utilizó
para plasmar su venganza. Siempre está volviendo uno, dijo el Turco. Es así en
estas terminales, tan neurálgicas. Aterriza cada uno, ni hablar de los que
parten.
Podría trabajar de guardaparques en Amaicha cuando no hay nadie, cuando
aparecen los espíritus de los campings y una se pone a charlar con el fuego.
San Wachuma, dijo, enhebrando en el viento un pedido a Pacha Cuti, al hermano,
al maestro. El llamado había sido algo raro, tenía que que consultarlo.
Cada vez hace más calor en Pinedo. Al final parece que vamos a estar más
cerca de los muchachos arltianos que de alguna otra secta literaria. Lo
comprendió bien y tarde Cortázar, lo entendió hasta Bolaño: la literatura
francesa termina haciendo mal. Lo comprendieron Walsh y Piglia, cada cual por
su lado. Walsh borgeano revolucionario, Piglia borgeano conspiranoico, sin
ganas de completar y salir porque el juego en realidad estaba en hacer salir y
devolver al lector cambiado, o el mundo cambiado, como si robara un libro, como
si lo que estuviera leyendo fuera robado o cubierto por el manto de la
ilegalidad, marcado por los rastros de una y mil lecturas afiebradas, el lector
abriéndose paso en la estancia de la Eterna y en los matorrales del Estero para
ser Lector. La circulación antes restringida ahora al alcance de la mano y
potencialmente universal, libros por todas partes gracias a los diarios de
Emilio Renzi. Algún día alguien habrá de hacer la lista de escritores a favor
de la piratería, aunque supongo debe haber una distribuida por los servicios.
Seguro Alan Pauls no arranca con un mate.
Recordé lo que pasó, a los ausentes, a los amores muertos. Sentí sobre
la espalda el triste pesar de la nostalgia. Las cosas que trae el exilio, la
ausencia de papeles, incluyendo el pasaporte quemado a las risotadas en aquella
escena alephoide a la que alude el Salmón, otro apátrida en toda regla, otro
ciudadano de la humanidad.
El argenchino y la tradición, Evita, Borges, el Diego, Charly, Messi,
Mario Bofill, Isaco Abitbol, los anteojos de Piglia, la profunda comprensión de
la naturaleza kafkiana del universo que nos toca y su posible salida pessoana.
Teresa Parodi ministra de Cultura.
Si el Universo es aprensible debe ser por la noción de Espacio. La distancia
como un postergamiento del deseo, la dilatación infatigable de todas las cosas,
algo debe tener que ver con el calentamiento global, la tendencia a la
pachorrización de las siestas, todo el paso previo al vampirismo faulkneariano.
I took a pencil hidden inside a red haired Van Gogh-llama,
selfportrayed. Wich I think It’s awesome, if you ask. You know, the picture
shows the impressionist dutch llama without her red haired llama ear. Brought
to us by the kindness of Standard Electric. La pintura es otra cosa tan
intervenida como el lenguaje, otro lugar al que omitir intro, como el
imperialismo de Francia con los países africanos denunciado por una política de
derecha.
Llegué a las cuatro de la mañana. Con esa boina pareces el Che Guevara,
dijo uno al verme salir de la terminal. Mientras subía la mochila al asiento
trasero del Clio de mi compañera la voz me preguntó si creía en la distribución
de la riqueza, le dije que sí pero que ahora no tenía un peso, entrando la
mochila y dándome la vuelta.Tenía
cuarenta años, era calvo y blanco Standard Electric como aquellos
electrodomésticos que jamás cambiaban su color, camisa, cinto, jeans y
mocasines. Vos no sos comunista, forra, dijo el pelado, sos una careta; parecía
resfriado. Yo no soy comunista, yo soy pe-ro-nis-ta, le dije, y Perón creía en
el trabajo, así que si querés un consejo, andá a laburar, compañero. Yo soy
apolítico, me gritó. Sí, se nota, no hace falta que aclares a qué te referís,
le respondí. El semáforo se puso en verde y nos fuimos. En el retrovisor
veíamos un pelado enojado, agitando los brazos al grito de ¡peronista!,
¡peronista!
