Fotografía: Ana Lu
Hace unos días, he soñado con Gastón. Voy yendo tantas veces a lo de
la bruja, que ya me echo las cartas solo. Las barajo, las suelto, sobre el paño
del mantel, bajo su mirada sonriente y curiosa, me voy. Nadie interpreta nada,
todo transcurre sobre una red de sobreentendidos, las cartas hacen su laburo
silencioso, poniendo secretos mecanismos en acción.
No sé por qué el ambiente de feria hace un trazado de aguja en la
memoria, zurciendo, perforando instantes para unirlos en un hilado discontinuo.
Tantas ferias, ¡tantas como tantos feriantes haya! Conocí un hacedor de
máscaras y amuletos de barro, un maquinista de pequeños mundos hechos de
palitos de fósforos, con la cabeza roja o ya quemada, un vendedor de catalejos
caleidoscópicos, un viejo sin mar en la adoquinada eternidad de las postales de
San Telmo, que vendía su artilugio entre morenos que ofrecían billeteras
estampadas y parejas de milongueros arropadas por su correspondiente bandoneón,
uniformes militares de un amor que es una vieja medalla, la primavera con una
esquina rota, el mago colocando los artilugios sobre el escenario, plantando la
semilla del árbol.
Una de las primeras ferias de las que tengo recuerdo, o eso creo, es
una feria de ciencias de escuela primaria. De esas ferias escolares donde
participa toda la institución, desde los muchachos del preescolar hasta los
prepúberes que ya están presintiendo el fin del verano y pabellón séptimo
grado, donde cada año tiene una temática y cada curso la interpreta a su
manera, a la manera de la maestra de esa división, desde el Cosmos a la Feria,
esa sería la temática de las ferias de ciencias, que se celebraban en los
pasillos, en los patios, ¡hasta en las aulas!, recuerdo haber recibido una de
las primeras lecciones de magia y alquimia, engañando a los sentidos con
elementos simples, como su oclusión o su enfrentamiento, por ejemplo, tomar un
adulto cualquiera, vendarle los ojos, ofrecerle el sonido desviado de una
cebolla, cortándose en sus oídos la cebolla, acercársela a la nariz, darle de
comer una manzana.
El Mago como prestidigitador, como mecánico demiurgo ordena las
distintas capas de realidad, para que por algún costado se desate el Asombro,
no por el Mago, si no a pesar de él, como si la magia fuera inevitable, como si
el universo hablara en todas las cosas, brillara en todas las cosas, se
ocultara, en todas las cosas. Recuerdo a feriantes ambulantes como el profesor
Marechal, con su aire a Buenosayres, que siempre que aparecía atraía las
sonrisas con la jovialidad del mago peregrino, con sus microscópicas máquinas
de vapor y sus pistolas de papel de diario, con las que se podían asaltar dos
bancos, diez quioscos y una estación escolar de radio, recuerdo a los
vendedores de melodías de mandolina, con la púa y lo más importante, el Método
para serenatear como Chespirito, recuerdo una feria de Lengua y Literatura,
donde lo mejor era la escenografía, la magia de la vecindad, el barril, ingresar
tratando de embocar el balero, eso, eso, eso, recuerdo ferias en la casa de la
abuela, vendiendo o intentando vender por la ventana dibujos, revistas viejas y
recortadas, aviones y barcos de papel, que nadie compraba, nunca, recuerdo las
kermesses, tiro al blanco, derribar la torre, tres tiros por un peso, las
manzanas acarameladas, dónde está la bola y demás estratagemas para crear la
atmósfera donde se desarrolla el truco, vos no jugás, nene, me dijo un tahúr
una vez, cuando le cagué el truco diciéndole a un señor curioso con cara de
oveja donde escondía la pelotita de goma roja, que tan bien escamoteaba a la
vista el feriante. Me corrió con una mirada de desprecio, o de lobo con las
encías llenas de saliva y sangre, había un aleph,
digo…
había una vez, viaje al centro de las ferias, feria del libro, por
unos días pústula visible del hormiguero civilización, donde afluye el millar
de ríos de las convenciones de palabras y agujeros negros por los cuales
penetrar el universo, relatos en todas sus formas envueltos por un relato que
llamaría social, que los junta, el aburrimiento y la siesta indecente en las
butacas del teatro donde vampiros que laburan de actores se disfrazan de
vampiros, el informe a desgano, la desidia, las pocas ganas de recitar una
poesía muerta, la invisibilidad total, el viejo truco de dejar flotando una
sonrisa triste, las artesanías, los machetes robando mesas de las tacuaras, los
dulces, los amargos mates de los días de viento, las mesas de saldo del verano
frío, el brazo apresado, por cuyos huecos y resquicios penetra la arena de
playa, la sal del mar, el silencio estrellado de la noche, conocer al perro más
vago del mundo, arrojarse al mar desde el filo más alto del castillo de If,
como si el homenaje fuera de Dantés al contador de cuentos del libro de la
selva y no fuera un túnel que puede atravesarse, el aleph es la letra que le
cabe a la carta del Mago, la primera del viaje, que sigue enhebrando su truco
con lentos movimientos, casi imperceptibles, ahora vamos armando el escenario,
se va tejiendo el mundo con infinidad de sutilezas, preciosas perlas,
solitarias como estrellas donde nadie nada nunca, ir colocando las luces, los
focos entre los árboles del patio de la biblioteca popular, ¿para qué perderse
en el Colón?, si es simplemente para cumplir la circularidad de la metáfora no
da, entonces colocamos los focos, los alargues y prendemos las luces, colgamos
banderines, movemos tablas, invitamos a la suerte de artesanos que abren sus
ventanas al mundo, colocamos música, sacamos fotos, perpetramos el intercambio
energético, compartimos mates y yerbas, bailamos la danza hipnotizados por
juegos de manos, bebemos el jugo destilado del manzano, ponemos la Chispa para
el pequeño fuego del cortocircuito.
