I.
La estasis bulle el cerebro, se forma una gelatina espesa. Uno empieza a maquinar, a enloquecer, enhebrando pensamientos, formando un lienzo, una camisa de fuerza que no deja mover y cierra el círculo, hace el rulo.
La laguna espiritual es todo lo que hay, se estancan las acciones, los sentimientos, la vida. Se pasa a un estado contemplativo, que es algo como mirar a través de un vidrio o sentarse en la tribuna; no reconocerse en la realidad.
Los músculos se endurecen, va quedando tieso, rigor mortis, en algún lugar, en cualquier lugar.
Y cualquier lugar se convierte en el centro de cualquier cosa, pongamos una plaza. De repente, ya no es un ego: el ángel Yotuel se fue y esto que fue un yo o un él pasó a ser algo sin rótulo, un resabio del pasado poroso donde anidan palomas y los chicos se juntan a dibujar nombres, mientras se oxidan ideas, justo ahí, entre el pelo de estaño y cobre, pero… pero las palabras… ¿cómo era?
Ah sí, las palabras.
Las palabras falsean intuiciones. Y lamentablemente, el Yo es un saco de palabras. Entonces, no puede explicarse lo que hay del otro lado —del lado de adentro— de una ilusa estatua, hecha de versos, maleada con acordes de algún viejo rock.
Buscando la salida, escapa del cuerpo estático y vuela al infinito. Mirando por el ojo de la cerradura deja de mirar, convirtiéndose en la misma luz papel maché que mojaba las pupilas. Triste, la forma quedó atrás, y el Yo prueba el sabor del aire, de la Nada, del caramelo que en algún lugar del suelo contiene miles de figuras y realidades.
El cuerpo quedó hecho estatua.
Por la estación Eduardo VI… ¿O era vi?
Vi.
Ve.
La muerte.
Es otro dibujito, otra representación.
La ve como llave, brecha, pasaporte. Marca indeleble que permite acceder detrás de la cortina, anteojos para la letra chica, sala de edición por fin al alcance del ser humano, ticket para los juegos (todos los juegos todos) de la creación.
Quizá permita dios mirar al basurero y hurgar, buscando borradores de lo que nunca fue y nunca será, de lo que no tiene tiempo.
¿La revolución?, preguntan las voces. Miedo, replican otras.
¿Miedo a qué? Oye risas desde el fondo del inconsciente. El pequeño homúnculo se retuerce de risa mientras espera nacer. Alguien habló de luz al final del camino. Bien, se dice, quisiera… además ver el foco, el rayo on the making, la fuente productora y su razón de ser. ¿Tendrá alguna?, se pregunta.
Sueña la mirra como red que pesca del mar de la incertidumbre.
No temas, querido, dicen las voces. Siempre aflora la humanidad, la Revolución.
Ya está aquí.
Somos acumuladores de palabras, dicen las voces, y estamos cerca, muy cerca de la Revolución.
Las canciones de amor también pueden ser mensajes de Revolución. Todo depende del lado del telescopio que quiera Uno mirar. La Revolución está aquí, ¿no ves?
Hemos aceptado todo: el pasado es alterable.
El pasado nunca había sido alterado, Libertad. El doblepiensa funciona de las dos formas. Esclaviza…o libera.
Un día de estos no habrá más ambición de poder; habrá risa, habrá arte, literatura y ciencia, cada día de una forma más sutil.
II.
Quizás no brille en las mañanas, la negra flor,
blanca piel languideciendo al aire,
larga cabellera tiñendo oscuridad,
haciendo soñar a la distancia, urgiendo
detrás del frío lienzo azul
mientras millares de pequeños grillos
se suicidan, sin que sepan esos ojos,
prófugos de tanto sol.
III.
…a lo mejor un loco no es más que una minoría de uno solo. En este momento, simplemente soy-estoy en este oasis, a treinta metros del suelo, un pequeño cuadro donde sombras y luces ingresan desde fuera y pintan, bailando un tango. No tengo palabras para explicar el surrealismo sci-fi de naves espaciales, robots y podadoras que toman las calles.
Soy la locura del futuro, mientras amo la única estrella del cielo en su inútil indiferencia. A pesar de sí misma la amaré igual, aun cuando la odie, porque… aunque venga a acariciar con su azul bufanda el cuello, aunque bese con largos dedos mis brazos y este pecho donde late su bandera no está aquí, conmigo.