La única persona que se hace daño en un engaño es unx mismx, como esos
viejos que cada tanto, cuando están volviendo las canas, desaparecen una tarde,
sin decir nada a nadie, para regresar horas o días más tarde, con el color de
la noche y como si nada hubiera ocurrido. Trabajábamos con uno que era así, un
viejo de Peñón del Águila que cada tanto se perdía caminando, cuando se le
ponía nublado, para después volver al rato con una gaseosa, unos gramos de
jamón y queso, un poco de pan francés y un negro azabache como el de Harry
Potter en los libros. Una siesta tuvimos que interrumpir su ritual por una
urgencia en el laburo. Se había cortado la luz en el pueblo. Cuando llegó fue
Juancito el que notó que había algo raro. El viejo hablaba como si nada pasara
mientras buscaba una taza en la penumbra. Viejo, ¿pasó algo? Nada, no, no. Tenía
el incendio del poniente sobre el quincho, caoba número cinco. Y encima en el apuro por
el corte de luz, en el coiffeur le pintaron hasta las orejas.
virgo/acuario. mercurio/urano. el astrológo. La astrología es el álgebra
de la vida. Ya está rancia la magdalena, parece de piedra como aquel que se
llevó a don Giovanni. Nueva reedición! Manual Visual Zodiac. Guía explicativa
de las 78 cartas. Sugerencias de uso-tipos de tiradas.
geminis/virgo-venus/Neptuno.tauro, piscis. Alejandro Christian Luna. Nil
Orange. ISBN 978-3-00-045327
zapatos mojados, geminis-leo dada vuelta, un tere sin hielo, caliente
como la tarde. Cortes en una foto. Si es que el tiempo existe quiero estar, si
todo es una foto quiero estar, el lado más realista de los Vampizónicos del
Oeste. Gran banda, macumbiera. Escribo de a partes, como cortes en una foto, quizás los pedazos se
junten más adelante, en la vida y en el texto, terminando por mostrar esto que
soy y que estoy buscando, porque es la búsqueda de todx humanx, el camino hacia
el autoconocimiento antes que el reloj de plastilina venga a recordarnos la herida
vampírica que permitió aquella victoria tan pírrica —aunque maravillosa— sobre
la Nada, para Nacer en el Mundo y Ser, y Respirar y Sentir a bordo de estas
máquinas que llamamos Cuerpos y que, curiosamente, también Somos.
Escribo sobre un cuaderno con la cara de Kupuka, lo que algún pibe
trasnochado habrá soñado era el rostro de Kupuka, incluyendo sus barbas de
raíces; escribo con fibra verde para detectar daltónicos políticos, porque ando
perseguida como Phillip Dick. Ando tramando literatura con un lápiz robado del
psicotécnico que nunca hice pero del que se todos los trucos. Ando pensando en
palabras porque al final la perversión no tiene precio —¿para qué nombrarte, TR-808?
Ando pensando en palabras para ubicarme en tiempo y espacio, tan cierto
como que es de madrugada y está lloviendo, otra vez, y otra vez está empezando
a afinar la alborada el gallo, así de fina es la sintonía de realidad de
grillos y hormigas que respiro, y un ventilador se mueve en la pieza donde
duerme la gitana, mientras Lucifer y Copo de Acero merodean yo me ato a las
palabras y salto entre y griegas como una mona en el Amanecer de los Tiempos,
balanceándome entre lianas de una espesa y olvidada Babilonia, encontrando al
fondo del silencio el sonido de una guaracha.
Ella y el fuego huérfano donde Lisandro nos cantó la bienvenida a los
esteros, místico Mishky Mayu, dulzura cicatrizante que sana y deja marca, como
todo tatuaje.
