Bordar, en el circulo
dentro del círculo,
cebar
en la orilla, con
cuidado
que no se queme, que
el verso
no se queme,
no sé qué me está
pasando
melodías sencillas
distorsionan mi
mente,
la capocha, el mate,
el marulo,
gotas orugas se
desplazan
por la madera, soy
el árbol, muerto,
resurgido
en manos de su
asesino.
Son tres puntos,
las gotas,
tres densidades,
desentonando
la sequedad de las
cosas, la vida
penetrando la muerte,
tres
puntos suspensivos…
Dormirse,
dejar de pensar. Algo que late, que no hace tic tac. Los largos versos de todos
estos años dicen adiós, muchachos. Crece la hierba whitmaneana, dejando surcos
en la orilla de la noche, las estrellas se despliegan penetrando la oscura
liquidez de la noche, el silencio se va zurciendo con las pausas de los grillos
y chicharras, la bella mudanza de la solemnidad al lago de los sueños sin
imagen. Oh, comodidad hermosa de arrullarse en el mullido colchón de un cliché,
el rulo de la birome bienhechora que rasga el manto de las cosas, los dibujos
inherentes a los huecos donde se besan el tiempo y el espacio, los márgenes
minúsculos donde se zurce el cosmos y es universo.
Desatormentándonos,
desatornillando la estantería de la prolijidad, de los acordes tocados sin la
presión de la depresión, por no querer sentir, por no querer estar en la peor
de las épocas, en la mejor de las épocas, en la séptima reescritura de la aldea
pintada por vos y la mujer, con el pico cortaba la rama, con la rama fumaba la
flor, la luz de la flor diacrónica y sincrónica, la flor de la materia donde la
poesía es un pequeño y miserable temblor, que no cambia nada, que no importa
nada, al lado de un techo, de una casita de ladrillos, de una ducha romana. Como
la tortuga, nunca tuvo concepto de hogar, lleva su casa a las espaldas. Como la
ciudad, la tortuga, viviendo en cualquier parte y volviendo a la misma arena,
enamorada del mismo aire, del mismo mar.
He
visto a las mejores mentes de mi generación consumidas por la materia o
embarcados en la solitaria libertad de la locura, la moneda en el aire, girando,
o en el bolsillo corroyendo las relaciones, en todas partes, envolviéndose, enrollándose,
el abrazo constrictor del demiurgo, constructor, patrón old fashion que no
estila pagar a sus esclavos más que con gotitas de miseria, hojas
polidimensionales que ofrece para que masquen los grillos engrillados con la
grilla diagramada para ejercer su tibio canto, con un guante en la silla, el
brillante compás del olvido, del ser hermosos y malditos.
La triste esperanza: respirar,
desde el Otro Lado,
la saudade por venir,
respirar
la espiral
que hemos de subir
para volver a
encontrarnos
otra vez, por primera
vez
con el fuego
en la noche perforada
de los tiempos
donde las estrellas
parpadean quietas,
donde planetas bailan
para los satélites
que danzan para
nadie,
para nada,
el sonido de los
pájaros por la noche,
cerca de las cascadas
de agua viva.
La triste esperanza:
conocer
el destino de la
Poesía,
una flor negra,
prohibida,
que habitaba la
ceniza.
El último amante del
papel
siempre será el
fuego,
sobre la piedra, una
mesa
blanca como la luna, su
espejo
en el beso de la
tierra.
El sonido de los
pájaros por la noche,
cerca de las cascadas
de agua viva, prohibida,
habitaba el fuego,
Poesía.
No la ceniza,
los pétalos oscuros,
abriéndose
para dar el néctar,
el beso líquido y
seductor de la magia.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario