jueves, 30 de agosto de 2018

Caniche Toby

por Gregorio Marman











- Compañero, la igualdad implica en lo que concierne a la riqueza, que ningún ciudadano pueda ser tan rico como para comprar a Otro, ni tan pobre como para verse forzado a venderse-, escuchó.

Oh, qué náusea. Se sentía enfermo, Tobías. No le gustaba ese comunista de Juan Santiago, eso de la igualdad y la riqueza era de una blandenguería inaceptable, al menos para este rincón del mundo. Por suerte, hay cosas que van proscribiendo en la reescritura del orbe, barcos que se estrellan en la Nada, antes, justo antes de llegar al puerto.

Nos dicen oligarcas, ¡ja!, ¿Qué saben de la oligarquía? Más metros cuadrados de tierra y cabezas de ganado que familias, más empleados a los que bautizamos con el apellido de papá. Y guita… no sé por qué pero los billetes de ahora con los colores y los animalitos quedan más lindos. Emprendedor, como los grandes de la Patria, se dice Mëdric, mirándose al espejo. Debería afeitarme el bigote, ya me están creciendo los vellos otra vez, piensa.

Titubea, camina solo por el chalet alquilado. Piensa que estar a cargo de 17 de Octubre lo está envejeciendo rápidamente. En vez de hacer un fútbol cada siete días debería jugar dos o tres veces por semana, mientras puede. Salir disfrazado para ver a Juniors los domingos y los jueves de Copa no le gusta mucho, pero es un vicio que no puede dejar, la cancha, y por el momento el horno no está para bollos, con todo el movimiento que hay dentro y fuera del matadero.

Recuerda que había intentado relanzar el equipo de la empresa pero en el torneo interempresarial les fue como el culo, y tuvieron que rajar al Peludo, el genial técnico que su asesor les robó a los Mapuches. No había feeling con los jugadores, escuchó que le decía Jung Acevedo, el famoso delantero, con quien se mensajeaba en la concentración. Siempre le gustó la información privilegiada. Después de todo, era su equipo. Encima jugaron en Siberia, ni Fiodor había podido salir airoso de esas tierras áridas, y eso que tenía más pasta de jugador que su amigo Mick Ferragutto. Qué manera de hacerse mala sangre, ¡deus!

Ah, el matadero no es el cuco, dijo. Se moría de la risa con las confusiones que el mismo incitaba, todo a su alrededor era confusión, en la confusión reinaba, en la confusión se sentía cómodo. 

Bla, bla, bla, hablaba de las nuevas formas, pero era tan torpe, se le caían las palabras que tan bien le habían ordenado en la estantería de su boca, hablando de las nuevas formas, de las variantes de la energía, de los cambios de estado climatológicos, de un pasado iluminado con sus focos, un pasado execrable que como todo pasado no existía más que dentro del discurso del evocador. Y de sus parlantes.

Asustado cuando se iban los parlantes, oía las voces en sus auriculares. El pasado no existe, le decían, el pasado puede ser modificado. En el quincho de su country alquilado al Estado se paseaba con los auriculares puestos, aprendiendo de memoria el orden de la estantería que iría a derramar en los parlantes.

No existe el cuco, dijo, están mal informados. No los culpo, la lluvia torrencial debe haber dañado las telecomunicaciones. Lluvia de mierda, decía, mirando el piso. Si hubiera mirado hacia arriba tal vez hubiera visto el defecto en el sistema de riego del patio. Pero miraba al piso, un piso enchastrado donde se plantaban los yuyos. Le gustaba la medicina de antes, las plantas verdes, bien verdes, pero aparentemente no se afirmaban bien, sólo conseguían brotes de maleza, el ojo del jardinero engorda el plantado, o eso escuchó alguna vez que decían los que sabían. Entonces los jardineros se las llevaban lo más rápido que podían. Van a un lugar más acorde, tranquilo, no pasa nada, decía uno de los cultivadores, cargando el camión, mientras se despedía.

Distante pero fiel, Patricio Cow le guardaba las espaldas, nada de medidas “a la brasileña”, le decía a Don Tobías Mëdric –y repetía para los parlantes-, como si los brasileros hubieran inventado la pólvora. Siempre con la jerga roquefort, militaroide, que tanto le gustaba –y le gusta- al Pato. Y a Tobías, por supuesto. En los ratos libres miraban series de Netflix, o buscaban tesoros enterrados por John Silver en el patio del Matadero, containers hechos de rastis llenos de botellas de ron.

Ignífuga la situación, una carcelaria cacofonía invadía las calles, volvía a circular el miedo entre las góndolas. Venecia está tan lejos, pensaba melancólico. 

Si me pongo loco puedo hacerles mucho daño, dijo en una rueda de prensa, y muchos entendieron. Algunos se asustaron con el grado de psicopatía, a otros les pareció más bien triste la pantomima. Pero, ¿cómo podría saber cómo actuar? Nunca tuvo la dicotomía moral de ceder el asiento, nunca viajó parado, porque nunca se subió al colectivo para volver a casa.

- Tobías, ¡Tobías!

- Abuela, no jorobe, por favor.

- Señor Mëdric, disculpe... tendremos que filmar de nuevo, la idea es que se vea cansado pero preocupado y amable. 



1 comentario:

El excelso ciudadano dijo...

`
Muy bueno gurí, compartilo en mi muro de Facebook.