Todos saben que llevo un mapa del cielo y que vine buscando el cometa
verde
¿21 horas? ¿Horas?
Lamentación por la pérdida.
Gloria del placer.
Ruina de la belleza.
Final de la vida.
Sé hasta la lágrima.
Lavatorio o purificación de cuerpo y pertenencias.
Velorio
Quema del cuerpo simbólico.
Escultura de una llama o caballo para acompañar.
Plegarias.
Novenas.
Misas.
Despacho del alma.
Ajayu es espíritu, ayni es compartir.
Sé hasta la lágrima.
Mi filosofía es devolver el cuerpo gastado. Esto incluye
también la mente, por supuesto, aquella suerte de constructo erigido a la
ficción tiene razón de ser y ser vivida: somos porque somos cuerpo, además de
conciencia. Creo que el cuerpo como símbolo del ego va muy bien, aunque podría
pasar como un relato realista y derivar, como todo por ahí, en la entropía,
desorden astrológico puro y duro, el mismísimo Caos. Cuando una comprende que
es cuando no es aparecen las nociones de Cosmos y todo va bien, vuelve el
propio río al cauce como un náufrago al que recogen los samaritanos de la
stultífera navis literaturae.
Ja, pasa por tilinga provinciana, por amar las estrellas tanto como
ellas tienen ganas de encontrarnos, por amar a Julián Zini y a Clarice
Lispector, y a Madariaga y a Caeiro, y a Selva Almada, y quiero nombrarte, sombra terrible de Cortázar, como toda tilinga provinciana, porque nos acercaste a Poedelaire, a Keats
y a Crevel, y también a los gatos de la escuela de Frankfurt, ¡y al mismísimo
San Juan Bolaño, en cierta forma!
Sé hasta la lágrima. Por la lluvia la tensión sube y baja; la heladera
aguanta como campeona. Hay problemas con el sistema de tuberías que va desde la
bomba al tanque de agua; caños de pvc de poca circunferencia para tanta
presión. Es una bomba igual a la que usan allá los petroleros, el agua sale
bien fresca. Anda bolada, hace un poco de base pero no le va mal. De repente
recuerda un recital en un polideportivo de algún verano perdido en Mar del
Plata, un montón de camisetas de Independiente por la calle, una pareja de
viejos hippones rolingas gesellianos que quizá harían sonrojar a Saccomanno
pero que la introdujeron en 201, se excusa, ¡las joyas que trae García!
¡Qué rápido amanece y todo vuela por los aires! A bendecir a Morfeo y
también al disco celoso y a los cuatro mastines del Universo antes de caer
rendida con ella, con ganas de encenderla como siempre, como aquel final de
calendario hace siete años de buena suerte. Qué locura, cuando una cree en la
suerte desde chica nunca toma dimensión REAL, ni con el paso de los años, que
la superchería podría llegar a caerse. La buena suerte, la buena estrella me
acompañan desde siempre, me guían aunque lo olvide, aunque silbe el tren,
aunque termine quién sabe cuándo esta bendita lluvia!
Arriba K’un, lo Receptivo.
Abajo K’an, lo Abismal.
Sé que el Cosmos cuida a todos por igual, es el poder de lo grande. Tr Πὡç.
Prescencia.
Un poema de una sola línea, otra historia de tres cartas, otra
cartografía historiadora, porque ¿qué otra cosa es la escritura?
A veces se abre una distorsión en la materia y eso es la Realidad, la
puerta a la que tenemos acceso, al menos. Alguno ha reclamado la ingenuidad de
esta afirmación, y aunque es cierto que los profetas han osado lanzarse a
predicar en los desiertos de la era del aire, han sido lapidados a su tiempo,
quizá con cierto sentido de justicia. Ahora, en el terreno yermo, yerguen
fantasmas a los que se intuyen profundas miradas de fuego y lenguas malditas que
largan venenos helados, capaces de penetrar el hocico de curiosos superhéroes,
vedados del paso a los maizales que saludan al sol entre zapallos y melones, y
a los crisantemos velando por el espíritu de los muertos, todas plantas
maestras de la señorita Linneaus.
