jueves, 11 de marzo de 2021

Protesta en Piazza Piazzolla






(fragmento de "MOՅIQUE", colaboración de Marcos Gunn para el proyecto rizómico de agenciamento colectivo "El Paraíso de las Delicias. Suiciudades")


I


Luego de volver, trayendo el futuro a bordo, salió a las calles.


Ocultó la nave en un barrio del suburbano de Buenos Aires, junto a un baldío y una iglesia pentecostal, disimulándola, haciendo correr el programa Función Mimesis dentro de Monique.


En pocos segundos se produjo una transmutación. La nave aparentaba ser un caserón antiguo, solapada entre dos naranjos.Sonrió satisfecho: nada tenía que envidiar a vecinos más añejos.


Pocas cosas habían cambiado. Nada en realidad, sólo él con el futuro a cuestas.


Encontró las mismas calles ásperas. Gente caminando (alguna incluso muerta), llena de raspones y magulladuras, ladrándose entre sí. Observó al tráfico abotonarse en un ombligo de país, que casualmente era también ombligo de ciudad.


El tráfico automotriz, el económico, el energético, el humano, siempre había pasado por el ombligo de la ciudad, nutriendo a los dos o tres parásitos de siempre. Ahora, reflexionó, simplemente se permitía una aceleración casi... proverbial, bíblica, que hacía recrudecer una miseria sobre la que flotaban los espejitos de colores de siempre; en el ambiente se respiraba la felicidad al sacar la esperanza de su cajita de cristal, para pasearla por las calles de La Ciudad, transmitiendo en directo para todo el país, por canales del Estado, pero también por emisión privada, así la gente sabría que la Esperanza estaba de vuelta y no tardarían en verla con sus propios ojos.


La Primavera Oficinista. Así habían llamado los analistas, mucho después, a lo que había pasado en aquellos años: muchas casas marcadas por el sol vueltas a pintar, calles llenas de maletines llenos de papeles llenos de nada, formularios.


Con la burocracia se cura, se come y se educa, decía un señor por esos días. Aparecían brotes verdes en el país arruinado, como tantos otros lugares donde se debatía la Permaguerra contra la Hegemonía, el Posmodernismo y el monstruo Leviatán. Él, venido del futuro, heraldo de la libertad, sabía bien cómo se venía barajando la cosa. Claro, con el diario de Marte.


Los brotes facilitarían la proliferación de un monte lleno de aceitunas verdes, pintadas de negro, listas para echar todo el aceite necesario al fuego de siempre.


Al pisar la vereda, lo primero que vio fue una marcha. Suspiró: todo parecía seguir hirviéndose a la temperatura de siempre. El guiso argenchino cociéndose con carpa.


El cocinero que no sirve, siempre revolviendo el estofado. Cada tanto mete la cuchara y avizoramos el abismo, la cocina ubicada en la última cabaña del fin del mundo, los comensales esperando, el incendio del poniente por fuera. Ritos nucleares de posguerra, mates revueltos por el miedo. La paranoia, la insulsez de saberse mordiendo el borde del cuadro. Destino de poriahú, cada vez quedaba menos guiso y los comensales seguían hambrientos, tanto como cuando se dejaron fotografiar en el infierno por LM.


Se disimuló entre la gente, siguiéndola para ver a dónde se dirigían. En una radio oyó desgajarse un violín.


La marcha iba hacia Piazza Piazzolla.


De los gloriosos años del Presidente, reconquistando Buenos Aires, había pasado un buen lustro. No se sabe quién ganó la batalla final, no han quedado registros en los anales de la historia. Enel Gran Incendio de la Biblioteca Nacional se habían perdido numerosas entradas témporo-espaciales, incluidas las de aquellos años tan extraños, aunque algunos sospechaban que los vencedores fueron los Metafísicos.




De cualquier manera, la idea de renombrar las calles de la ciudad había seguido un sendero cómodo entre la ortodoxia y la vanguardia. Así fue que, por ejemplo, se instauraría el día del Místico cada ocho de febrero, o se nombrarían recodos de La Ciudad bajo los apellidos de ilustres artistas que habían contribuido a enaltecer la bandera nacional, como la Piazza Piazzolla donde se escucha el Quinteto Electrónico todo el día, desde megáfonos escondidos dentro del bandoneón de la estatua de Ástor. ¡Eh! pero no se oye nada, por ejemplo, del Quinteto Nuevo Tango, lo cual es un verdadero garrón para cualquier piazzolliano, la obra de Ástor es una sola pero se ha cortado escuetamente con un comunicado. Es algo que según el Gobierno no nos representa. No se pueden sentir en la Piazzolla las cuatro estaciones porteñas, fíjate vos lo que te digo hermano, es algo jodido, el hilo sin aguja de lo argenchino, el pan al que no tiene dientes, pero esto no lo aguantamos más, no se puede vivir con esta depresión en el pecho, nosotros hemos crecido bajo la más estúpida tiranía, hemos nacido sin voz, hemos luchado por la libertad, más nunca hemos sabido lo que Libertad era; hemos vivido alrededor de tanta carne rancia, hemos puesto nuestra carne en el mantel, hemos crecido con muertos, zombis que a la noche buscaban comerse nuestro cerebro, ¿Usted sabe cómo es eso? Ahora pasamos las horas destrozando plazas corrompidas por el poder, como protesta, aunque algunos, es cierto, sólo vienen para levantarse minas; la mayoría sabe lo que es pegar carteles en las esquinas, meter aerosol a las corridas, mover la música, cambiar los paradigmas, hemos sido educados con odio, pero un día hemos salido a caminar y acá estamos.


Con esas palabras se entrometió el Otro.






( texto extraído de "El Paraíso de las Delicias. Suiciudades"; continúa en pág. 22)

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