Tantas cosas para mirar en una feria, para hacer, para ser. Las
batallas vecinales por el territorio, no es lo que acordamos en la reunión,
hace siete años que vengo y siete años igual, la vieja del frente me saca el
lugar, las luces, el decó, las comidas, pre-preparadas las rápidas, sus aromas,
sus gustos, las bienvenidas, las charlas entre feriantes, las visitas de
amigos, los mates sonrientes de los curiosos, la esperanza en el aire hasta en
la noche boca arriba, yendo de vuelta a la casa en un final de juego. Una niña
anciana que vende plantas, envuelta en un vaho verdoso, nos regala un retoño.
No recuerdo el sueño que he tenido, pero el intento de recuerdo de un
sueño hace que pase al frente el espíritu del ser soñado, ¿habrán coincidido
nuestros ojos en una mirada? Hace ya mucho tiempo, en las voces de la calle
preguntan si suena el nombre de Santiago, no es ése el hermano con el que he
soñado, aunque la pregunta de los ojos titila en las gargantas de los otros, es
otro el hermano con el que he soñado, con el hermano, mi hermano, con su
sonrisa abierta, su desplazarse inocente por el mundo, generoso y serio como un
mago que además es un bufón.
Estamos vagando en una feria a la salida de otra feria, en busca de
pan, una feria de una colectividad religiosa amante de textos escritos con
alfabetos esótericos y tablas de la ley, un pueblo elegido para conservar, no la
esperanza, sino la espera, que se reúne sobre letra muerta para soplarle vida, cuando
nos aborda un muchacho calvo, de moño rojo, camisa a cuadros, un extranjero
volcado sobre la frontera de la lengua y del espacio, que nos regala una
sonrisa, pueden ustedes llamarme Ismael, dijo, vengo de Israel, vivo hace cinco
años aquí, ¿puedo mostrarles algo?
Habla con Anita, le enseña una moneda, recuerdos de provincia, la
desaparece en su mano sin dejar de hablar, aparece sobre la mano de Anita sin
dejar de hablar, vuelve a tomar la moneda distraída, sigue hablando, la esconde
de nuevo en la mano, se escapa al hombro de Anita. El Asombro comienza a
florecer, toma un caracol marino, su único recuerdo portátil de casa, el mar en
el oído, se lo da a Anita, me habla, dice que tiene el poder de traer a la
memoria un ser querido, que piense en alguien, me da un papel, hay público
dicen cuando hay más de tres personas, escribo el nombre de mi hermano, dice
que puede adivinarlo, se rompe el papel que todos, menos él, han visto, y me
dice, en un español trabado, la persona en la que estás pensando es hombre, es.
Más joven, tiene más cabello que yo, se ríe, nos reímos, esta persona es
familia, es cercano, diría que es tu hermano, si no me equivoco, me sonrío,
buena deducción, pienso, mientras le pide a Anita que sacuda el caracol, dentro
hay un papel, sacude el caracol pero no sale nada, el mago lo toma entre las
manos, sacúdelo así, lo devuelve, Anita lo sacude, sale el papel, que dice, ¿te
suena el nombre Gastón? Es mi hermano, lo he soñado, le dije. Nos
saludamos, dijimos gracias y se fue.
3 comentarios:
No lo pude dejar de leer.
Asombroso
hermoso!
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