Recuerdo un truco con el Diablo, una noche de luna, entre dos edificios
dorados. El tiempo está desquiciado, dijo, violando al príncipe Hamlet en
aquella oscura calle de piedra. Si hubiera sabido que antes de 2666 tenía que
leer los Detectives Salvajes quizá me habría salvado de encontrarme con el
Ángel Caído aquella tarde de Roma.
Escribo desdentada, al borde de la ceguera, con un oído muerto al que
hablan quienes ya no están. Otra tormenta de verano se acerca virulenta, trayendo noticias del mar. De repente recuerdo el amanecer después de la noche
en que el Negro había intentado suicidarse. Tenía un naranja intenso del que se
vislumbraba un núcleo fuego y un amarillo pálido como el de aquella voz de
calandria que le evitó el salto del séptimo piso hacia los ecos que en los
charcos hacían las luces de la ciudad y los pasos de la gitana, tan cerca de
Rodríguez Peña, tan cerca de plaza España, tan lejos del puente y la costanera
y las ardientes playas del Paraná.
El diablo está en los detalles, en la música de Gabi, en la caminata
alucinada desde la casa de unos perucas, de Termini a Trastevere tomando Peronis
como agua, pensando en la libertad, cuando en unas escaleras conocimos a Elie y Sophie,
que parecían calcos de esa película de los hermanitos ambientada en mayo del
68’, dos énfants terribles e
incestuosos llenos de elegancia y de misterio. Para el Negro en aquel entonces
toda ciudad era La Ciudad, aquella Babilonia de Crevel que también hallaba en
alguna calle de Marsella en compañía de Sacha, algún portal de terminaciones
árabes con Tatiana, algún hueco secreto al río.
La tormenta se está yendo,
en la piedra está el secreto del mago;
casi muere achurado un par de veces:
en el pueblo de Dalí,
en el lecho del Turia
después del caramelo y el mahara
Había una vez
un Tornillo llamado AnaLuz
un viaje por mil mesetas
de sexo salvaje con el Anti-Edipo,
más pirucho que el Anti-Cristo
o la Anti-Materia.
La batalla es contra el no-Ser,
dijo un árbol amigo una noche junto al lago. Por ahí anda la serpiente,
en las tierras de Horacio, quizá tratando de buscarse un lugar bajo la lluvia,
un hueco alto, quizá dispuesta a seguir la corriente, hacia alguna rama, algún tronco viejo, o la barranca, ¡la arena húmeda de cualquier playa! Cuando sube el
agua…
El agua trae, el agua lleva, fluye. Hay un altar en lo profundo del
monte, donde duerme la polilla, donde el sol hace dibujos, en la sombra húmeda
de la falda de la montaña, hondo, bien profundo en la penumbra hay que buscar
el altar, donde siempre hay un fuego apagado, como sordo ya, un fuego fantasma,
un fuego espejo mágico, que no quema pero arde en otra dimensión. En el fondo
de la selva hay muchas cosas, sospecha.
Más allá de la puerta de Tannhäuser, comiendo melones con la ayuda de
una linterna y agua con limón, medio limón Mallarmé medio limón, la materia es
perceptible y la manteca de marimba también. Toda prosa es política y Fernando
Pessoa es la Humanidad. En el escritorio se derrite una vela sobre la sal;
afuera llueve; Tupá, Ñandeyara se está haciendo notar.
Chupame bien la cajeta, Ovidio. Qué extraño encontrar un Maestro en el
maestro Laiseca, qué extraño encontrar un parentesco lejano con su forma de
habitar y ejercer el Lenguaje, su mundo de máquinas y magos y chinos y Sorias.
