El cielo sobre los durmientes, el sueño
otro sueño durmiendo panza arriba
el sueño de la muerte en noche,
sin mucho ruido, con el coro de grillos
y el susurro del río que se va.
La milicia me viene a dar con los lienzos bajos.
Recién vengo de mear mirando el cielo del monte,
un cielo de monte que es lo último que queda de monte,
me escuchó bien, del monte
sólo quedó el cielo, a bien decir,
el cielo sobre los durmientes.
Escribo en el reverso del boleto de vuelta
dando media vuelta en homenaje y vindicación
la pasión pintaparedes argentina
viva Méjico, cabrón,
al Pity Martínez, al doctor Álvarez, a Luis Miguel,
a Marcos y a(_)l(os) Chavo(s),
¡salú!
Uno juega entre cuatro altares, a veces:
cosas de mates cosidos y cocidos.
Otra crisis de exilio calamar, dos Romeos
enfermos de cuadrofenia
observan un cuadro
de un fantasma que adora las transformaciones.
Otro cadáver sobre el camino, comenta uno,
una especie de lección periurbana y macrocósmica a ser aprendida.
La milicia viene a darme el cielo sobre los durmientes,
asoma la oferta aristotélica de otros arrabales últimos,
sin cacerolas de recoletas ni vecinos en barrio parque.
A cambio quieren mis manos, si usted puede creerlo,
con sus dedos mordidos en los que apenas quedan uñas,
dedos flacos de una mano flaca, tajeada por juegos crueles y violentos,
que han tensado hasta el extremo las delicadas cuerdas del dolor y del placer,
¡éstas manos quieren!
Quieren los ojos miopes y astigmáticos que (no) han visto todo y que pronto quedarán ciegos, inútiles, casi inmóviles vistiéndose de nubes, ¡éstos ojos!
Quieren los oídos maltrechos y secuelados por algún virus, apagándose en la nada un trueno, un tinnitus de silencio, abro la cancel y cada vez hay menos ruido ¡éstos oídos que envidiarán al Silenciero quieren!
Quieren la lengua que pronto quedará seca, petrificada como la de algún loro que aprendió alguna cosa,
aquella que le daba la galletita de Silver, ¡ésta lengua!
Quieren el Cuerpo que todavía busca Nancy entre indicios y artículos de plomería lacaniana,
quieren mis sueños y perversiones,
quieren la última gota de mi voluntad,
lo que me hace un Ser y me conecta con el Todo.
¡Ésta Alma!, ¡Éste Cuerpo!
Quieren las balas, quieren las perlas, quieren el incendio.
¡Ésta Alma!, ¡Éste Cuerpo!
Hace un tiempo robaba comida,
aunque no lo crea,
acá nomás, del galpón del Enrico.
Ahora, así como me ve,
panza arriba a la vera del tren,
toy meta leche todas las noches,
el gatito de mamá,
jugando con un metro,
cacheteando al Diablo,
huyendo de las hordas de tambores
que traen los dientes
y la Salamanca.
¡Ésta Alma quieren!, ¡éste Cuerpo!
Y puedo decir
que lo que piden es barato
a cambio del sueño.
Otro tedio akahatá, dijo Romeo,
parece un agujero negro y blanco pintado en blanco y negro.
La milicia viene a darme, en la biblioteca saben
que les debo aquel de Stendhal,
y el de Faulkner,
y el de Walsh, que se comió el perro,
el verdadero eternauta irguiendo la pregunta
para el Ser y por el Ser
de un ser que se salvó del fuego
a un ser que se salió del fuego.
También hay otro libro
uno con la Sagrada Geometría
soleándose prendida al tendedero,
como otro desierto que habitar
que viene como la marea,
con sus olas
y sus fantasmas
sus fuerzas preternaturales
sus totémicos ritos,
su mefistofélica mística
y sus tambores esclavos
que claman
desde el fondo de la tierra.
Más bien, dijo Romeo,
parece un agujero blanco y negro pintado en negro y blanco,
como una moneda querida
que se fue en vaya a saber qué paga
o empeño.
La eterna pregunta del ser
en los años del Fuego
esperando la llegada del Barquero
en el polvo y la lluvia
y la tiniebla.
A la vera del tren, un gato mocho,
un monigote sordo
como los ecos del tiempo en los charcos de los esteros,
sin mucho ruido, con el coro de grillos
y el susurro del río que se va.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario