Vivir
no es necesario. Viajar lo es. Explorar lo es.
Pero,
¿hacia dónde viajar, si existen mapas de todas partes, si existen ya los caminos, si
existen creadores de mapas, cartógrafos que han delineado hasta el último
árbol, que han nombrado la más ilustre e ignota parcela?
El
lenguaje de los gatos es el placer. El tacto, suave, se mece al ritmo del
ronroneo, en esa cadencia misteriosa desenrollan sus pasos sobre el papiro,
sobre las superficies, utilizando cada centímetro de su pelaje para investigar
lo insondable, para sumergirse en el mundo sin nombre, conocen cada cornisa,
cada rincón abismal del cosmos, y lo hablan, lo transforman, lo transmiten,
con la piel, con movimientos ingrávidos, sutiles, van tejiendo otro camino, un
mapa fresco, una ventana al universo.
Intercambiamos
señales, direcciones, con la esperanza de recorrer un poco más, de parpadear
asombradas, un poco más. Hincamos la rodilla en los más sagrados suelos,
recitamos las plegarias bajo el más mágico silencio, ponemos el ser en acción para
ejercer nuestro magisterio, dimos la bendición para que todo fluya, para
mantener corriendo la energía participamos de la danza, del privilegiado código
que encierra el más secreto pacto, el más solemne acto.
Algo
se dibuja en esta isla. Estamos perdidas en el camino del sol. Una caricia
deliciosa, ancestral, nos va haciendo girar, desenredando la madeja, la noche se
ha inoculado lentamente en el día, con el simple marchar de una aguja de tejer
dimensiones, todo va a salir bien, hay que mirar con cuidado dónde pisar.
¿Dónde
fue, que empezamos a perdernos?
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