Tunena y sus encargos, Rappi para todes. Tunena y dos lomitos para el barrio Centenario, cada miércoles, en el incendio del poniente.
Tunena contando los billetes para pagar los grilletes.
Tunena y los Evita separados de a montones; para la casa, para el Negro, para los hermanos, para la Chevy, a la que le venían faltando mimos.
Tunena y la guitarra.
Tunena y las guitarras, radio laburo pero también radio compañera, transmisión huaucke. Subió el volumen, el cliente quería que los lomitos estén cuando el primer tema del álbum de Peteco y Jacinto termine de sonar.
El doctor me recetó hormigas en el ano…bajó el volumen, mientras la actriz repetía las bondades de las hormigas anales, entre las que estaban barrer frenéticamente, sacar el polvo de las sábanas, abrir las ventanas, inhalar, exhalar, inhalar, abrir los brazos y girar en una habitación, salir a la calle.
San Balthazar, noche litoral en otra radio, perfume de azahares; mirra, tambor y baile. Siguen las fiestas del Fuego, siguen las luces, alguien pasa música y el fuego sigue vivo. Vuelve a la Radio Copi, mientras el paí clamaba por el calor de una piel desértica a la que saca lustro la noche. En este valle cada fuego es una flor, y cada flor…
Tunena manejaba una Chevy vieja, el horizonte carretero de la tarde. Shaolin afronauts, Flight of the Ancients, pronto trasladarían al último león de los esteros de vuelta a su tierra, a su propia polvareda de tambores oscuros, allá en las orillas de la selva, en el borde de la sábana.
Tunena piensa en Secu y la imagen del tigre asesino amansado -por las rejas, más que por el hambre- le vino a la mente, al dejar el encargo cerca de donde vivía el cobarde Musa Azar. Lo vio, expuesto al borde, condenado por la propia ley que ayudó a corromper a elegir, entre perpetua o suicidio, todos los días. Si uno pasa a una hora determinada, puede verlo balancearse en el metro correspondiente donde tintinea como coyuyo su tobillera electrónica y se abre paso el abismo.
En la Co(operativa). Pi(rata). es momento de radioteatro, suena Cómo fumar bajo el Agua, chacarera homenaje a Dip Parpel, el Orson Welles de turno comienza un relato a la orilla del fuego. Nadie sabe quién trabaja, quién dirige, quién actúa, quién es el guionista. En este momento Tunena sube el volumen, después del show viene la Canción del Brujito y entonces podrá completar el encargo.
Dice que las puertas del infierno están abiertas a la espera del hijo de Arraga, dice que hay muchos agradecidos con su silencio. Dice que se decía que en el monte sobraban gritos y los reemplazaban con ausencias. Dice que en los tiempos del Usurpador Tzo Zeví se rumoreaba que en Chéngshì zhī mǔ, en la región Jengnan, todavía vivían dos tigres, uno en Dòngwùyuán, otro por Bǎinián jìniàn. Secu era el último de un gran linaje. Secu, aprisionado, como tantos, por Suíjī móu sī, condenado por la fuerza y la insolencia de la ignorancia y el terror a vagar por estrechos jardines en las mañanas, bajo los bosques de Ānshù.
Suíjī móu sī, la Ley personificada, seguidor de Zhua Rëshí. Suíjī móu sī, terror de las estepas. Helo ahí, prisionero en Chéngshì zhī mǔ, recorriendo cada metro de su prisión, la pequeña ventanita apuntando a Dòngwùyuán. Por las noches oye entrar por la ventana el lamento de Secu, un llanto por toda la historia sobre su pelaje, los huesos, la muerte, el terror y el hambre.
Suíjī móu sī recuerda aquellos años de trabajo, los salones kafkianos, los ataúdes en el Centro Regional que el Imperio tenía para Chéngshì zhī mǔ, una larga fila de escribas sin nombre para justificar lo que hacía o dejaba de hacer en nombre de Zhua Rëshí y Tzo Zeví. Recuerda el día en que confinó a Secu a su morada semisilvestre, llena de barrotes disfrazados, hilos de seda, sangre.