La odio. Por estar siempre distante, ausente. Siento su gigantesca sombra sobre la mente. Estúpida estrella, si supiera llegar a donde estoy, si tan sólo pudiera mojarse en mí, empaparse de sueños, sabría… que trato de asirla, atraparla con todas mis fuerzas, pero no llego. Entendería la impotencia, comprendería mi profunda tristeza y melancolía, vería la inutilidad de mi lucha, la futilidad de mi misión, el sueño de humo de alcanzarnos.
Entonces, sólo entonces, cuando también haya caído al barro de la soledad existencial, de saberse en otro plano, en otro cristal, entonces (y sólo entonces) podríamos, entre los dos, romperlo, quebrarlo hasta las cenizas, y la arena entre los dedos y el intenso aroma a mar y libertad vendría a despertarnos a la cama, hallándonos inserviblemente agotados, con los cabellos revueltos entre las sábanas.
Habrá que sonreír de infeliz, nomás, infeliz panza llena de pizza con calabresa, por la estupidez zen de dar en el clavo siempre, siempre la justa. Peridomiciliario el arresto. Mi domicilio es el universo, y es un patio que a veces queda chico, pero… como siempre, alguien pasa y te tira un cascote por la cabeza y te rompe la guitarra.
Vivís en un mundo imaginario, dicen. Y al final, parece que tienen razón y que está bien estar encerrado dentro de un cráneo.
Y sí, vivo en un mundo imaginario. Cómo describir, si no, las casas, las calles, los baches, los pozos, el cordón de la vereda inundada por parches de un verde tan hermoso que da calambre. Cómo explicar vivir en este mundo: un mundo donde existe un ser llamado Manuel Pies cantando a la esperanza con una criolla (y lo llaman calle), donde todavía existen superhéroes con bigotes de dos colores (los dos tipos más lúcidos de la tierra, Carlos y García), donde una tierra verdeamarelha da tanto embrujo de bossanovas y cielos de ojos verdes, donde cuarentones amargentinos nihilistas juegan a la rayuela en calles y nosocomios, donde jóvenes parisinos se han bebido todos los venenos, donde poetas beatniks denunciaron las mentiras de Moloch, donde prosas densas inglesas y cubanas y rusas y francesas y etcéteras ya lo han dicho todo (bichos, bichos dichos todos) y han debido volarse los sesos para bendecir la tierra.
Vivo en un mundo imaginario, donde lo cierto es que los días se deshojan como margaritas de vidrio esmerilado, hojas que los suicidas usan para escarbarse la piel, para recordar a Safo, la gran egoísta.
Un gran mundo imaginario, donde existe un relojito, redondito, amarillito, ciego y caliente, que han llamado sol, y que sale todos los días y se pone todas las noches, mientras hormiguitas caminan y deambulan y trabajan y trabajan y trabajan (y trabajan).
Un gran mundo imaginario, en el que la señora luna juega, egoísta, lejos de les pibes que patean las calles, embriagados en la mierda que circule, para intentar escamotearle una escalera al vacío, una que aparece solo para dejarnos subir un par de escalones y resbalar, resbalar hasta abrirnos la frente y bebernos la sangre que chorrea gota a gota.
La sangre del Hijo del Hombre.
De las seis putas letras.
Sin dudarlo, un mundo así no puede existir. No puede haber cuatro paredes en cada rincón, hasta cuatro paredes con ruedas, cajas, ¡cajas que se mueven, que transportan gente (¿gente?)!
No puede existir un mundo así, un mundo de antiácidos y antibióticos y dinero y plástico y calendarios y tiempo.
Tiempo.
No puede existir un mundo donde exista el tiempo, un proverbio de una mariposa china, de un río que pasa y pasa y pasa y el agua. Otro capítulo importante, hablar del tiempo. Pero poner una letradelantedelaotra ya es decir tiempo, así que simplemente lo dejamos ahí (lo odiamos demasiado).
Perseguimos revoluciones rolingas, somos yihadistas espirituales, Siddharthas de auriculares, divididos por la felicidad del jardín que se fue con el tornado.
Perseguimos revoluciones que se hacen hacia atrás, el tiempo, el redondo reloj de Nietzche pasado por la licuadora de Oktubre!
Creo que necesito una farmacia. Secas, austeras, soviéticas.
IV.
Qué lejos se ve ya todo desde acá, ese dolor
en un sutil contraste de luces y vientos huracanados
flotando después de estrellar la trompa contra el suelo,
tan lejos…
Ya no más el descaro
de una mentira adornando rostros
de personas que yo amaba, imagino
llantos hipócritas en un sepulcro
donde no estaré, tratando
de comprender lo incomprensible
mientras en alguna parte,
en todas partes,
seré gotas de agua, quizás un rumor,
una palabra de aliento
o absolutamente nada.
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