por Nayla Zárate
Curioso que Cristo haya maldito el árbol porque no dio frutos, cada cien años el arquetipo del verbo en el camino de la redención, fundiéndose el círculo de la cruz. Tu San Ernesto de la Higuera colgado en el pecho, bajo mi bufanda azul, decía una
música, el martillo de las brujas, el Indio lo volvió a hacer, quemando las
turbinas. La oyó decirlo, había algo raro en las palabras, una incorrección que
iba más allá de la política, que se quedaba más acá, en la vereda, que hacía
doler los ojos, un oyente que se llenaba la boca de revolución y no entendía
que tenía que aprender hasta pasar de la vereda de la ortografía, a quién le parece
que a la Rebolución le importa la ortografía, si no aprendés a abrirte a la Tierra, a rascarte donde no pique, tu revolución necesariamente va a ser la del super, la que ellos te dan como pastilla para que duermas tranquilo, le decía la chola, mascando coca,
pasando mercaderías, de Villazón a la Quiaca, por el río somos los sobrevivientes, los Gendarmes son
malos, te sacan las cosas, te piden el peaje, brotan hasta de entre las piedras
los muchachos verdes, decía la chola, y se iba sacando los abrigos escondidos
bajo la pollera, el trenzado cabello ancestral, la cara llena de sol, pasando por
la frontera con el diario del Che entre las piernas, la boca llena de poesía y
llena de coca, gritaba: ¡Biba la Rebolución!
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