Igual, cualquiera puede emparentarse con cualquiera, y hay parentescos tan
lejanos que llegan a ser Cósmicos, como sentir que venís de Sirio, canis major,
nada se perderá como lágrimas en la lluvia porque a veces directamente no hay
lágrima y sí lluvia e igual perdura el sentimiento. De donde yo vengo, a estar
con el alma bajo la lluvia se le llama Chamamé, y también tiene su lenguaje
propio, su apertura dimensional, su manto exploratorio y explicativo que
disputamos como Realidad. Todo preso es político y todes tenemos cuadernos de
la cárcel, así no más es: todo veneno enseña en proporción de su letalidad
(precio de la vista).
“Sólo contra Dios no hay veneno”
La locura cotidiana de disfrazar lo innecesario. Si fuera al revés no
sería locura. Sin embargo, locura podría significar la ausencia, la no-máscara,
el delirio de una falopera de Asun York. Gloria a los hermanos y hermanas del
Iberá, aquellos sabios de Ituzaingó, ¡gloria a los dibujantes de mi
tierra!, a los paisajistas de pago chico que interpretaron los silencios de
la siesta, aquellos brujos que desataron para siempre el Cordón.
El precio de la vida es el adiós a la muerte, lo dijo Jesucristo y también
Julián Zini.
Otra definición de vampiro que está en los libros de los jesuitas de las
misiones. En Europa estaba el dato desde el s.XV. Se dice que el mismísimo
Cabeza de Vaca Narvaja (?) naufragó buscando a los Ios y que en la profundidad del Iguazú
halló un indicio. Hay detalles que sólo supo el rey. En aquellas tierras Rosa
Guarú tomó a San Martín como su ahijado. Hoy sabemos que más bien fue una
relación maestra-discípulo.
Gloria a don José, el chupatetas del Taragüí, solía cantar un caú, glosa
un conocido verso de Septum Sapiencieri. Medio limón, Ñandeyara, medio limón. O
pomelo rosado, rohayhu yvotí che kuñataí, dicen que decía el General, aunque escrito
sale impostado y hay un hueco que es difícil de llenar sin otro hablante. Los Mbya
hablan como los pájaros, jamás se ocuparon de su Historia porque iba con ellos
a donde fueren, llena de melodías que imitaban los sonidos de la Tierra Sin Mal
que buscaban y todavía buscan.
¿Sabés por qué Nietszche terminó hablando con caballos? Porque eran los
únicos que lo entendían. Lo entendían tanto como él a ellos. Para algunos ya
estaba loco desde el nacimiento de la tragedia. El bueno de Federico también
creía en Ouroboros. Una siempre está volviendo. Es posible arrastrar toda
historia hacia el fondo de olla del gnosticismo, lo sé, como buena gnóstica,
pero sobre todo como buena borgeana. Una vez fuimos a un encuentro, en Tucumán,
fuimos con Sofía a un localcito que alquilaban sobre la plaza frente a la
estación de tren, hablaron de los cadáveres de los pájaros, de las dimensiones,
de lo dura que estaba la realidad. Después comimos pizza en la vereda como
hacíamos en aquel entonces. Eran otros tiempos, no andábamos con guardaespaldas,
no éramos ni síndicos ni la batería electrónica del príncipe de Caballito,
éramos la negación, el no principio, el no final, el ersatz zen.
... Amigo Velazco: alguna vez, ante un hombre de tal clase o tal otra que cumplía "justamente" su función societaria, ¿no le pareció a usted que tal hombre, además de su oficio, estaba practicando un "gesto ritual"? Porque, así vista, cualquier labor humana es un "sacrificio", en la acepción etimológica de la palabra (factura o hecho sagrado).
32.
...amigo Velazco, no es difícil advertir que la tiranía de Creso está llevando a los hombres, no a la “unidad por el amor”, sino a una suerte de “atomización por el odio”. La falta de Tiresias o su distracción terrible, consistió en absolver a Creso las “setenta veces siete” del perdón crístico, en lugar de reintegrarlo a la justicia de su función social de modo que también Creso pasara por “el ojo de la aguja”.
