JVC, la ola al mediodía
un jueguito de rodilla, un sombrero.
Don Juan y su serpiente
miran desde un banco de madera
el tiro libre apenas fuera
un par de tacos de primera.
La primera apilada del negrito
terminaba mal
cegada, trunca sin querer:
-Como un toro -comentó,
-con la cornada, sin querer
el cabezazo a la boca del estómago
de aquel rubito de blanco
-Fau- dijo el juez. -Lo bajaron desde atrás.
Cincuenta puchos rubios después, ochenta
centavos, después
lo vio, peleando con el lineman
(había sacado el banderín para patear
el tiro de esquina).
-Ponelo en su lugar- dijo el juez accesorio.
Y el negro que se reía, acomodando el trapo rojo
mascando chicle,
el diez, Fujifilm
haciendo como siempre
la pausa justa
y sacando el corner
y después
otra apilada
falta el aire
el calor raja la tierra
- ¡Vamo’ nene, le pegaste con el diario!- gritaban
les miserables de la hinchada.
-El medio está repartido entre cracks y velocistas- dijo JR.
-Y atrás, los picapiedras- completó el yorugua.
-Nuestro arquero no hizo pie
y resbala
y el nueve parece
que se ató mal los botines:
le rebotan las pelotas, un poeta
sin palabras contra Shakespeare.
-Debe ser porque lleva la once, todo el torneo confundido- dijo JR.
(ya en aquel entonces era ciego JR
-y esto, aunque siempre sea
hoy
fue hace casi cuarenta años atrás)
En la tierra de Chespirito
de manto azul vestían los once
brujos, once
corazones, once
voluntades, once
flechas, once.
Y entre los once,
el rey del Once
de Buenos Aires,
Barcelona, Nápoles,
Fiorito y Paternal.
-Del planeta- había dicho,
en el Kiosko Tripp,
el lateral, ojeando una revista Pelo,
parecía como distraído
por banderas como el cielo
de los días más felices
pero nadie se movía,
todavía me parece ver la escalera
vacía, el sol que no pasa
ni deja sombra
en los alcanzapelotas
exiliados
detrás de los carteles,
escondidos ahí,
a los márgenes del campo,
algunos en helados camposantos,
tumbas heladas, sin nombre
sosteniendo banderas
fantasmales
como las que había en las gradas
como el cielo
de los días más felices
-¿Queda tiempo
para un buche en el túnel?
(donde el bucle del tiempo)
pa’ mojar
corpúsculos de historia
ondas vivas
rulos negros del cordero
-Un vaso de agua no se le niega a nadie
y menos después
de colarse una tripa
pa matar el entretiempo
ya understand, sir?- dijo don Juan.
-Andá
preparando ese garguero,
yorugua.
Cada cristo profetiza su segunda venida:
todo tiempo tiene un segundo tiempo
(sabiduría popular, pensó Elio R. Ugúa)
En el baño
(algo sucio)
alguien le dijo:
“hay que tener cuidado
parece que el hereje
va armado
tiene brazo guerrillero
y quiere salir, y tiene pensado
punguear un grito
seis minutos después
de mover la pelotita con los pies”
(El ácido empezó a pegarle
al yorugua
en su viaje VHS, VHM psicodélico
no puede creer y llora
y el sol raja la tierra
le seca las lágrimas)
-Treinta millones de negros
transpirando en tu remera
-canta en la esquina
otro juglar popular
y su voz es la de todos
los que lloran el futuro
pero ahora
el poeta sin palabras mueve del medio
y el negrito se persigna
y arranca
segundo a segundo
el segundo tiempo
Y si bien ya valía diez
palos verdes ese diez
aquí es donde aparece el aleph
los cuentos
las canciones
el nacimiento del mito
antes de la muerte del hombre
y me van a tener que disculpar
pero voy a repetir
pues ya está todo dicho
hasta el exceso
hasta la respuesta a la pregunta
sobre la naturaleza de dios
fue contestada aquella tarde
y ya sabemos
de la preparación, del profe
tomándole el pulso en la yugular
del curioso caso
de Jeckyll and Hyde
las caras de la monada
las puertas del cielo
las venas abiertas
por un lapso
de noventa minutos
o quizás un período más corto
la separación, la distancia
entre el primero y el segundo
entre una mano cerrada y un pie enguantado
una ligera diferencia de cuatro veces
sesenta segundos.
Elio, el yorugua,
pasado de rosca
lisérgico abrió una sombrilla
está sudando frío
y el sol raja el aire
en la altura la pelota no dobla
y el diez le hace ver fractales
hasta ve a dios en una nube
sosteniendo una piolita
-Este la tiene atada- pensó,
ahogando la emoción,
y un país nostálgico
escuchaba atento
el relato de la radio
agolpándose
en sillones y en silletas
en puestos de diarios
en vidrieras
del otro hemisferio.
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