miércoles, 26 de mayo de 2021

Acerca de Pitada, de Emmanuel Horvilleur

por Gregorio Marman

 

Emmanuel Horvilleur es un tipo al que no lo tenía muy oído, más allá de los Kuryaki. Un poco por prejuicio, otro poco también. Sin embargo tengo que decir que Pitada, su último disco, me agarró con la guardia baja, gracias al cosmos. Un disco de reversiones donde visita parte de su repertorio con musiques invitades (si le molesta el inclusivo, simule que es francés).

Creo que seres como Spinetta sabían que no sólo las gotas de rocío son perlas del alba. También las canciones, cuando están hechas, además de letras, armonías, melodías, ritmos, de amor. No hablo de un amor físico, hacia una persona física: me refiero a un amor a la música en sí, que también es en parte físico, puesto que la música se toca, digo que este amor además hace raíz, permite que uno sane y llene de luz los rincones oscuros de su propia casa.

El disco es impecable, realmente. Una bomba de energía imposible dejar de oír, hecha con paciencia de orfebre o de chamán. Hay mucho humor, además, lo que siempre es sano, y también groove. Hay aires de inocencia infantil entrando en la adolescencia, pero también mucho oficio, en un equilibrio delicado, producto tanto de años de carrera como de años de vida, puestos al servicio de la canción, de una canción a la vez, y después de una canción sobre otra, una canción hermana de otra, para hacer un disco hermoso, maduro, divertido y luminoso, un disco para escuchar a la mañana, a la tarde, a la noche, con mates, con birras, con agua, solo, acompañado, mirando un río, trabajando una huerta, acostado en la cama.


"Yo, no fui, viajaba la canción por mí
Te juro que no, no fui
Y nada ha sido en vano
Nos quedan mil veranos
Y te lo voy a tirar

Yo nunca perseguí el hit..."

Finalmente entendí la onda de Horvilleur y largué una o varias carcajadas y tuve que aceptar años después lo que tiraba porque evidentemente era cierto: las canciones desvestidas y vueltas a vestir con aquellos colores de adolescencia, de naturaleza y complicidad con el instante viajan,  de la nada a la carne, de la carne al éter – y algunas, las más bellas, las más poderosas, las que resisten, del éter a la eternidad - a través de sus compositores, y sobre todo de sus intérpretes. Si aceptamos que esto es verdad para compositores como Spinetta o García, o Piazzolla o Barboza, para ir por otros muelles, digo… fuelles.

Me fui por las ramas y ofrezco disculpas, inexistente náufrago cibernético. Digo que si aceptamos que la canción viaja a través de los cuerpos para materializarse en aquellos casos, ¿por qué no hacerlo con Horvilleur, del que aprendimos con Pitada que las radios que quería que suenen eran radios de grillos? ¡Por fin entendimos a la orquesta de abejas no como un conjunto de ninfas sexópatas! Pero hay otras canciones y todas tienen lo suyo, como No como y su banjo ceratiano, tan Tracción a sangre, incluso en la cita garciana que en Cerati es dylaniana. El hit, del que ya dijimos alguna cosa, evidentemente era nomás un hit. Amor loco es una locura hermosa, para cantar en silencio o a los gritos. Y tantos otros, realmente, como Mil días, Llamame, 19, Tu nena, Tu estado, incluso hay dos temas inéditos, Pitada y Cosa loca, también de bella factura. Qué digo, ¡Pitada es un temazo! ¡Da nombre al albúm! En realidad, ¡el disco entero da ganas de sentarse alrededor de un fogón para repetirlo en la guitarra!

No descarto que la pandemia me haya hecho algo en la oreja -tal vez me la arregló (?)-, de todas formas, me gusta sentir ese algo que se percibe en Pitada y que hace que hace un mes, más o menos, esté sonando por toda la casa, de a ratos por afuera, de a ratos por adentro de la cabeza.




No hay comentarios.: