(por Gregorio Marman)
I.
Tiernamente,
con infinita paciencia
derribando la pared, todo
fue verbo, químicos
acordes nuevos, maravillosos.
La flor
regaló pétalos, perfume,
las estrellas adornaron
nuestros ojos, alegres
de ver luz, de ver alma.
El mundo, mi mundo,
te ofrecí, desnuda
entrega de tiritantes brazos.
Y ya no hubo más
tiempo, no hubo cielo,
rostro, piel, o miedo
para mí.
II.
Siento tu respiración agitada, querido lector.
Tranquilo, te han levantado paredes toda la vida. Tal vez, tal vez esta vez, se terminen las pálidas. Hay un muro, es verdad: pero existe sólo en la cabeza, por eso espero alargues los brazos. Esto nos lo dice una voz trémula, acompasada, arropada de música que sube y sube, lo que se dice un in crescendo. Aparece una mini orquesta y un pedido; rasguña las piedras, ven hasta mí.
La música es un martillo destinado a percutir la pared, para permitir que afloren las preguntas: nuestras preguntas. Las preguntas terminaran de romper los ladrillos. Solo quiero despertarte, dice la lírica, se oye un grito.
Despierto verás unos ojos y amarás y serás amado, plenamente, porque al fin seremos libres.
Alguna vez se me ha
colgado el mote de llevar el zeitgeist
como bandera. Durante algún tiempo, mientras gustaba lo que hacía. No me quejo,
no se crean: la vanguardia es así. Me han pedido por favor, please, please, pretty pleas e, que haga
algo con mi tiempo. Que aproveche mis talentos, mis investiduras. Que deje de
molestar al personal, al resto de los pacientes. Que blablablá. Que quequequé
¿qué, qué?
Anyway,
aprovechando la existencia de una vieja casetera en las instalaciones, voy a
tratar de dedicarme a alguna cosa. En esta nueva vocación digamos… forzada, de
crítico musical.
No se confundan. Como
todo crítico musical, no hablaré de música con ustedes, jóvenes mortales. No
hablaré de armonías, melodías, ritmos. Hablaré sobre un costado de la música,
uno que muchas veces nosotros los músicos tratamos con desdén, con frivolidad.
Escribiré una breve
reseña acerca de las bondades de la lírica de algún álbum equis, del uso de
poética en la música como catalizador o liberador de sensaciones, de cadenas
mentales. Ya se sabe, de hecho: mucho se ha hablado de las virtudes
psiquiátricas de Rogelio Aguas y su grupo musical que no existe y que vivirá
por siempre. En esta ocasión no queremos cruzar el charco, no hay que ir tan
lejos. Ni en el espacio, ni en el tiempo.
De todas formas vamos a
viajar, vamos a ir un poco en el espacio, hacia el río de la Plata, y un poco
en el tiempo, hacia lo que en términos gregorianos fue o es 1974, porque habría más que decir.
Podría interpretarse de
otra forma lo que voy a contar, sí. Why
not? El sujeto, el observador (o el oyente, en este caso), es un ser
prismático, caleidoscópico, que mira lo que quiere. Este disco tiene muchos
años, y muchas oídas, muchas lecturas. Puede uno interpretarlo de la forma
clásica: se conocen las dotes de crudo periodismo que hay en la pluma del señor
de bigotes de dos colores.
Se mira lo que se
quiere, según quién mire.
Hablemos, usted y yo.
De la mente hablará un servidor, usted de lo que se le cante. Pero ojo,
cuidado. Hay un poco de trabajo, un indulgente favor que le pido: debe
desprenderse de los ladrillos de la historia, del pasado, de la cordura, de
algunas realidades del aquí y ahora.
(Si quiere zeitgeist, déjeme decirle que eso no se
obtiene mirando la vereda y sí mirando un espejo. Algunas veces, una vereda
puede ser un espejo, y un espejo, una vereda. Pero eso es otro cantar.)
Como aquí estamos
hablando de la mente, suponga usted que estamos en un Hospital de Salud
Mental.
En cuanto a los
ladrillos que están antes que nosotros, que esperan desde antes que veamos la
luz del mundo… digamos que existió alguna vez un intento, sutilmente inútil (y
patético), de atentado, contra dichas imágenes-ladrillos-palabras mentales, que
se proyectan en el ser, delimitando, delineando los pensamientos.
Sutilmente inútil, sí,
pero un ataque conceptual, honesto, verdadero, plasmado con colores únicos,
particulares.
(Estoy pidiendo un
esfuerzo de abstracción demasiado grande, tal vez. Para apreciar la poética,
desprenderse del mundo. Desprenderse del mundo para hacer el mundo. Pinta tu
aldea y pintarás el mundo. Pinta tu alma y pintarás...)