Saludos a
Pompadour, dice Alberto, comiendo una napo a caballo entre sus mil puchos e
ideas. Matando enanos a garrotazos es un título bien ganchero. Voy a escribir
con nubes tu nombre, voy a soñar con tu cara hoy. Tengo el mate de los
futbolistas, pinté un gato negro en la pared, otro viene a frotarse entre mis
piernas mientras pienso en Sade y todo lo que nunca quiso saber sobre sexo,
escribe en el cuaderno mientras ella duerme y Copo de Acero va y viene con la
delicadeza de siempre, la de las malabaristas rusas, la de la ceniza ninja. El
sol sale temprano como en todos lados, es cuestión de esperar, dejar correr la
negra noche del alma a puro corazón y piel, palabra y músculo.
Un segundo
después de haber leído a Laiseca, justo después de la sed, uno queda reflejado
y se da cuenta. De lo que es, de lo que no. La máquina ya estaba inventada y
uno era un trucho, nomás, un falaz trasnochado que no puede más que robarle
horas al día, que de escritor no tiene nada, apenas un chichi, otro hombre
mediocre más.
Calíope
querida, disculpá. Ya ves, viniste al pedo, nunca quise llamarte. Entiendo a
Homero y otros eglogistas de Paris o Itaca, pero a partir de hoy el mío es otro
viaje, la mía es otra vuelta a casa, otro darse cuenta que lo mejor que puede
ofrecer es aquello de lo que el mundo ya está saturado.Llegamos al punto de la hipertensión, la sal
ya perdió su sabor.
La verdad,
Joyce podrá haber sido un tipo muy delicado pero no dejaba de ser otro perverso
del Lenguaje, más allá de toda vestimentay juegos que harían sonrojar a cualquier amigo de Bertrand Russel que se
precie. Tomando el agua fría del termo
del tere estoy, esperando el Lucero, pensando en Cristo, en Su Divina Sed. Eso
me pasa por entrarle a la Obra como un mejicano, ¡es que no me tienen
paciencia!
En fin, el
viejo Laiseca lo dijo todo. Para qué te voy a mentir, viejo, piensa Alberto, te
sigo desde I-SAT, nomás, no te había leído nunca y mirá, acá me tenés, honrando
tu memoria antes de llegar a la página 100 del Jardín de las máquinas
parlantes, siendo otro esclavo lamborghineano que se arrima a tu templo por la
Risa, la larga etcétera de todos estos años. No creo haya sido el caso, pero
tan grande es tu figura, Albert, que hasta te imaginé cultivando psilocybe
usando como sustrato las hojas podridas de Scott Fitzgerald, ¡qué manera de
hacerte entrar en ambiente!
Alberto se
deja el bigote en honor a Super Mario —recuerda que escuchó el rumor de una
película y en silencio clamó justicia. Tiene una
tristeza tremenda debido a la disinergia, piensa en la Anti Energía que busca
engullirlo todo. Otro pasaje lamentable de la iluminación, se dice, toda luz en
exceso ciega, daña la visión. Ya lo dijo el profe Beto en A Starosta. Tiene
alto porcentaje de snobismo y, como buen provinciano, llega tarde para algunas
cosas y demasiado temprano para las demás. A los blogs le encontré la gracia de
grande, dice, para mí la vida estaba afuera y, cuando dentro, en los foros tipo
elforro.
Se
van, la sed y los mejicanos y la idea del sexo, de la mente del Último Escritor
Malo, mientras observa con Lucifer sentado a la mesa el amanecer naranja de
Santiago del Estero, uno que el gallo viene avisando de hace rato. Maúlla el
gato en la pared, se despereza algún perro. Lo nuestro no era el realismo
socialista, había sido, escribe, pensando en Laiseca, ni el gitanismo mágico,
sino más bien el realismo delirante para el que hemos sido convocados por la
Poesía.