Secu, regalo de Zhua Rëshí por los servicios prestados al régimen. Secu arrebatado de los suyos por mercaderes que recorrían antiguas rutas, que conocían puertos, puertos que todavía respondían a antiguas señas. Secu, hijo y hermano, Secu heredero de los suyos. Secu con el dolor de los barcos. Secu condenado a llorar la tarde conversando, con Ānshù toda, con su amigo Kakuy que presentó un Habeas Corpus por el monte en Tribunales, con Wachuma en los bordes del desierto, donde termina Chéngshì zhī mǔ y comienza la larga Nada estrellada de la que vino.
Termina el programa, suena la canción más hermosa que alguien hizo a Maradona según Tunena y entonces entrega los lomitos. Tunena, de Centenario a una heladería del Saint Germain, de ahí San Ramón, te encargo el encargo.
Pachorra. Promocionan La muerte de la Tuca, una obra de teatro de Darío Gettino readaptada por un colectivo. Tunena desde los siete, cuando juntaba en arpillera las frutas deliciosas del desierto. Tunena que piensa ir a ver la performance, la Tuca era una señora de cincuenta, criada en La Paz y en Bernal, otra más que murió de asfixia, otra más a la que el aire no le llegó a los pulmones, más bien todo lo contrario pensaba Tunena, mientras oía al colectivo Somos Montres diciendo que iba a montar el espectáculo en la vereda de la Terminal, desde ahí al río, del río al Puente.
Del puente al trabajo, completa Tunena. Tunena es pobre y esencial, y como todo esencial, invisible a los ojos. En la CoPi leen el pensamiento, piensa Tunena. Gran disco de Los Socios del Desierto, el approach spinettoide al mundo de los Valderrama.
Tunena sabe que hay algunos encargos más urgentes que otros. Farmacias, madrugadas, misoprostol, esas ondas. Todavía no le ha tocado comprar paquetes de forros y dejarlos en el domicilio donde dos o más suertudos tienen además conciencia y cogen seguro, y piensa que eso quiere decir algo, pero no sabe bien qué.
Tunena pone más fuerte la radio, mira sus grupos de Whatsapp, uno de sus amigues manda un video porno casero donde una chica conocida y otra más se turnan para chupar culo y glande de un señor. Nunca mandan un libro, pensó. En la radio hablan de trenes fantasma, Tunena sube el volumen, estaciona al costado del Carretero y se queda dormida.
En la noche, en la estación, dicen que está
llora una pava con desprecio su tristeza
dolor al corazón del hogar, madero náufrago en el destierro
y el desierto y la sal. Y el salario, ya que estamos,
don Salorio, en la casa hace frío
y con los tres maderos que le quedaban
pone los pies y pone la pava, que llora con desprecio
su tristeza, una suerte de nostalgia anómica,
innombrable, una comprensión de yerba lavada y marulo ahumado.
Cada eco es expresión, don Salorio, hay quienes dicen:
“volverá a pasar el Tren”.
Por la pava y también por el tabaco, quemó
cruz y cama; dicen que la tercer madera era un marquito
que engalanaba Gardel. Ahí anda, deambulando
doña Tuca, esperando el tren.
Los fuelles traen consigo ese desarraigo, en el interior
vacío en el que ejercen su encanto.
Uno oye un tango y en el fuelle hay otra música,
de otro muelle, don Salorio,
cosas de espanto, que suben y bajan
a lo largo del río, el mate
quiera o no
se va lavando,
pero es como el alma y la lluvia, la música
el fuego, el destierro, el desierto y la sal.
Y el salario.
Y el salario, don Salorio, y el salario.
Ser sereno es insalubre, don Salorio.
Ya te estás quejando y todavía te faltan años, gauchito.
Además, todo el mundo sabe que las estaciones están llenas de fantasmas.
¿Escucha? ¿Qué fue eso?
Parece que viene nomás, el Tren.
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