La chanza cósmica
comienza en el diseño de tapa: observamos caricaturas que representan lo que vamos a encontrar dentro,
fotos en tonalidades de gris de nuestros dos juglares, a punto de ser devorados
por gigantes de cemento. Las calles son tan frías cuando no hay nadie. Intentos
arrogantes y dulces de poner la música en un pedestal paranoico, turbulento, de
encierro, al servicio de mandar una postal al vacío con ayuda de mellotrones y
sintetizadores de la psicodelia.
Al ingresar al álbum,
podrá encontrar usted un clima enrarecido, como de guitarras eléctricas o
acústicas, bajos, violines, armónicas, sirenas y baterías, voces y coros: se
trataría de un cirque du freak, dando
pinceladas de un plateado filarmónico, utilizado para darle una vuelta de
tuerca, un sonido más… verdadero, de calle, atrapante.
Pequeñas anécdotas de
un disco abre-mentes. Un disco que hay que escuchar con atención para intentar
no perderse nada.
Se nos introduce por la
puerta lateral de este circo, un pequeño teatrito (¿no era un hospicio?). Se
enciende una luz, y una voz comienza a encuadrarnos, imagen por imagen,
mientras se otorga, como apropiándose para sí, el título de abogada del futuro,
de un bello sol, de un hermoso cuestionamiento. ¿Por qué?, pregunta. ¿Por qué
obligamos a Casandra a esperar, a rezar, pidiendo que algún miembro del
personal de maestranza realice la limpieza de su humanidad?
Llega el aviso: beware the jabberwock, my son. Hay seres
que mueven los hilos dentro de este teatrito. Ojo, atención. Surge la pregunta,
otra vez…
¿no es, acaso…
el terror
a la
soledad
lo que nos… obliga
a pegarnos
a
las instituciones?
…contextos que hacen de un payaso, un
payaso rojo, o un payaso blanco. Surge una voz aleccionadora; obvio, como
siempre. Dice que las cosas son así, te urge a que no preguntes más, ya está.
De nuevo, Casandra,
triste, maldita, nos increpa. Siempre el mismo terror, el miedo a soltar las
cadenas, nos hace esperar sin recorrer el atardecer de los sueños.
Así comienza el viaje,
el pequeño relato en este teatrito, atención.
Sobreviene una suerte
juego de luces: se encienden las estrellas de la carpa surrealista, al mango de
un tango.
Casandra, la gran
protagonista, vestida de gala, sale nuevamente a escena.
Cuatro cadáveres,
cuatro casas sin ventanas van a reabrir sus ojos. Esta mentira se está
terminando, canta Casandra. Se tiene que terminar, aunque alguna gente viva
metida en un baúl.
Al parecer, este tema,
esta canción, no debió estar, no debió ser. Se nos ofrece como un delicioso
caramelo borrador. La censura reinante nos regaló con inmensa ceguera esta
delicada pieza.
Esto se está poniendo
bueno, pero oímos sirenas por todos lados, paniqueamos.
—Están todos los
muertos, todos— la voz sale como de un parlante de verdulero—todos acá, para el
que los quiera ver, desfilando en el escenario.
Cuadro sobre cuadro
sobre cuadro. Es un espectáculo
realmente terrorífico, tanto que nos distrae del juglar que hace el relato.
Pareciera como si quisiera vendernos los cadáveres. Llantos, tristezas,
angustias, también los ofrece.
—Hay para elegir —dice,
melancólico rufián.
Hasta las caretas
podemos elegir —falsamente elegir—, para salir a la calle.
—Elija usted—increpa.
De nuevo el reclamo.
Cómo identificarse por el yo, secreto de producción. Yo es Otro, yo es Nosotros.
Yo, entonces, que crecí tan puro, tan limpio… ¿qué estoy haciendo? Surge una
pregunta, una máxima, ¿cuántas veces?
¿Cuántas veces tendré
que morir para ser siempre yo?
Cuántas veces habremos
de traicionarnos, de recortarnos, para estar. Cuántas veces habremos de salir
metafóricamente a matar para existir, matar para existir. Burocráticos
conceptos de discurso, conversaciones, instituciones simbólicas, inexistentes
salvo en el fluido paso de las palabras. Instituciones, gran sombra posándose
en todas partes.
Malditas instituciones.
Sale un clown, pareciera estar representando un
cuento basado en un personaje real, de tres dimensiones. Nos habla acerca de
los censores. Antes existía gente así. Ahora también, seguro. Pero
lamentablemente para nosotros ya no llevan nombre, libres guanacos. De todas
formas, no quisiera ponerme a divagar. Censores de la moral, tipos grises,
falsos, que intentan decidir sobre las mentes de los demás, apresarlos,
recortarlos.
Por suerte, el
piolincito humanidad delata, se abre paso entre los dos centrales y cabecea al
segundo palo. Su enfermedad, pobre censor, está en no admitirse, en negarse.
Por lo tanto odiarse, odiar a los demás. Trata de señalar lo que es bueno, pero
sabe, en el fondo. En el fondo, su propia humanidad lo censura de fuerte
censura.
No se confunda usted.
El poeta señala, pero no censura. Dice,
revela. La ironía es la dura piedra
en la que convergen realidades contradictorias. Inconscientemente, no es nadie,
se dice el clown, mirándose en un espejo de mano, no existe nadie capaz de señalar a
nadie. Se percibe una suerte de clima de película mellotrónica y el sonido de
las tijeras, tijeras.
Tijeras por todas
partes. Oh, ¡Casandra, vi! Tu nombre en los diarios. Y nadie te vio. Te veré en
veinte años por televisión, canta el clown,
cortada y aburrida.
A todo color. Tijeras.
Moral. ¿Dónde? Cierra el telón.
Hay un pequeño intermezzo, un coffee break para salir a fumar y hablar de relaciones de pareja,
de los miedos, de no entregarse. Todo y nada, para dar.
Un grupo de cinco
púberes agrede a una monja, parece una carmelita descalza: ¡falsificadora!,
gritan, ¡libérate! Es rescatada por un policía, le acaricia el velo. No llorés,
nena, que no es la muerte, parece decirle, pero estamos lejos y bajo los techos
alumbra el sol. Te podés quedar, yo también busco algo, dice el cana, ampuloso,
casi a los gritos. Tal vez bajo las sábanas… promesas artaudianas, entre
calientes y amargos mates. Dentro del circo se oyen ritmos alegres,
esperanzados.
Naranjas y verdes.
Algún inexistente
lector habrá leído la composición de Rimbaud sobre las vocales, una rabiosa y
adictiva música visual.
El acomodador nos
vuelve a llamar adentro, esto sigue. Se abre el telón. Vuelve la actriz
principal. La pequeña vidente, poor
little thing. Qué decadente, dicen dos gordas, qué horror. Está casi en
pelotas. Las viejas de al lado dicen que la nena está enfermita. La niña es tan
hermosa, tan… Dos por dos igual a tres.
Creyeron que Alicia
estaba loca, pero... la locura es poder ver más allá. Hablábamos de la verdad
de verdad, de esa dulce verdad. De la liberación de dulces y pobres almas que
cuentan cosas que uno suele olvidar. Alguien sigue viendo.
Alguien sigue viendo.
Se apagan las luces; un, dos, tres, va. Guitarra, música de fondo.
En la escuridá, había
una vez y salen tres actores. Una bailarina llamada Julia y dos payasos. Oh,
casualidad, uno rojo, otro blanco. Manierismo en los movimientos, duro terror a
los jueves. Nadie se entiende, realmente es un espectáculo grotesco. Comen y
comen, qué vil razón; les molestaba su barriga, o no. La bandeja vacía para una
señora disfrazada.
Termina el vergonzoso
sketch. Aberrante, susurran las gordas. Desde alguna parte surge un estanque;
dentro, hay un acuático bailarín, Proteo-delfín de traje gris que baila y nada,
nada y baila. Y nada de nada, gris, gris. Un largo nado gris donde se proyectan
imágenes victorianas basadas en relatos de Oscar Wilde, esa gran antena.
Salen los directores,
una guitarrita, iluminación simple. La pregunta ¿todo esto, para qué?, ¿para
quién? Al que entiende, no le interesa; al que interesa, ya lo oyó, o no lo
comprende. De una oscura forma zen, son sus propios maestros, se responden.
Para toda la gente, cantan, a pesar de las paredes. Por esas mismas paredes,
como en un intento de demoler, de destrabar al fin, remover las cadenas.
Estos muchachos, estos
ángeles hijos de barro sólo son canales por los que se expresa un inconsciente
colectivo en ebullición, fuerza de la naturaleza humana.
¿Y para qué más? La
represión viste un saco azul triste, vive como pidiendo perdón y se esconde a
la luz del sol. Para señalar, siempre, para apabullar, golpeando a los
vendedores de falsa verdad, alquimistas renegados que colocan cadenas,
grilletes de cartón en la mente del hombre ¡esos represores!
Al final, con las luces
encendidas, por fin. Todos los artistas suben al escenario a cantar la canción
del Ejército de la Paz. Cae el telón.
La idea es hablar sobre
libertad, sobre la mente. Para el próximo número hablaré de lo que verdaderamente
quería hablar hoy. El segundo disco de Turf, Siempre Libre.
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